Como se sabe, Aerolíneas Argentinas
suspendió las comisiones y e incentivos a los operadores turísticos
que vendían sus pasajes (tanto los de cabotaje como los
internacionales). Conclusión: Guerra. De pronto los grandes
operadores comenzaron a reprogramar los vuelos de la compañía
(culpándola, claro, pero quién puede saber la verdad) y dejaron de
ofrecer la opción Aerolíneas Argentinas para vuelos futuros (que
aparece en décimo lugar y con precios carísimos).
Yo había comprado en enero un vuelo a
Bogotá para asistir a un congreso a comienzos de junio. Las opciones
que me ofrecían para la reprogramación no sólo eran en vuelos con
conexiones (con escalas disparatadas, ¡en Miami!) sino mucho más
largos e inadecuados para mis compromisos laborales. La mejor opción,
se nos sugirió, era pedir un reembolso por un pasaje y comprar otro.
El pasaje que compré hace meses me costó 13.000 pesos. Ahora
debería pagar 24.000 (porque, claro, aquel dólar no es éste).
Después de cuatro horas de
negociaciones conseguí un pasaje adelantando la fecha: en lugar de
viajar un miércoles, viajaré un lunes, lo que me obliga a pagar dos
noches de hotel adicionales (que ni el operador ni la aerolínea
reconocen) y a reprogramar mi calendario de clases, con el
consecuente perjuicio para todes.
Queda claro que en la disputa por
millones de dólares entre la aerolínea de bandera y los operadores
turísticos, los pasajeros quedamos como rehenes sin derecho a la
palabra. Sea quien sea el responsable de las reprogramaciones, es
evidente que se trata de un chantaje de unos para con otros.
Sé que a partir de ahora no compraré
más pasajes en despegar (la operadora que modificó mi viaje, mi
presupuesto y una semana de mi vida laboral), por supuesto. Pero lo
más grave es el daño que produce la ruptura unilateral de un
sencillo contrato. Ya sabemos lo que viene después: “El que
depositó dólares, recibirá dólares”.
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