Soy bastante afecto a las genealogías. Y a la televisión, por cierto. Anoche, como no encontraba nada que satisficiera ninguna de esas dos pasiones en mis canales habituales de entretenimiento, me detuve en Encuentro, donde estaban pasando un documental sobre Martin Heidegger, doblado en argentina (las voces sonaban raras, pero me resultaba divertido imaginar a María Pía y sus amigos haciendo esos roles).
De pronto, en la casa de campo de Heidegger, apareció su hijo Hermann, mostrando donde vivió y trabajó el filósofo más influyente desde Aristóteles (eso decía el documental y creo que es cierto).
Hermann mostraba la fuente que le encantaba escuchar a Martin mientras trabajaba, los caminos por los que caminaba, y abrió la puerta de su estudio. En una muy desprovista biblioteca, en el fondo, se veía una caja de Trivial Pursuit.
Mi marido, que no gusta ni de la filosofía ni de sus exposiciones televisivas me hizo notar el disturbio ("el punctum" podría decirse). "No podés....", musitó.
Le pasé el control remoto, le dí un beso, me di vuelta y cerré los ojos para dormirme, pensando en las distancias abismales que hay entre una generación y otra, entre padre e hijo (un hijo que juega al trivial con su mujer en el estudio donde su padre reiventó la filosofía me pareció una escena más sádica que la señorita Vinteuil besando a sus amantes delante del retrato de su padre), entre la filosofía y la televisión.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 3 semanas.
2 comentarios:
Cada vez es más fácil de comprobar que ya no hay narración...
Podés imaginar que el intelecto se comporta atravez de las generaciones como las olas.
En algunas familias, cada tanto, aparecen intelectos de 30 metros de alto y luego la calma. Aunque, casi siempre, las olas apenas tienen unos metros y se repiten hasta el infinito.
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