Odiar a Audiard
por Daniel Link para Revista Ñ
El intelectual burgués (porque nació en Burgos, España) escribe desde la sede parisina donde se ha instalado un brulote contra Emilia Pérez fundado en las peores escolásticas: la escolástica identitaria y la escolástica realista-representacional. El tonito de Preciado en “Emilia Pérez contra Jacques Audiard” (publicado primero en Libé y luego en Babelia (afortunadamente, el texto está disponible a través de atajos que burlan la suscripción) es simpático por su violencia discursiva. Lamentablemente, los fundamentos teóricos en los que reposa su lectura son tan anticuados, que ha arrastrado a sus fieles (entre las que me cuento: retengan el las, que es el plural inclusivo que yo uso) a la pregunta: “¿Qué le pasó?”.
El propósito declarado del intelectual burgués es “quemar los Oscar y a salvar a Emilia, a todas las Emilias de México, de la violencia de la industria cinematográfica”. ¿En qué radica la violencia de Emilia Pérez? “Audiard instrumentaliza una representación fóbica de los hombres mexicanos y de las mujeres trans, haciendo de los primeros brutales asesinos, y de las segundas, impostoras que buscan deshacerse de la culpa de sus crímenes convirtiéndose en mujeres y pagando (en el doble sentido de pagar por las operaciones y de ser asesinadas) por ello. Y pongamos música a todo esto y bailemos, porque el Sur y las travestis están ahí para la fiesta: para asegurar que el norte y los hombres binarios obtienen con ellas un excedente de placer barato”.
La descripción es excesiva y torcida. Audiard cuenta la historia de un personaje excepcional (fuera de norma) y es arbitrario deducir que esa vida tipifica todas las vidas. Preciado (que en su momento superpuso su propia vida al Orlando de Virginia Woof para imaginar el documental Orlando, ma biographie politique, muy tibiamente recibido por la prensa especializada pero también por la comunidad trans) piensa la película en la estela del realismo. En su momento, Lukács se cuidó muy bien de identificar las narraciones que se apartan de lo típico con el realismo (lo típico es universalizable y permite construir lo social como totalidad). Pero es imposible considerar a Emilia Pérez una película realista o un artefacto que "represente" lo mexicano (como tampoco lo hacen el Chavo del 8, o Frida Kahlo). No sólo porque el film es un musical, sino porque elige deliberadamente el esquematismo formal (incluso: la caricatura) y los escenarios abstractos como índice de que nada de lo que se dice y se canta funciona necesariamente como un juicio de realidad. En diálogo con Audiard el director Guillermo del Toro señaló que él, como mexicano, adora el melodrama y la telenovela y elogió la visión de México propuesta por Audiard, "hipnótica y hermosa tonalmente".
Preciado, que no ha crecido bajo el influjo del “¡Maldita lisiada!” (que nadie sostendría como un veredicto social) sólo es capaz de registrar una “Amalgama polisémica cargada de racismo y transfobia, exotismo antilatino y binarismo melodramático” para concluir que Emilia Pérez “refuerza de este modo la narrativa colonial y patologizante no sólo de la transición de género, sino también de la cultura mexicana” (de paso, la “polisemia” quedó sepultada por tantos predicados monológicos).
Ese juicio supone, primero, que las imágenes cinematográficas “representan” a la realidad (en un mundo en que ya ni siquiera hay partidos que “representen” a sus votantes) y no que son, como se sabe desde hace décadas, simulacros (Baudrillard) o “sólo imágenes” (Godard).
Segunda escolástica, y ésta es tal vez más grave, el postulado identitario, revelado por un juicio como “Con Emilia Pérez, Audiard se aventura en un género, un cuerpo y un territorio político con los que no está familiarizado”. Desde la perspectiva parisina de Preciado, sólo se puede hablar de aquello de lo cual (como Narciso) nos enamoramos: nuestra propia imagen.
¿No tiene derecho cualquiera de nosotras a explorar un territorio desconocido, lo que se llama “experimentar”, sobre todo para violentar el propio pensamiento?
Preciado es inconmovible (hay en el film canciones muy conmovedoras) y le cuesta regalar los elogios que su propia película no recibió. Tiene derecho a arrastrar una película por cualquier lodazal, pero no a formular juicios sobre las espectadoras que no comparten su punto de vista. Si al ver Emilia Pérez “nos hundimos en un parque temático kitsch transmexicano diseñado para confortar al espectador blanco y binario”, ¿no está formulando un juicio estético anacrónico (el kitsch es malo) y sosteniendo un prejuicio ético (si te gusta Emilia Pérez, sos blanco y binario)?
Podemos entender que se lea Emilia Pérez como una afirmación política con la cual se puede acordar o no, pero no que se le conteste con una afirmación retrógada, fundada en un rancio trascendentalismo. Una cosa es el lenguaje revolucionario, otra cosa es un tweet largo.
El veredicto de que sólo una persona trans tiene derecho a sostener un discurso sobre lo trans vulnera la condición de la conversación social. El principio de que un personaje y una historia son el emblema de todas las personas y todas las historias es metafísico.
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