sábado, 3 de abril de 2021

¡Al infinito, y más allá!

Por Daniel Link para Perfil

Para toda la humanidad (Apple TV) empieza con una escena equívoca y brillante: en 1969, toda la humanidad sigue por TV el primer alunizaje. Cuando pone su pie en la luna, el cosmonauta pronuncia sus célebres palabras: lo ha hecho en nombre del estilo de vida marxista leninista”. Es que en esta versión alternativa de la historia, la Unión Soviética llega a la luna un mes antes que los norteamericanos.

A partir de ahí, todo es ligeramente distinto. Las misiones Apolo se suceden sin pausa. El segundo alunizaje soviético lleva, por primera vez, una cosmonauta a la luna.

La carrera espacial no se detiene y hacia el final de la primera temporada habrá dos bases lunares permanentes, una de cada potencia (se espían y se boicotean).

La segunda temporada comienza con sendas potencias dedicadas ya al extractivismo salvaje, la explotación mineral de la luna y la carrera espacial. Ted Kennedy es presidente. John Lennon está vivo, pero el Papa Juan Pablo Segundo fue asesinado. El imperio soviético no ha caído. Los transbordadores espaciales norteamericanos llegan a la luna cargados de astronautas de todos los géneros (y sexualidades) y todos los colores de piel, hay autos eléctricos y se preparan misiones a Marte y Mercurio.

La serie condensa lo peor de lo peor de la ideología: la paranoia política, el heroísmo americano y la conquista del espacio exterior como bandera que oculta las iniquidades en la Tierra.

Pero yo, culpable, la miro fascinado. Yo, que me abstengo de casi cualquier forma de propaganda política encubierta bajo la forma de un guion, sucumbo al encanto infantil de las bases lunares (yo tenía diez años cuando el alunizaje).

De esas aventuras y esas empresas sé todo lo que está mal y, al mismo tiempo, me entrego culposamente al placer de la ensoñación. La frase inicial del cosmonauta, además, me reconforta: el “estilo de vida marxista leninista” sigue sonando mejor que “la humanidad”.


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