sábado, 18 de enero de 2025

Milei es el pasado

por Fernando Rosso para Perfil

Milei es el pasado. Puro arcaísmo disfrazado de último grito. La afirmación muy extendida que asegura que el proyecto libertariano y los movimientos de extrema derecha, en general, se apropiaron de una idea de futuro y la hicieron creíble es esencialmente falsa.

El historiador italiano Enzo Traverso considera que el gran problema del mundo contemporáneo es la ausencia de futuridad porque el presentismo es el verdadero régimen de historicidad del siglo XXI. Una especie de tiempo sin tiempo, despojado de futuro, comprimido en la jaula asfixiante del presente.

Es una dificultad de todos, también de la derecha radical que es incapaz de elaborar cualquier proyección utópica hacia el porvenir. Utópica no en el sentido de irrealizable, sino como un sueño dirigido. En este aspecto –como en tantos otros– la derecha radical es menos que el fascismo clásico que tenía una idea de futuro con sus mitos de hombre nuevo, la creación de una civilización, de una lengua y de una nueva nación. Un conjunto de leyendas que eran su manera de pensar el futuro.

Las derechas actuales, por el contrario, son extremadamente conservadoras. Se paran de espaldas al futuro. Es más, le tienen miedo porque lo consideran una amenaza que los intimida. Por esa razón hay que retornar a los valores tradicionales, a la defensa de la familia, restaurar las identidades perdidas, las antiguas jerarquías y reponer un viejo orden que nunca existió.

Los eslóganes que agitan las extremas derechas ponen en evidencia esta característica central de su ecléctica ideología: la vuelta a los tiempos de la Reconquista que proclama la formación Vox en España, aquel período (¡711-1492!) en el que los reinos cristianos del norte de la Península Ibérica lucharon por recuperar el control del territorio que estaba bajo el dominio del “moro invasor”. El Make America great again de Donald Trump (reescribiendo aquel rancio lema que patentó Ronald Reagan en la campaña electoral de 1980) o el Let’s take back control que la ultraderecha británica publicitó para su militancia a favor del Brexit.

El pasado representa su perfecto ideal: en el “inicio de los tiempos” habitaba el verdadero ser histórico, tanto en el sentido moral (la época de los valores “genuinos”), como también ontológico: el ser auténtico hay que rastrearlo en el pasado y depurarlo de la “degeneración” impuesta por una temporalidad que lo degradó al extremo hasta hacerlo irreconocible.

Para Javier Milei los años dorados del pasado argentino se ubican en el país oligárquico de fines del siglo XIX y principios del siglo XX (sobre todo, previo a 1916): el paraíso terrateniente. “Para principios del siglo XX –afirmó en uno de sus discursos– éramos el faro de luz de Occidente. Lamentablemente, nuestra dirigencia decidió abandonar el modelo que nos había hecho ricos y abrazaron las ideas empobrecedoras del colectivismo”.

El período reivindicado por el presidente argentino fue la época en la que, según afirmó Juan Bautista Alberdi en sus Escritos económicos, no había sultanes en Sudamérica porque sobraban “demócratas más despóticos que ellos”.

Además de una economía primarizada (¿puede haber algo más reaccionario y retrasado que eso?) postula la expulsión de las masas de una mínima ciudadanía social o económica. Exclusión que viene teniendo lugar desde hace tiempo, digamos todo, pero que Milei quiere elevar a una fase superior.

En la “batalla cultural” promueve el retorno a un orden patriarcal, tradicionalista, jerárquico, represivo, segregacionista, xenófobo y discriminador. Un museo de antiguas novedades con todo el pasado por delante.

A personajes como Nicolás Márquez o el “Gordo” Dan –rabiosos portavoces mediáticos del proyecto libertariano en la jungla digital– les cabe un parafraseo de aquel potente cross a la mandíbula que el “Flaco” Menotti le aplicó alguna vez a José Luis Chilavert: habría que pasearlos por todas las escuelas para que los niños y las niñas puedan ver en vivo y en directo cómo era el hombre hace 400 millones de años.

La alianza de las derechas radicales con los grandes monopolios tecnológicos (Big Tech) que tienen el control del algoritmo puede dar la idea de que miran hacia el futuro. Sin embargo, hay un núcleo de verdad en las controversiales tesis que postulan que ese laberíntico universo digital tiene una lógica “tecno-feudal” o que esas empresas no escapan a la dinámica de un capitalismo en decadencia. Además, sabemos desde hace un tiempo largo que así como “no hay documento de cultura que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie”; no hay tecnología avanzada que a la vez no pueda transformarse en un factor de formidable atraso.

El discurso que amalgama el último grito de un mundo hípertecnologizado con el retorno a un pasado “glorioso” pudo haber cautivado a ciertas franjas juveniles hartas de una crisis eterna y un presente insoportable.

En sus memorias recientemente publicadas (Antes que nada, Random House, 2023), Martín Caparrós compara a las juventudes de los años 60 y 70 del siglo pasado y sus aspiraciones emancipatorias con las actuales y sentencia que aquellas querían “construir todo lo contrario de lo de sus mayores”, mientras que hoy pretenden “recuperar lo que sus mayores arruinaron”; antes se buscaba “inventar un orden nuevo”, ahora “se quiere rescatar uno antiguo, ilusorio”. Pero esta ilusión (el adjetivo de Caparrós es preciso) no es sinónimo de un proyecto real, posible o deseable. Cuando las nuevas generaciones comiencen a construir verdaderamente un futuro tendrán al libertarianismo en la vereda de enfrente o lo dejarán arrumbarse tras sus espaldas en el basurero de la historia.

Podemos reformular el famoso adagio de Frederic Jameson y afirmar que hoy es más fácil imaginar el fin del mundo, que a la derecha radical diseñando un proyecto de futuro.

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