por Laura Ramos para Clarín
Decíamos que la dimensión mística de la boda la dio la epístola que leyó Mario Bellatin a los novios, vestidos con idénticos trajes negros de etiqueta; pero alguien dijo que no fue la epístola sino su gesto de dandy al enganchar los anillos con su garfio plateado y magnífico y así entregarlos a Daniel Link y Sebastián Freire sobre el escenario y … ¿no llovía? ¿no llegó Pablo Pérez con su uniforme s.m. de cuero entretanto? Decíamos que las ocho arañas del Salón Imperial y los cristales de roca checoslovacos temblaban cuando los novios extendieron la libreta de matrimonio sobre nuestras cabezas ¡parecía el libro rojo de Mao Tsé Tung! y que algunos lloraban cuando comenzó a bailar la drag queen más preciosa de Paternal, ¡de la República!
Alguien dijo que Bellatin había estudiado Teología durante dos años en el seminario Santo Toribio de Mogrovejo, en Perú, antes de hacerse escritor. También se dijo que en el 2005 arrojó al río Ganges, India, al lado de los muertos que pasaban flotando alrededor de la barca donde él navegaba, la prótesis que sustituía su brazo derecho. Pero que, de regreso a México, empezó a experimentar una sensación de pérdida que lo impulsó a adoptar el garfio de metal (en Berlín, un mascarero lo decoró con una serie de piedras de fantasía; planea para el futuro un brazo que porte un celular, una navaja suiza y un exhalador de gases). “Mi madre no me ha pedido que me ponga el pijama ni que me despoje del brazo ortopédico. El brazo, se llama. Colócate el brazo, quítate el brazo, ¿dónde has dejado el brazo? No asustes a los niños con el brazo. En efecto, a partir del mal uso del aparato cada vez me invitan menos a las fiestas infantiles.” (La escuela del dolor humano de Sechuán, 2005)
Pero también alcanzó una dimensión política la epístola de Melchor Ocampo adaptada por Bellatin, el novicio: “El matrimonio es el único medio moral de fundar la familia, de conservar la especie o hacerla más placentera y suplir las imperfecciones del individuo, que no puede bastarse a sí mismo para llegar a la plenitud del género humano. Ésta no existe en la persona sola sino en la dualidad conyugal. Los casados deben ser y serán sagrados el uno para el otro, aún más de lo que es cada uno para sí.
El hombre, cuyas dotes sexuales son principalmente el valor, la abnegación, la compasión y la fuerza, debe dar y dará al marido protección, consuelo y dirección, tratando siempre al otro como la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, sea quien sea el débil en cada ocasión, esencialmente cuando este débil se entrega a él y cuando, por la sociedad, se le ha confiado.
Es decir que el hombre, cuyas principales dotes son también la abnegación, la belleza, la perspicacia y la ternura, debe de dar y dará al esposo agrado, asistencia, alimento y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe de dar a la persona que nos apoya y defiende y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca e irritable y dura de sí mismo.
El uno y el otro se deben y tendrán respeto, deferencia, fidelidad, confianza y ternura, y ambos procurarán que lo que el uno esperaba del otro al unirse con él no vaya a desmentirse con la unión. Ambos deben prudenciar y atenuar sus faltas. Nunca se dirán injurias porque las injurias entre casados deshonran al que las vierte y es prueba de su falta de tino o de cordura en la elección; ni mucho menos maltratarán de obra porque es villano y cobarde abusar de la fuerza. (de forma) A partir de este momento, están unidos en matrimonio, y el beso que pido que se den va a unirlos frente a los presentes y frente a toda la sociedad.”
En la Escuela Dinámica de Escritores que creó en México, Bellatin experimentó formas de indagar en estructuras narrativas de otras artes: a partir de la prohibición de escribir, los talleristas deben calzar zapatillas de ballet, componer música, hacer esculturas. En Perros héroes. Tratado sobre el futuro de América Latina visto a través de un hombre inmóvil y sus treinta Pastor Belga Malinois, un hombre parapléjico se dedica a criar perros asesinos. Lo custodian un halcón sentado en su percha, unos periquitos de Australia enjaulados, un cuidador-enfermero, su hermana y la madre de ambos. Otro modo moral de fundar una familia. La novela trae un dossier con las fotos del hombre inmóvil que sirvió de inspiración al autor.
Oh nuestros trances britpops y la épica de nuestros nombres, de nuestros rostros y nuestras películas, oh nuestras ediciones inglesas y nuestra sangre y nuestros sets en Tokio y el Bowie gay power, nuestros libros diseñados y nuestros libros escritos y nuestros tatuajes: toda una narrativa borrada en un instante (Nota: las paredes del salón estaban cubiertas de pinturas españolas de principio de siglo de Julio Borrell, nuestro DJ Nijensohn tocaba su música celestial, nos sentíamos exaltados: ¿alguna vez habíamos sido más felices?).
Los últimos de la fiesta nos sentamos y apoyamos las cabezas en los hombros de los otros. Al salir, un rayo de sol –no había llovido, de todos modos- iluminaba la vereda. Daniel Link leyó sus votos: “Todo el mundo lo sabe, Sebastián: vos sos lo que yo he hecho de vos, y yo soy lo que vos has hecho de mí. Podríamos haber dicho lo mismo ante Dios o ante la Ley, pero elegimos decirlo delante de nuestros amigos: ninguno de los dos puede ya ser algo diferente de lo que cada uno ha hecho del otro. Después de estos diez años, que te agradezco, eso es ya irreversible y, por lo mismo, definitivo. Sos lo que quise, lo que quiero y lo que voy a querer. Hasta mi último suspiro.”
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