sábado, 2 de marzo de 2019

¡Hagan algo!

Por Daniel Link para Perfil



Y apareció un obrero (uno) y se pudrió todo. Y el soberano tartamudeó más que nunca “el año pasado, el año pasado”, y no pudo contestar el simple reclamo: “Hagan algo”. Hubiera dicho: estamos haciendo, estoy haciendo, estoy vendiendo mi fortuna para crear un fondo de asistencia y capacitación al obrero, porque me importa más el futuro de la patria que el futuro de mis empresas. Hubiera dicho: sé que soy culpable de todo, sé que los inútiles de los que me rodeo se dicen ministros pero no son más que bufones tarambanas que mandan los partes diarios del Reino a la sede del Imperio y se quedan esperando la aprobación por sus piruetas de salón de fiesta.

O lo hubiera abrazado fuerte y, fundido en un abrazo el obrero con el soberano, la historia habría entrado en un ralentí hasta detenerse totalmente, para empezar de nuevo, ahora sí, con esperanza. Estamos juntos, vamos a hacer algo.

El obrero no exigió “¡Váyanse!”, pidió “Hagan algo”. Y el abrazo que le dio el soberano fue casi un empujón, un “tomátelas”, incluso un pésame: lo siento, lo siento tanto, te acompaño en el sentimiento, andá a enterrar tus esperanzas. Y siguió adelante con la payasada de que está gobernando y de que tiene una idea, alguna, de lo que podría hacerse por el abandonado a su suerte.

El obrero podría haber preguntado: ¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra? ¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada la Muralla China? Para qué, si el soberano no tiene respuestas para el simple y patético “Hagan algo”.

El obrero se dio cuenta del significado de ese abrazo de pésame y consolación hipócrita y se retiró murmurando “la concha de mi hermana”. En la legendaria Atlántida, la noche en que el mar se la tragaba, los que se hundían, gritaban llamando a sus esclavos.

Ya llamarán de nuevo, los monarcas hundidos, a sus súbditos. Se están hundiendo por el peso de plomo de las respuestas que se guardan.



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