No es mi costumbre responder reseñas, pero la que salió en Ñ Clarín el 07/09/12 con el título "Una inmersión en el alma rusa" acerca de mi libro Las noches rusas me pareció t...
an desenfocada que no puedo menos de escribir una breve respuesta. Las noches rusas es un libro erudito que ha recibido críticas concienzudas, ponderadas y positivas: en Argentina fue nota de tapa en Radar y Guillermo Sacomano le dedicó tres páginas enteras del suplemento,
mientras Elvio Gandolfo se expidió en Perfil con una nota de página entera, sin contar con la de Alberto Manguel en El País de Madrid, y las notas aparecidas en Uruguay en El País Cultural, Caras y caretas y Ladiaria.
En cambio me pareció completamente desubicado el tono desdeñoso del reseñista de Ñ. Mi impresión es que no se tomó el trabajo de leer el libro de ochocientas páginas. Meramente instaló su prejuicio y su ignorancia tratando de parecer inteligente con un pase de birlibirloque lamentable. De hecho la única frase que cita está sacada de las páginas iniciales del libro. Sin duda se trata de una persona que carece completamente de conocimientos adecuados al tema, pero que ha tomado además una actitud arrogante y frívola ante Las noches rusas. De modo que escribo esta respuesta, que es respetuosa, meramente aclaratoria.
Según el reseñista de Las noches rusas en Ñ, el propósito de mi libro es encontrar el “alma rusa”. Ese no fue mi propósito; no creo en el alma rusa, ni en el alma argentina, ni en el alma uruguaya, ni en cualquier otra esencia o identidad de una vida y una cultura. El propósito manifiesto del libro, como establezco en el prólogo, es investigar el terror en Rusia bajo el régimen soviético.
El reseñista pretende que mi tratamiento de la historia rusa es “chato” porque no hago coincidir la acción política de Lenin con “la experiencia colectiva rusa”. Pero esa “experiencia colectiva” iba por caminos diferentes. Hay dos revoluciones rusas victoriosas. En primer lugar la revolución de 1905, que logró del zar la concesión de un parlamento electivo, legitimó a los partidos políticos, trajo un considerable relajamiento de la censura acerca de la actividad política y las costumbres, permitió el crecimiento de la prensa, la libertad progresiva de opinión y de crítica. Desde 1906 Rusia inició el camino de una monarquía parlamentaria.
En febrero de 1917, ocurrió la segunda revolución rusa. Debido al déficit de transportes que dificultaba el surtido de alimentos para Petrogrado, problemas relacionados con la Primera Guerra Mundial entonces en curso, una protesta iniciada en los barrios obreros de la capital industrial y la resistencia de los batallones de nuevos conscriptos a disparar contra los manifestantes, llevó a los generales del Alto Mando cercanos al frente de guerra a presionar al zar para que abdicase. La abdicación dejó un vacío de poder, que llenó su legítimo sucesor, el parlamento, resultado de las elecciones. Legitimado por elecciones, el parlamento llenó el hueco de poder. Este parlamento votó a un comité ejecutivo, formando el Gobierno Provisorio, integrado por algunos de sus miembros, a fin de convocar a elecciones de una Asamblea Constituyente que decidiese la constitución del gobierno de Rusia de acuerdo a la voluntad popular.
Este proceso fue interrumpido por el golpe de estado de Lenin en octubre de 1917. Es considerado por los historiadores el primer golpe de estado moderno, y un modelo para los que vinieron después. Con un reducido grupo paramilitar, la Guardia Roja, tomó control de los medios de comunicación, los teléfonos, telégrafos, y los centros neurálgicos de la administración, sitiando a los ministros del Gobierno Provisorio en el local donde sesionaban, el Palacio de Invierno. La poca simpatía de los militares derechistas, comprometidos en los escenarios de la guerra, por la vocación democrática del Gobierno Provisorio, hizo el resto. Al no apoyar al Gobierno de modo efectivo, los militares facilitaron el control de Lenin en la capital y luego, no sin resistencias, en Moscú. Al dar su golpe, Lenin quiso adelantarse a las elecciones de la Asamblea Constituyente, fijadas por el Gobierno Provisorio para noviembre de 1917. No obstante, la amplia presión popular y de los partidos políticos en favor de las elecciones obligó a Lenin a tolerarlas. Todavía no se había afianzado en el poder. Las elecciones tuvieron lugar en noviembre, como estaba programado, y es de notar el altísimo grado de participación, así como el hecho de que votaron también las mujeres, práctica no admitida aún en el resto de los países europeos. El resultado de estas elecciones universales fue desfavorable a Lenin. Su partido bolchevique logró un tercer puesto debajo de los partidos mayoritarios, el menchevique y el social revolucionario. Viendo que la Asamblea Constituyente, reunida el 5 de enero de 1918, no se doblegaría, Lenin la disolvió por la fuerza de la CHEKA después de un solo día de deliberaciones. La policía política, o CHEKA, creada por los bolcheviques un par de meses antes como instrumento de control, mató en el proceso a algunos de los recién electos diputados. Puede decirse que el golpe de Lenin fue doble, o en dos etapas: en octubre de 1917, al provocar el colapso del Gobierno Provisorio, y en enero de 1918, al disolver por la fuerza la Asamblea Constituyente.
A partir de la disolución violenta de la Asamblea Constituyente, la libertad de prensa y de expresión en Rusia acabaron. Lenin gobernó por el terror, y fue además un gran teórico del terror, como puede verse en los documentos que expongo en mi investigación. Pronto se deshizo de los otros partidos políticos, eliminando o desterrando a sus dirigentes, persiguiendo a sus partidarios, condenándolos en juicios espectáculo, actividad teatral en la que después descolló Stalin. Inventó e implementó los campos de concentración, o GULAG, después imitados por Hitler, mató un millón de personas en ejecuciones sumarias de la CHEKA, organizó junto a Trotski el Ejército Rojo, que le sirvió, entre otras cosas, para aplastar y gasear a las masivas rebeliones campesinas ante la confiscación forzosa del grano, y para masacrar a los marinos de la flota del Báltico en el holocausto de Kronstadt. La práctica bolchevique de confiscación forzosa del grano produjo una gran escasez, ya que los campesinos se resistían a cultivar. El hambre mató a cinco millones de personas entre 1920 y 1922.
Investigar el terror bajo el régimen de Hitler es considerado legítimo. ¿Encarnaba él “la experiencia colectiva alemana”? Al menos ganó una elección. Mientras Lenin jamás fue elegido por el pueblo. Pero algunos, incluido el reseñista, consideran que investigar el terror en relación a la Unión Soviética es ilegítimo. Desde el anarquista ruso Maximov (La guillotina en acción) pasando por Robert Conquest, por Richard Pipes, culminando en nuestros días con Orlando Figes, la bibliografía de los historiadores acerca del terror en Rusia bajo el régimen soviético inaugurado por Lenin es riquísima. A eso debemos agregar los monumentales testimonios literarios de Shalamov, Solzhenitzin, Nadezda Mandelstam, Eugenia Guinzburg, sólo para nombrar algunos de los más notorios, entre un mar de testimonios. Lo singular de mi cometido, en Las noches rusas, ha sido ocuparme de historia oral, recabando las voces de personas ancianas antes de que se perdieran, y también examinar las expresiones artísticas rusas como tareas de resistencia.
En Las noches rusas, en tanto literato e historiador, me ocupo de examinar la poesía, la música, el teatro rusos, como tareas de resistencia. Además recojo historias de vida de personas ancianas que vivieron bajo el sitio de Leningrado o actuaron en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial. Y en tercer lugar, en tanto historiador, me enfrento a los problemas políticos, económicos, y jurídicos del gobierno y la sociedad rusos. Cada registro (historia cultural, historia individual, historia del proceso político, económico y jurídico) arroja luz sobre los otros, para dar una impresión de historia viva, o historia en proceso, combinando la concretud individual con la visión panorámica. Sugiero, a quien se adentre en la lectura, que (aparte de los capítulos sobre cuestiones literarias y artísticas, y aparte de los testimonios o historias de vida) se detenga en el detallado capítulo acerca de Lenin, o en el capítulo acerca del mir – la comuna campesina creada por Alejandro II – o el Ejército Ruso de Liberación, o la colectivización forzosa de la agricultura, o la ley de 1934 que penalizó la homosexualidad. Lo curioso es que antes del período soviético Rusia era un país bastante tolerante con respecto a las sexualidades disidentes, mucho más tolerante que Inglaterra por ejemplo, y en general que el resto de Europa. Estos tópicos que he nombrado y otros exhiben los aportes de la investigación de archivos, de nuevos aportes bibliográficos, y suponen sin duda una puesta al día del relato del historiador. Los tópicos se pueden rastrear y cotejar a placer en el “Índice onomástico de personajes históricos” porque, fuera del estupor de la primera lectura, Las noches rusas, materia y memoria, es un libro de referencia.
Del modo en que tratemos la memoria de los demás depende el modo en que seremos tratados nosotros mismos. Los testimonios son duros: desde el relato de sobrevivientes del sitio nazi a Leningrado (Petersburgo) hasta el modus operandi de Stalin durante la guerra, hasta el periplo de los niños vascos refugiados que nunca pudieron volver a su tierra, uno tras otro, los relatos reviven tormentas y pesadillas, incomodan, pero asoman imprescindibles para atisbar una mirada diferente a circunstancias políticas y cotidianas que durante mucho tiempo fueron ocultadas por la desinformación y la propaganda. Con respecto a la Unión Soviética, cuando ya no se la puede defender, la mala fe y la irresponsabilidad buscan recubrirla de un manto de amnesia. Veinte años después del derrumbe de la Unión Soviética, una superstición residual, un dogma o sofisma irreductible, sigue las pautas de la desinformación y la propaganda que duraron setenta años. Pero hay allí mucho para descubrir y ponderar. Sólo que algunos no consideran de buen tono investigar el terror. Algunos todavía coquetean encima de millones y millones de asesinatos, negándolos o borrándolos. Esas personas, o bien carecen de sensibilidad para los derechos humanos, o tienen una sensibilidad curiosamente fracturada: los derechos pueden reclamarse para cierto país o enclave, pero no para otro país o enclave. Esta mentalidad hipócrita me da asco. Me parece que no se puede recubrir con un manto de amnesia cada período histórico que se ha sobrepasado. No entender el pasado quiere decir no entender de dónde venimos y flotar en un presente trivial y seguir creyendo en mentiras que se han probado falsas. Dar cuenta de algo quiere decir entenderlo, por un lado, y al entenderlo tomar en cuenta los sufrimientos, las injusticias, las humillaciones. Es una responsabilidad de la memoria.
Michel Foucault, entre otros, considera que no se puede inscribir el totalitarismo de Lenin como una etapa hacia la realización paulatina del estado de derecho. “El Estado providencia, el Estado de bienestar, no tiene la misma forma, ni a mi entender la misma cepa, el mismo origen que el Estado totalitario, sea nazi, fascista o estalinista. Querría indicarles que ese Estado que podemos calificar de totalitario, lejos de caracterizarse por la intensificación y la extensión endógena de los mecanismos estatales, ese Estado totalitario no es en absoluto la exaltación del Estado, sino que constituye por el contrario una limitación, una disminución, una subordinación de su autonomía, su especificidad y su funcionamiento característico. ¿Con respecto a qué? Con respecto a algo distinto que es el Partido. En otras palabras, la idea sería que el principio de los regímenes totalitarios no debe buscarse por el lado del desarrollo intrínseco del Estado y de sus mecanismos. Para decirlo de otro modo, el Estado totalitario no es el Estado administrativo del siglo dieciocho, el Polizeistaat del siglo diecinueve llevado al límite; ni el Estado burocratizado del siglo diecinueve llevado al límite. El Estado totalitario es algo diferente. Es menester buscar su principio no en la gubernamentalidad estatizante o estatizada, cuyo nacimiento presenciamos en los siglos diecisiete y dieciocho, sino justamente por el lado de una gubernamentalidad no estatal: en lo que podríamos llamar una gubernamentalidad de Partido. El Partido, esa organización muy extraordinaria, muy curiosa, muy novedosa, la muy novedosa gubernamentalidad de Partido, aparecida en Europa a fines del siglo diecinueve, es probablemente lo que está en el origen de algo como los regímenes totalitarios: el nazismo, el fascismo, el estalinismo.” (Nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, FCE, 2007, pp. 223-224) El “Partido” no es en verdad ni siquiera un partido político en el sentido jurídico del término, dentro de un Estado de derecho, un partido que compita en las elecciones con otros partidos y lleve a sus candidatos a un parlamento de representantes. El Partido nazi o el Partido comunista no es un partido, sino un “gang monopolístico” (Foucault dixit, y esto lo vio Bertold Brecht en La irresistible ascensión de Arturo Ui) que suprime la competencia y desguaza los dispositivos jurídicos del Estado de derecho, dejando sólo un aparato de dominación.
(gracias, D. B.)
mientras Elvio Gandolfo se expidió en Perfil con una nota de página entera, sin contar con la de Alberto Manguel en El País de Madrid, y las notas aparecidas en Uruguay en El País Cultural, Caras y caretas y Ladiaria.
En cambio me pareció completamente desubicado el tono desdeñoso del reseñista de Ñ. Mi impresión es que no se tomó el trabajo de leer el libro de ochocientas páginas. Meramente instaló su prejuicio y su ignorancia tratando de parecer inteligente con un pase de birlibirloque lamentable. De hecho la única frase que cita está sacada de las páginas iniciales del libro. Sin duda se trata de una persona que carece completamente de conocimientos adecuados al tema, pero que ha tomado además una actitud arrogante y frívola ante Las noches rusas. De modo que escribo esta respuesta, que es respetuosa, meramente aclaratoria.
Según el reseñista de Las noches rusas en Ñ, el propósito de mi libro es encontrar el “alma rusa”. Ese no fue mi propósito; no creo en el alma rusa, ni en el alma argentina, ni en el alma uruguaya, ni en cualquier otra esencia o identidad de una vida y una cultura. El propósito manifiesto del libro, como establezco en el prólogo, es investigar el terror en Rusia bajo el régimen soviético.
El reseñista pretende que mi tratamiento de la historia rusa es “chato” porque no hago coincidir la acción política de Lenin con “la experiencia colectiva rusa”. Pero esa “experiencia colectiva” iba por caminos diferentes. Hay dos revoluciones rusas victoriosas. En primer lugar la revolución de 1905, que logró del zar la concesión de un parlamento electivo, legitimó a los partidos políticos, trajo un considerable relajamiento de la censura acerca de la actividad política y las costumbres, permitió el crecimiento de la prensa, la libertad progresiva de opinión y de crítica. Desde 1906 Rusia inició el camino de una monarquía parlamentaria.
En febrero de 1917, ocurrió la segunda revolución rusa. Debido al déficit de transportes que dificultaba el surtido de alimentos para Petrogrado, problemas relacionados con la Primera Guerra Mundial entonces en curso, una protesta iniciada en los barrios obreros de la capital industrial y la resistencia de los batallones de nuevos conscriptos a disparar contra los manifestantes, llevó a los generales del Alto Mando cercanos al frente de guerra a presionar al zar para que abdicase. La abdicación dejó un vacío de poder, que llenó su legítimo sucesor, el parlamento, resultado de las elecciones. Legitimado por elecciones, el parlamento llenó el hueco de poder. Este parlamento votó a un comité ejecutivo, formando el Gobierno Provisorio, integrado por algunos de sus miembros, a fin de convocar a elecciones de una Asamblea Constituyente que decidiese la constitución del gobierno de Rusia de acuerdo a la voluntad popular.
Este proceso fue interrumpido por el golpe de estado de Lenin en octubre de 1917. Es considerado por los historiadores el primer golpe de estado moderno, y un modelo para los que vinieron después. Con un reducido grupo paramilitar, la Guardia Roja, tomó control de los medios de comunicación, los teléfonos, telégrafos, y los centros neurálgicos de la administración, sitiando a los ministros del Gobierno Provisorio en el local donde sesionaban, el Palacio de Invierno. La poca simpatía de los militares derechistas, comprometidos en los escenarios de la guerra, por la vocación democrática del Gobierno Provisorio, hizo el resto. Al no apoyar al Gobierno de modo efectivo, los militares facilitaron el control de Lenin en la capital y luego, no sin resistencias, en Moscú. Al dar su golpe, Lenin quiso adelantarse a las elecciones de la Asamblea Constituyente, fijadas por el Gobierno Provisorio para noviembre de 1917. No obstante, la amplia presión popular y de los partidos políticos en favor de las elecciones obligó a Lenin a tolerarlas. Todavía no se había afianzado en el poder. Las elecciones tuvieron lugar en noviembre, como estaba programado, y es de notar el altísimo grado de participación, así como el hecho de que votaron también las mujeres, práctica no admitida aún en el resto de los países europeos. El resultado de estas elecciones universales fue desfavorable a Lenin. Su partido bolchevique logró un tercer puesto debajo de los partidos mayoritarios, el menchevique y el social revolucionario. Viendo que la Asamblea Constituyente, reunida el 5 de enero de 1918, no se doblegaría, Lenin la disolvió por la fuerza de la CHEKA después de un solo día de deliberaciones. La policía política, o CHEKA, creada por los bolcheviques un par de meses antes como instrumento de control, mató en el proceso a algunos de los recién electos diputados. Puede decirse que el golpe de Lenin fue doble, o en dos etapas: en octubre de 1917, al provocar el colapso del Gobierno Provisorio, y en enero de 1918, al disolver por la fuerza la Asamblea Constituyente.
A partir de la disolución violenta de la Asamblea Constituyente, la libertad de prensa y de expresión en Rusia acabaron. Lenin gobernó por el terror, y fue además un gran teórico del terror, como puede verse en los documentos que expongo en mi investigación. Pronto se deshizo de los otros partidos políticos, eliminando o desterrando a sus dirigentes, persiguiendo a sus partidarios, condenándolos en juicios espectáculo, actividad teatral en la que después descolló Stalin. Inventó e implementó los campos de concentración, o GULAG, después imitados por Hitler, mató un millón de personas en ejecuciones sumarias de la CHEKA, organizó junto a Trotski el Ejército Rojo, que le sirvió, entre otras cosas, para aplastar y gasear a las masivas rebeliones campesinas ante la confiscación forzosa del grano, y para masacrar a los marinos de la flota del Báltico en el holocausto de Kronstadt. La práctica bolchevique de confiscación forzosa del grano produjo una gran escasez, ya que los campesinos se resistían a cultivar. El hambre mató a cinco millones de personas entre 1920 y 1922.
Investigar el terror bajo el régimen de Hitler es considerado legítimo. ¿Encarnaba él “la experiencia colectiva alemana”? Al menos ganó una elección. Mientras Lenin jamás fue elegido por el pueblo. Pero algunos, incluido el reseñista, consideran que investigar el terror en relación a la Unión Soviética es ilegítimo. Desde el anarquista ruso Maximov (La guillotina en acción) pasando por Robert Conquest, por Richard Pipes, culminando en nuestros días con Orlando Figes, la bibliografía de los historiadores acerca del terror en Rusia bajo el régimen soviético inaugurado por Lenin es riquísima. A eso debemos agregar los monumentales testimonios literarios de Shalamov, Solzhenitzin, Nadezda Mandelstam, Eugenia Guinzburg, sólo para nombrar algunos de los más notorios, entre un mar de testimonios. Lo singular de mi cometido, en Las noches rusas, ha sido ocuparme de historia oral, recabando las voces de personas ancianas antes de que se perdieran, y también examinar las expresiones artísticas rusas como tareas de resistencia.
En Las noches rusas, en tanto literato e historiador, me ocupo de examinar la poesía, la música, el teatro rusos, como tareas de resistencia. Además recojo historias de vida de personas ancianas que vivieron bajo el sitio de Leningrado o actuaron en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial. Y en tercer lugar, en tanto historiador, me enfrento a los problemas políticos, económicos, y jurídicos del gobierno y la sociedad rusos. Cada registro (historia cultural, historia individual, historia del proceso político, económico y jurídico) arroja luz sobre los otros, para dar una impresión de historia viva, o historia en proceso, combinando la concretud individual con la visión panorámica. Sugiero, a quien se adentre en la lectura, que (aparte de los capítulos sobre cuestiones literarias y artísticas, y aparte de los testimonios o historias de vida) se detenga en el detallado capítulo acerca de Lenin, o en el capítulo acerca del mir – la comuna campesina creada por Alejandro II – o el Ejército Ruso de Liberación, o la colectivización forzosa de la agricultura, o la ley de 1934 que penalizó la homosexualidad. Lo curioso es que antes del período soviético Rusia era un país bastante tolerante con respecto a las sexualidades disidentes, mucho más tolerante que Inglaterra por ejemplo, y en general que el resto de Europa. Estos tópicos que he nombrado y otros exhiben los aportes de la investigación de archivos, de nuevos aportes bibliográficos, y suponen sin duda una puesta al día del relato del historiador. Los tópicos se pueden rastrear y cotejar a placer en el “Índice onomástico de personajes históricos” porque, fuera del estupor de la primera lectura, Las noches rusas, materia y memoria, es un libro de referencia.
Del modo en que tratemos la memoria de los demás depende el modo en que seremos tratados nosotros mismos. Los testimonios son duros: desde el relato de sobrevivientes del sitio nazi a Leningrado (Petersburgo) hasta el modus operandi de Stalin durante la guerra, hasta el periplo de los niños vascos refugiados que nunca pudieron volver a su tierra, uno tras otro, los relatos reviven tormentas y pesadillas, incomodan, pero asoman imprescindibles para atisbar una mirada diferente a circunstancias políticas y cotidianas que durante mucho tiempo fueron ocultadas por la desinformación y la propaganda. Con respecto a la Unión Soviética, cuando ya no se la puede defender, la mala fe y la irresponsabilidad buscan recubrirla de un manto de amnesia. Veinte años después del derrumbe de la Unión Soviética, una superstición residual, un dogma o sofisma irreductible, sigue las pautas de la desinformación y la propaganda que duraron setenta años. Pero hay allí mucho para descubrir y ponderar. Sólo que algunos no consideran de buen tono investigar el terror. Algunos todavía coquetean encima de millones y millones de asesinatos, negándolos o borrándolos. Esas personas, o bien carecen de sensibilidad para los derechos humanos, o tienen una sensibilidad curiosamente fracturada: los derechos pueden reclamarse para cierto país o enclave, pero no para otro país o enclave. Esta mentalidad hipócrita me da asco. Me parece que no se puede recubrir con un manto de amnesia cada período histórico que se ha sobrepasado. No entender el pasado quiere decir no entender de dónde venimos y flotar en un presente trivial y seguir creyendo en mentiras que se han probado falsas. Dar cuenta de algo quiere decir entenderlo, por un lado, y al entenderlo tomar en cuenta los sufrimientos, las injusticias, las humillaciones. Es una responsabilidad de la memoria.
Michel Foucault, entre otros, considera que no se puede inscribir el totalitarismo de Lenin como una etapa hacia la realización paulatina del estado de derecho. “El Estado providencia, el Estado de bienestar, no tiene la misma forma, ni a mi entender la misma cepa, el mismo origen que el Estado totalitario, sea nazi, fascista o estalinista. Querría indicarles que ese Estado que podemos calificar de totalitario, lejos de caracterizarse por la intensificación y la extensión endógena de los mecanismos estatales, ese Estado totalitario no es en absoluto la exaltación del Estado, sino que constituye por el contrario una limitación, una disminución, una subordinación de su autonomía, su especificidad y su funcionamiento característico. ¿Con respecto a qué? Con respecto a algo distinto que es el Partido. En otras palabras, la idea sería que el principio de los regímenes totalitarios no debe buscarse por el lado del desarrollo intrínseco del Estado y de sus mecanismos. Para decirlo de otro modo, el Estado totalitario no es el Estado administrativo del siglo dieciocho, el Polizeistaat del siglo diecinueve llevado al límite; ni el Estado burocratizado del siglo diecinueve llevado al límite. El Estado totalitario es algo diferente. Es menester buscar su principio no en la gubernamentalidad estatizante o estatizada, cuyo nacimiento presenciamos en los siglos diecisiete y dieciocho, sino justamente por el lado de una gubernamentalidad no estatal: en lo que podríamos llamar una gubernamentalidad de Partido. El Partido, esa organización muy extraordinaria, muy curiosa, muy novedosa, la muy novedosa gubernamentalidad de Partido, aparecida en Europa a fines del siglo diecinueve, es probablemente lo que está en el origen de algo como los regímenes totalitarios: el nazismo, el fascismo, el estalinismo.” (Nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, FCE, 2007, pp. 223-224) El “Partido” no es en verdad ni siquiera un partido político en el sentido jurídico del término, dentro de un Estado de derecho, un partido que compita en las elecciones con otros partidos y lleve a sus candidatos a un parlamento de representantes. El Partido nazi o el Partido comunista no es un partido, sino un “gang monopolístico” (Foucault dixit, y esto lo vio Bertold Brecht en La irresistible ascensión de Arturo Ui) que suprime la competencia y desguaza los dispositivos jurídicos del Estado de derecho, dejando sólo un aparato de dominación.
(gracias, D. B.)
2 comentarios:
Tampoco había leído muy bien que digamos la novela de Mey y Stefanoni; chicos: con la contratapa no alcanza para reseñar...
Yo fui y compré el libro. Nada de lo ruso (en castellano) me es ajeno.
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