sábado, 3 de julio de 2021

La lotería de Babilonia

Por Daniel Link para Perfil

Y sí, hermanes, quélevamohacé, Borges está siempre ahí, es lo más a mano para explicarnos el vértigo que nos domina. “Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de la realidad” dice (y al hacerlo hace coincidir nuestra voz con la suya) el narrador de “La lotería de Babilonia”, relato que ha sido leído como una alegoría del fascismo (la movilización total), de la democracia (la posibilidad de sustraerse a la fatalidad, a los dictados de las determinaciones), del peronismo (“los agentes de la Compañía usaban de las sugestiones y de la magia. Sus pasos, sus manejos, eran secretos. Para indagar las íntimas esperanzas y los íntimos terrores de cada cual, disponían de astrólogos y de espías” y “Los escribas prestan juramento secreto de omitir, de interpolar, de variar. También se ejerce la mentira indirecta.”)

Como esas cabezas forman hoy para nosotros parte de la misma Hidra, bien puede pensarse que el cuento cifra una postulación metafísica sobre Argentina.

He aplicado la interpretación babilónica a mi propio presente. La tirada de dados me favoreció con una primera dosis de la vacuna AstraZeneca (su versión indiana). No es que confíe más en su potencia de inmunización respecto de la de, digamos, Sputnik. Eso supondría alguna razón, completamente reñida con el azar. En este caso: AstraZeneca me permitirá atravesar fronteras una vez que complete mi esquema de vacunación, mientras que (por lo menos hasta ahora) Sputnik no.

¿Para qué someterme a una suerte inaudita? Tengo compromisos laborales allende los límites de la patria que debería atender, pero un nuevo giro de la rueda de la fortuna podría arrojarme a costas desconocidas.

Hoy conocemos un nuevo capricho de la lotería. En las siguientes semanas, sólo 600 personas por día de las miles que se han ido por diferentes razones (no haría falta invocar ninguna para viajar a donde uno se le dé la gana) podrán volver al suelo patrio. El número de desterrados crecerá exponencialmente hasta que en cada puerto aéreo del mundo haya una pequeña colonia habitando en carpas y aguardando la próxima suerte, una ficha imposible de prever dado el carácter completamente sobrehumano de la inteligencia que la fragua. ¿Seré parte de esos campamentos precarios cuyo objetivo último se nos escapa salvo como ejercicio de un poder subjetivo? “El pueblo logró que la Compañía aceptara la suma del poder público. (Esa unificación era necesaria, dada la vastedad y complejidad de las nuevas operaciones.)”

Esas operaciones, indiscernibles para el común de los mortales, afectan no sólo a la posibilidad de movimiento, sino también a los ingresos personales y a nuestra relación con el fisco. “La Compañía, con modestia divina, elude toda publicidad. Sus agentes, como es natural, son secretos; las órdenes que imparte continuamente (quizá incesantemente) no difieren de las que prodigan los impostores.”

Cada mañana es imprescindible que cada uno de los empleados de la Compañía (que es el único empleador del país, incluso cuando parezca haber otros) controlemos la danza de la fortuna (expresada en relaciones de cambio) para conocer cuántas monedas podremos ahorrar de nuestro salario o cuántas deberemos robar en la calle.

En un resultado de la lotería, se determinó el monto de la contribución que deberían realizar los inscriptos en el registro de artesanos y practicantes de las artes liberales. Un segundo resultado hizo que ese monto fuera retroactivo. La turbamulta elevó su voz destituyente. Un tercer resultado negó los anteriores (todo sucedió en el transcurso vertiginoso de media fase lunar) y transformó a los que antes eran deudores en acreedores del fisco.

“La Compañía (así empezó a llamársela entonces) tuvo que velar por los ganadores, que no podían cobrar los premios si faltaba en las cajas el importe casi total de las multas. Entabló una demanda a los perdedores: el juez los condenó a pagar la multa original y las costas o a unos días de cárcel. Todos optaron por la cárcel, para defraudar a la Compañía”, etcétera.

Por la sola fatalidad de ser argentino, “he conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre”.

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