Un hombre de conciencia
por Daniel Link para Perfil
Patricia Walsh y yo sabíamos que, en
algún momento, deberíamos explicar la página que, deliberadamente,
incluimos en Ese hombre y otros papeles personales.
Corresponde a una anotación que Rodolfo Walsh hace el domingo 19 de
febrero de 1961, mecanografiada (aparentemente se trataba de tres
folios, de los que falta el primero).
La semana pasada Guillermo Piro me
mandó un correo electrónico alarmado, porque en Twitter se
asociaban dos nombres de diferente categoría con abrumadora certeza:
“Walsh, pedófilo”.
Me acordé inmediatamente de esa página
que incorporamos al libro que recopila los restos de escritura que
consiguieron salvarse del secuestro y el asesinato de Rodolfo Walsh.
El fragmento (destinado a ser
literatura por un conjunto de marcas que así lo explicitan), se
complementa con el cuento inconcluso, fechado el 6.3.65, “Adiós a
La Habana”, también en el libro.
“Mi
última noche en La Habana fue misteriosa. Me sobraban cincuenta
pesos y me puse a pensar en Ziomara con su cintura tan fina y su
rostro oscuro hierático”, escribe Walsh y .
cuenta
haber concurrido al Music-Box, donde Ziomara no estaba. En su lugar,
se pone a conversar con “Zoila Estrella”, una muchacha que “tenía
16 años y era muy bonita”. A ella no le gustaba ejercer la
prostitución, pero su madre no podía darle cobijo porque trabajaba
de criada. Sus seis hermanos tampoco le daban nada sino que, por el
contrario le pedían. Walsh escribe: “Yo he leído estas cosas,
pero igual era espantoso, y tenía muchas ganas de acostarme con
ella”, con Soy la Estrella (así transcribe Walsh ese nombre
inverosímil).
Ya
en el hotel, Zoila confiesa que está embarazada. El narrador
reflexiona: “Hay pensamientos de placer en la maldad, coger a una
niña embarazada de 16 años, empujar hasta el fondo y sentirse un
maldito, que se joda, jodámonos todos”.
Según
el relato, naturalmente, no hay consumación del acto sexual, sino
que el personaje “se cobra” los diez pesos que ha pagado
“retándola, suavemente, como corresponde a un señor”. “Yo
le daba consejos, tienes que ir a la Federación de Mujeres, tienen
que atenderte, no puedes hacer más esto, te pones en peligro,
comprometes al hombre que se acuesta contigo –eso no, dijo con
orgullo–, y era un objeto de horror”.
“En
la esquina le dije: «Si pudiera ayudarte, te ayudaría, pero no
puedo darte más que un consejo, no hagas más esto»”. “«Usted
es un hombre de conciencia», dijo, y me puso la mano en alguna parte
del brazo y se fue, un objeto de horror”.
Lo
que Walsh subraya en ese fragmento, que puede tener sustento
biográfico o no, es precisamente el ser “un hombre de conciencia”.
La frase se repite dos veces, sin mayor necesidad.
Lo
que habría que discutir no es si Walsh fue un pedófilo (queda claro
que, en este fragmento de escritura, que él no se acostó con la
chica de 16 años embarazada sino que le indicó una salida
diferente) sino si su conciencia del horror (es lo otro que se
repite) era la adecuada para la circunstancia en la que el personaje
se ve envuelto.
Me
resulta difícil entender el odio y la ignorancia con la que ese
texto ha sido manipulado para convertir a Walsh en algo que no fue.
Basta con leer una sola página de su obra para entender lo que quiso
decirnos.
Y
sin embargo, las bestias, ciegas, escribieron “Rodolfo Walsh,
asesino y pedófilo” en un monumento en La Plata en 2014 y, desde
entonces la especie, falsa, malintencionada, psicótica, no ha cesado
de multiplicarse sin que nadie lea la página que acabo de glosar.
En
su papeles, Walsh cuenta varios encuentros con putas de La Habana,
pero ninguno lo enfrenta a “un mundo que se cae” como éste que
no se concreta, pese a los dictados del cuerpo, porque la conciencia
manda.
Como
editor de ese libro no esperaba algo semejante. Sí, por cierto, que
se comprendiera que ese “hombre de conciencia” tuvo que convivir
en Cuba con un cuerpo que le dictaba: “Me gustaría ir a Bahía y
ser un negro. Trabajar con los negros y coger con las negras y
aprender a cantar y a bailar”.
Que
bufen los eunucos de la ultraderecha. Walsh, eso es un gran escritor,
nos sigue interpelando. Eso sí: lean, che.
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