sábado, 6 de septiembre de 2025

Alta coimera

Por Daniel Link para Perfil

 

A mí recién se me reveló el talento de María Paula Godoy con su versión reciente de Guantamera, la canción en la que Julián Orbón adaptó algunos de los Versos sencillos de José Martí para producir un emblema de lo americano reconocible en el mundo entero. El asunto es de por sí interesante porque permite explorar las relaciones entre el ambiente estilístico del modernismo hispanoamericano con el de los años treinta (Joseíto Fernández la popularizó por primera vez en laradio cubana en 1929), el de la cultura pop (el grupo de folk americano The Weavers hizo su propia versión con una dicción titubeante en 1963: “los pobrrrrrres de la tierrrrra”) y el de nuestro tiempo.

Cada vez, la canción permanece pero, al mismo tiempo, se transforma en otra cosa porque conecta con un ambiente que no es ni el de los versos de Martí, ni el de Joseíto Fernández ni el de The Weavers. Mis propios ejercicios estilísticos me han permitido transformar los más celebres poemas de Rubén Darío en canciones metaleras o indies o pop (según el poema).

La versión de Paula es un clásico instantáneo, porque arrastró lo que ya era clásico (“Guantanamera”) a un contexto que reclamaba un son para el humor de nuestro tiempo (el humor, la inclinación, también forman parte del ambiente estilístico).

Lo más sorprendente es que la canción podría haber funcionado con un nombre de mujer diferente al que usó Paula. Digamos, por decir algo: Sabrina, Betina, Cristina.

Y sin embargo, no. Nunca se propuso un son semejante porque la lógica de un éxito instantáneo no es el de la voluntad sino el del agenciamiento: cualquiera, en efecto, pudo haber hecho una Guantanamera. Faltaba, sin embargo, la conjunción, la conexión, el punto nieve del asunto.

Aunque las teorías paranoicas consigan asociar a María Paula Godoy a sabe Dios qué “operaciones”, sobrevivirá el milagro de que alguien pudiera encontrar en “Guantanamera” una rima obvia y un designante que brota natural como agua de manantial.

Eso es el punto nieve en el que unas palabras se encuentran con una tradición en un ambiente específico de humores, designantes, figuras de discurso e inclinaciones.

 

 

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