por Daniel Link para Perfil
Los argumentos del senador Daniel
Filmus en favor del proyecto de ley para la ampliación de la
ciudadanía (a partir de los 16 años) oscilaron, de acuerdo con sus declaraciones, entre el humor sombrío, la precisión histórica y el
disparate perceptivo. A propósito de lo primero, evocó una fecha
cuya celebración el poder regente había relegado en el personaje
más antipático de sus filas, el Sr. Boudou: "es interesante
que la votación se realice el 17 de octubre ya que coincide con una
fecha muy significativa: ese día hubo una ampliación de la
participación popular en la defensa de los intereses y la soberanía
del pueblo", dijo.
En relación con lo segundo, señaló
con solvencia que "hace poco más de 100 años se aprobó el
derecho de voto a partir de los 18 años, cuando la mayoría de edad
era a los 22 años", y correlacionó ese dato con porcentajes de
escolarización (pudo haberse referido también a la expectativa de
vida, pero no lo hizo).
Por último sostuvo que "si hay un
sector que, en general, se rebela contra el orden establecido es la
juventud, que siempre se caracterizó por demandar tener más
derechos", como si el proyecto hubiera sido la solución estatal
a una masiva rebelión adolescente y no una ocurrencia cuyos
insípidos resultados nos arrojarán a los adultos (entre 18 y 70
años) a la rebelión cívica.
Partidario como soy de toda ampliación
de derechos, sé que todo derecho es universal, o es un mero
privilegio. La nueva concepción electoral nos pondrá a los adultos
(entre 18 y 70 años) en situación de vulnerabilidd y
discriminación: como a los adolescentes, que no nos penalicen por no
votar, si no tenemos ganas de hacerlo o las opciones políticas no
nos satisfacen.
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