Formada en la academia norteamericana ella debe confiar en la solidez de la autonomía universitaria y, todavía más, en la posibilidad de las soluciones inter pares. Sólo así se explican sus traspies judiciales.
Hace unos años concursó por un cargo en la Universidad de Buenos Aires (que, me consta, ganó con total equidad). Un complicado proceso de impugnaciones sucesivas llegó hasta la Corte Suprema de Justicia de la Nación que, en un escandaloso pero inevitable fallo, pidió la anulación del concurso y la remoción de la ganadora. Tuvo que salir a buscar trabajo. Naturalmente, lo consiguió de inmediato, en el ámbito privado.
Ella misma, tiempo después, ofició de jurado en un concurso de similares características al que la había tenido de protagonista, en una universidad del interior. El resultado no satisfizo a todos los que concursaban y desató las iras judiciales de una de las postulantes, que recurrió a los tribunales penales acusando al jurado de falsificación de documento público y otras horrísonas maniobras en su contra.
Ahora, ella está imputada y procesada en una causa de resolución incierta. No puede salir del país (ni siquiera para asistir a congresos, una de sus actividades predilectas) y se pregunta qué habrá hecho para merecer esto.
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Ya no hay vergüenza...
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