por Daniel Link para Perfil
En la puesta de Rubén Szuchmacher para
Todas las cosas del mundo no hay voces en off (apenas unos
pájaros que trinan cada tanto, algún ruido), no hay proyecciones,
no hay ilusionismo, apenas si hay utilería (que los propios actores
llevan y traen): todo el efecto descansa en la posición de los
cuerpos, sus gestos y las voces encarnadas de los personajes diciendo
el texto extraordinario escrito por Diego Manso.
Es como un espectáculo que tanto puede
ser representada en los teatros oficiales de Buenos Aires (que por
mezquindad se privan de este privilegio), en una plaza pueblerina o
en un club de barrio. La fortuna quiso que esté montada en el teatro
Payró, en pleno centro de Buenos Aires y que yo pudiera verla en su
mejor momento, el sábado pasado.
En Todas las cosas del mundo se
cruzan sutilmente varias figuras marginales: los dueños de una feria
de freaks que han perdido a todas sus atracciones salvo una,
la Niña Foca, que se dedica a leer encerrada en su celda, un cura
inescrupuloso perseguido por violación de menores que quiere
transformarla en santa, la madre que vendió a su hija y un peon de
campo borderline que llora a su madre muerta y que, en una
escena conmovedora, explica el título de la pieza y el sentido del
texto de Diego Manso.
Lo que se lee en Todas las cosas del
mundo es extremadamente complejo: un desbarajuste de registros,
unas líneas de fuerza que van hacia arriba (lo sublime) y hacia
abajo (lo grotesco), tensadas con una violencia ausente en el teatro
contemporáneo. Rubén Szuchmacher, el más inteligente de los
directores teatrales argentinos, leyó la pieza y entendió todo lo
que estaba en juego. Ideó un espectáculo minimalista donde lo único
que importa es la fuerza de los parlamentos, la clara dicción, el
pasaje sin transiciones desde la pincelada grosera al dicho solemne y
trágico. ¿Hay actores que puedan aceptar semejante desafío? Aquí
están: Ingrid Pelicori, enorme, en primer término, que se puso en
la piel de un personaje (Iberia) que transita todos los estilos que
el teatro ha urdido con paciencia a lo largo de los siglos. La
acompañan un soberbio Iván Moschner en la piel del Padre Garzone, y
Horacio Acosta, Paloma Contreras, Fabiana Falcón y Juan Santiago.
Todas las cosas del mundo nos
devuelve la confianza en la diversión teatral. Se la puede ver de
jueves a domingo. Necesitaría dos días más en cartel. Ya los
conseguirá, y bufarán los eunucos.
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