sábado, 18 de enero de 2014

Lecturas de verano



El verano es, para quienes trabajamos escribiendo o leyendo, momento de lecturas desinteresadas: se lee todo y cualquier cosa, sin hipótesis de utilización futura. Naturalmente, es el tiempo en que la lectura establece conexiones por sí misma, guiada sólo por la lógica de la aparición y la desaparición de un hilo de pensamiento más o menos vago.
He leído un libro excepcional cuyo título, sin embargo, no me satisface (porque responde antes a la lógica del cartel o del afiche que el de la tapa de un libro). Ariel Schettini reunió en Ariel Schettini presenta (Buenos Aires, Casa Nova, 2013, 106 págs.) una serie de textos leídos en presentaciones de libros, actividad a la que el autor es sumamente afecto. Ha agregado, además, un prólogo en el que reflexiona sobre el género (si tal cosa fuera posible) y sus hipotéticas reglas que, puestas en la perspectiva de los textos que incluye el libro, aparecen todas incumplidas (“incumplibles” es impronunciable), lo que es, naturalmente, una suerte, porque como el mismo prólogo se encarga de decir, toda norma se plantea sólo para torcerla, pero sobre todo porque la mayoría de las veces los libros presentados no nos interesan tanto como lo que Ariel Schettini tiene para decir.
Por supuesto, al recorrer las páginas de este libro uno no puede sino recordar los Prólogos de Jorge Borges y su “Prólogo de prólogos”. Pero ese recuerdo sólo sirve para medir la distancia entre una práctica y otra. Es muy cómodo, diríamos, prologar la Divina Comedia, los Evangelios Apócrifos o Don Segundo Sombra, cuyo valor nos viene dado por la institución y la cultura. Aunque haya el mismo amor, es mucho más arriesgado (es decir: un acto de amor más desesperado) prologar lo que acaba de salir y que no se sabe a ciencia cierta si quedará inscripto alguna vez entre la literatura que habría que recordar. Por eso, y en eso, se reconoce a Ariel Schettini como un crítico al mismo tiempo preocupado por trazar una cartografía del presente pero, sobre todo, en interrogar el porvenir en toda su fuerza. Y nosotros, junto con él, “salimos volando en una cápsula de futuro”.
La fuerza de las lecturas de Ariel Schettini se deja leer tanto en los libros que ya habíamos leído (y en los que no habíamos sido capaces de leer lo que Ariel Schettini presenta subraya) como en los libros que jamás leeremos, porque si nada nos llevó a ellos en su momento, tampoco ahora, cuando lo único que reverberará para nosotros es el momento en que un libro, cualquier libro, encontró a un lector privilegiado: por su posición en la cadena de lecturas, que viene a inaugurar, y también por su agudeza. ¿Cómo íbamos a leer aquello de lo que otro ya se ha apropiado, y cómo olvidaríamos lo que se nos impone como el único camino posible de lectura?
Celebro la aparición de este libro exquisito al mismo tiempo que insisto en la incomodidad de un nombre que es difícil de articular sintácticamente. Pero eso vuelve a subrayar su singularidad: es uno de los pocos libros (sino el único) que lleva como nombre no un nombre, sino un verbo conjugado: lo que pasa, la acción. Leemos no libros, sino una performance de la lectura (de esos libros).
Otro libro que he leído es 1493. Una nueva historia del mundo después de Colón (Buenos Aires, Katz Editores, 2013, 640 págs.) de Charles C. Mann. En este caso, el título del libro es muy superior a su contenido. Sin ser malo, el libro no está a la altura de ese título extraordinario: 1493.
El propósito de Mann (periodista especializado en ciencias) es el corolario de un reconocimiento no suficientemente destacado: Colón fue el único ser humano “que inauguró una nueva era en la historia de la vida” (en fin: después de Cristo, habría que decir, porque la historia de la vida incluye también el modo de pensarla). Colón funda el Homogenoceno (una forma de decir el modo en que el capitalismo afecta a lo viviente) y, por eso, “el intercambio colombino” puede pensarse como “el acontecimiento más importante desde la muerte de los dinosaurios”. El libro abunda en extraordinarios análisis cuyo alcance queda muchas veces acotado a casos de los Estados Unidos, que para los lectores latinoamericanos pueden resultar poco atractivos, lo que demuestra la solidaridad del capitalismo y el imperialismo.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Si es posible, algunos arrepentimientos, por favor.

Como ser:

No debí haber leído: El fin del mundo y un despiadado pais de las maravillas.

Un desenlace excelente para un cuento y pequeñisimo para una novela de 488 páginas. Estiró una banda elástica de acá hasta la luna.