sábado, 29 de noviembre de 2014

La salud de los enfermos

Por Daniel Link para Perfil

El destino del roble enfermo de la casa suburbana donde yo pensaba pasar mis últimos días (“Mea requiem”, la llamamos, y en el portón pusimos un cartel que dice “Cave Canem”, Cuidado con el Perro, que trajimos de Roma) ha mejorado con el correr de las semanas. Los fungicidas que le insertaron en la corteza según prescripción de los especialistas que lo visitaron parecen haber dado resultado y lentamente la copa vuelve a reverdecer.

Descubrimos, por otro lado, que una intervención arquitectónica muy mal pensada había provocado la podredumbre de buena parte de la base del tronco (lo que, naturalmente, explica que el gigante hubiera sido víctima de los parásitos minúsculos que lo atacaron al comienzo de la primavera) y hubo que limpiar el agujero, luego pintar el interior con sulfato de cobre y, finalmente, rellenarlo con material para evitar mayores daños.
El asunto provocó una crisis familiar de considerables proporciones porque yo me di cuenta de que si el roble se moría yo no iba a poder soportar vivir en esa casa sin su sombra majestuosa. Me dediqué a diseñar proyectos alternativos para mi retiro del mundo, asunto para el que tengo diez o quince años por delante (y como he dedicado los últimos veinte a un destino que ya creía resuelto, pensé que el tiempo no me iba a alcanzar). Ahora todo volvió a una seudo-normalidad y ya empezamos a encarar las tareas de jardinería propias del verano (la reposición de las lámparas para las luces exteriores, ténganlo en cuenta los señores del INDEC, nos costó cerca de 3.000 pesos).
Mi familia no entiendió mi posición (de “drama queen”, lo admito) y todos creyeron que exageraba o que mentía y dejaron de hablarme del “problema”. Yo le pasé las escrituras de la casa a mi hija para que, por si acaso, la pusiera a su nombre y al de su hermano y empezaran a hacerse cargo del mantenimiento. Fue una buena ocurrencia, con independencia de la salud del roble, que además me sirvió para pensar en mi propia declinación.
Me doy cuenta de que soy capaz de soportar casi todo, salvo lo irreparable, y he conectado con la suerte de ese árbol la de mi vida... dañada.
Al escribir estas palabras crueles (para conmigo mismo) me acuerdo del Adorno de Mínima Moralia y voy a ver si allí dice algo de robles (porque habla sobre todos los asuntos). El buscador encuentra la secuencia de letras, pero incorporada a la palabra “p-roble-ma”.
Para mí, como para Mínima Moralia, el roble es el corazón del problema, y de ahí mi tristeza de habitante de un país irredento, con muchos muertos que lo visitan en sus sueños, ante la imposiblidad de ver las cosas desde la perspectiva de la redención. 
Como yo, a diferencia de Adorno, no pienso que “la pregunta por la realidad o irrealidad de la redencion misma resulta poco menos que indiferente”, me desespera la desesperanza: la mera posiblidad de que la redención no pueda ya estar en el horizonte de mi suburbio.


3 comentarios:

Julia dijo...

Me alegro mucho de que el roble se esté curando, es una suerte que lo hayan detectado a tiempo. Te entiendo perfectamente y sin duda que era una situación para ser todo lo drama queen que diera. ¿No nos mostrás una foto del susodicho (en su época de gloria o ahora, rehabilitándose)? Seguro que el Artista del Momento puede hacerle una producción preciosa.

Diego C. dijo...

Lo del p(roble)ma de Adorno es divino.

federico carugo dijo...

¿Ya le entregaste la escritura de la casa a tu hija? Mucho cuidado, estimado profesor: El Rey Lear desterró a su hija más pequeña y repartió la herencia entre las dos mayores. Luego, el Rey Lear vagó por toda la comarca como un loco y sus hijas mayores no se hicieron cargo de él. Lo rescató la más pequeña. ¡Ojo profesor, ojo! :D