Por Daniel Link para Perfil
Como en el caso del I Ching, el libro En busca del tiempo perdido contiene todas las respuestas a cualquier pregunta. En el final de la segunda parte de Por el camino de Swann, Marcel Proust le hace pensar a Charles Swann unas palabras terribles e indelebles: “Cada vez que pienso que he malgastado los mejores años de mi vida, que he deseado la muerte y he sentido el amor más grande de mi existencia, todo por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo!...”.
No hay caso: en los tomos siguientes de la Recherche, Swann se habrá casado con esa mujer que ama más allá de sus fuerzas, más allá de las convenciones sociales (Odette era una cocotte, lo que hoy llamamos “gato” del París finisecular) y más allá de sus propios gustos.
El narrador proustiano, siendo niño, ya había conocido a ese personaje cuya belleza sólo podía competir con la vulgaridad de sus outfits antes de convertirse en Odette y en Mme. Swann, una “dama de rosa” por entonces amante de su tío, y le había sorprendido uno de los rasgos más estúpidos de la pobre inteligencia de Odette: el uso indiscriminado de expresiones en inglés como signo de un estatus pretendido: «-¡Ves qué amable! Es muy galante, y ya le llaman la atención a las mujeres; sale a su tío. Será un perfecto gentleman -dijo apretando un poco los dientes para dar a la frase un leve acento británico-. ¿No podría ir un día a casa a tomar a cup of tea...?»
El joven narrador recibirá, en A la sombra de las muchachas en flor, repetidas invitaciones a tomar el té (“como usted lo toma en su studio”, “le haremos toasts”) y elogios a su vieja nurse.
Para desesperación del narrador, “Swann estaba ciego, en lo que hacía a Odette, no sólo para aquellas lagunas de su educación, sino para lo mediocre de su inteligencia”. Una y otra cosa se manifiestan en los latiguillos en inglés que Odette le propina incesantemente o en la costumbre “de gritar mucho para que la oyeran todos los fieles”.
Como de todo se aprende (incluso del fracaso) el narrador proustiano sostiene la conclusión de que “en muchos hogares es usual esa sumisión de los espíritus selectos a los vulgares”.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 3 semanas.
7 comentarios:
I love! Jejejeje. Hermosa metáfora del uso de la Reina Cristina de su ascenso de clase, Chapeau, mon cherie!
"en muchos hogares es usual esa sumisión de los espíritus selectos a los vulgares”.
¿Cómo el Unitario en el Matadero?
pd: Felicitaciones querido profesor por publicar en e-books y ojalá que algún día aparezcan los ensayos y críticas literarias también.
Abrazo
como una artista que acepta banalizar su talento para no hacerle sombra al talento mediocre de su marido.
Tal vez la sumisión tenga que ver con la aparente livertad del espíritu vulgar que parece hacer lo que quiere cuando quiere y como quiere.
Quizás el selecto, por su estructura, debe contenerse en las reglas que lo forman desea esa libertad.
No, Federico, el unitario de El matadero no practica ninguna sumusión a la "chusma federal". Los provoca, intenta humillarlos, les habla "difícil", quiere sobresalir. Eso demuestra que, lejos de Swann, es un boludo.
el lujo es vulgaridad
not only eso but also los que dicen "amo tal cosa"
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