miércoles, 3 de julio de 2013

Sándwich de Lanata

por Quintín para Perfil

Hace dos domingos que mi vecino Tabarovsky se dedica a defender al grupo Carta Abierta contra los ataque de lo que llama el “antiintelectualismo mediático” encarnado por Jorge Lanata y su programa de los domingos. El vecino arrancó hace dos columnas elogiando un artículo de Daniel Link en PERFIL. Allí, con Roland Barthes abajo y una no identificada “gerente de una multinacional televisiva con estudios de posgrado en la materia” arriba, Link se prepara con Lanata un sándwich de argumentos de autoridad: mientras Barthes lo acusa por adelantado de estúpido, la gerente califica su programa de “periodismo barato”. El meollo del asunto es que a Link y a Tabarovsky les parece mal que Lanata use un personaje torpe, confuso y fanático como parodia de los integrantes del grupo cuya cabezas más visibles son Horacio González y Ricardo Forster.
La caricatura del intelectual kirchnerista no es lo mejor de Periodismo Para Todos. Pero el absurdo profesor que justifica con tono enfático y amenazador los actos de corrupción que el programa denuncia, no me parece un ataque a los miembros de Carta Abierta por ser intelectuales, sino por haberse convertido ellos mismos en caricatura del intelectual cuando renunciaron al pensamiento crítico para dedicarse a la custodia retórica de las políticas del Gobierno, aun de las más autoritarias. Los integrantes de Carta Abierta tienen como todos los ciudadanos el derecho de expresar su posición política. Incluso si esta es partidaria y hasta pueden hacerlo en forma colectiva, como si uno pensara por todos. Pero los documentos del grupo no son un ejercicio de ese rigor intelectual que Tabarovsky les adjudica sino, ante todo, actos de propaganda que forman parte del enorme aparato de comunicación oficial y que se diferencian de expresiones más burdas (como el programa de calumnias mercenarias 678, en el que son asiduos invitados) sólo porque utilizan un lenguaje oscuro y alambicado, menos incomprensible que eufemístico, para justificar y apoyar lo que decide la Presidenta. Dado que el rigor intelectual es inseparable de la libertad, mal puede reclamar la independencia de su pensamiento, por ejemplo, un filósofo que se presenta como candidato a diputado de un partido tan vertical que no admite de sus legisladores la más mínima disidencia.
Pero dejemos el debate cotidiano entre los que apoyan al Gobierno y los que nos oponemos a él y del que Carta Abierta es sólo capítulo. Supongamos que por televisión se hiciera una parodia de los intelectuales sólo por serlo, como se hace la parodia de los políticos. Sería tal vez una compensación frente a tantos programas periodísticos en los que a quien tiene el membrete de intelectual se le otorga una insólita deferencia (“hoy tenemos el lujo de que esté con nosotros el intelectual X”, expresión que nunca se utilizará para introducir a un futbolista o a un carnicero). La pregunta (podría incluir a científicos, ganadores de premios literarios, etc.) sería por qué hay personas que gozan de privilegios en el trato y si no es democrático que esos privilegios se cuestionen desde el humor, aunque el humor incluye siempre una parte de prejuicio. Supongo que me acabo de hacer acreedor al mote de “antiintelectual”. Me han llamado cosas peores, pero sólo me ofendería si me dicen “corporativo”.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad es que me tenés un poco mareado, Daniel. Hace años que no vivo en Argentina y, si bien me voy informando, algo siempre se pierde. Pero hablar de Lanata como anti-intelectual me parece un poco exagerado. El tipo es escritor, de ficción y de ensayo, fue el director de la época más gloriosa de Página (de sus suplementos culturales y de sus colecciones de libros) y sus referencias, si bien no son lo más alto de la cultura (no tiene a Barthes y Levinas en la boca) tampoco me parece que su visión del mundo sea anti-intelectual. Quizá me he perdido alguna transformación radical, pero... no sé... suena exagerado.

Saludos

Anónimo dijo...

Lanata escribió un par de libros de ficción, así como Graña dio clases en la UBA. Pero desde hace años alimenta el estereotipo del intelectual que solo declama en el aula, pero que desconoce el "mundo real" (vaya a saber uno a qué se refiere con esa expresión). Cuando opinaba sobre la Ley de medios, decía que había sido escrita por tres o cuatro profesores de la Facultad, como si ese fuera el origen de sus defectos. O como si la causa de sus defectos fuera más importante que sus defectos. Lanata es un tipo que reivindica el oficio. Es un periodista formado en las redacciones, como Verbitsky; no en la carrera de Comunicación, a la que siempre que puede, también, aprovecha para basurear.

Drodro dijo...

Tiene razón Quintín; hace falta alguien que compense el prestigio desmedido que le damos a los intelectuales, sus lujos y excesos espectaculares. El otro día mi sobrino de nueve años me mostró una cadena de oro falso con un árbol de Saussure hecho de bling-bling; quiero llegar a una mesa debate en E! me dijo. Así está la juventud...

Anónimo dijo...

Quizá allí esté la clave: Cuando la Academia reclama para sí la excluyente definición del intelectual. Solo se puede ser un intelectual si el discurso emana de la Academia. No me parece muy sano eso. Además de parecerme pretencisosa la apropiación. En este sentido, me parece que Lanata es un intelectual, pero de manera seguramente populista y pragmática reniega de cierta pose del intelectual oficializado por la política o por la Academia (si es que son cosas distintas).

Anónimo dijo...

¿a qué se refiere por Academia, don anónimo?

Anónimo dijo...

A la Universidad y todo su entorno (profesores, catedráticos, conferenciantes, investigadores, editores, especialistas, etc., etc.). La Academia, en este sentido, es una institución de la polis, y no una institución menor.

¿A qué se refiere con "don anónimo", Anónimo?