Para una historia del "No hay plata"
Para una historia del "No hay plata"
Por Daniel Link para Perfil
Una apoteosis involucra un proceso de transformación de la naturaleza humana en divina. La muerte de Beatriz Sarlo nos enfrenta a la potencia de su ausencia. Nosotras, quienes crecimos bajo su influjo, elegimos seguir preguntándole cosas, como se hace con las divinidades tutelares.
¿Qué agregar sobre Beatriz y su conocimiento inmenso de la cultura argentina (desde la gauchesca hasta las marchas de piqueteros durante el gobierno de Alberto Fernández)?
Yo quisiera empezar por acá: el lugar donde Beatriz brilló con más entusiasmo personal y con mayor irradiación de efectos fue la Facultad de Filosofía y Letras, que la maltrató sistemáticamente. Allí dio sus cursos, dirigió tesis, formó docentes e investigadores y despertó la antipatía mezquina de la institución.
Beatriz era muy enfática en sus juicios y tenía gustos (para mí) extravagantes. De sus muchos análisis (por razones incomprensibles, sus colegas le negaban ese talento) yo recuerdo particularmente el del cuento de Cortázar “La noche boca arriba”, que nunca hubiera podido leer desde esa perspectiva por mi mismo (no lo reproduzco: está en Literatura / Sociedad, búsquenlo). Con una beca que le dio no sé quién ensayó algo inédito: leer un corpus enorme de literatura sentimental como se leen los monumentos literarios (porque esas ficciones habían cumplido un papel decisivo en la formación de públicos y de hábitos). No sólo se trataba de correrse del lugar de “mandarinato” para examinar los bordes mismos de lo canónico sino también de proponer un análisis “cuantitativo” que no tenía antecedentes ni herramientas, por entonces. Eso se lee en El imperio de los sentimientos, que es también un homenaje a Roland Barthes, a quien admiraba tanto como cualquier otra profesora argentina.
Beatriz militaba en muchas causas perdidas, sobre todo porque detestaba el sentido común que, cada vez más, domina el mundo intelectual y periodístico (“sentido común” en el sentido de enunciados sin potencia y casi sin significado que se pronuncian por mera pulsión repetitiva, y que integran la nube hedionda de “boludeces” con las que estamos condenados a vivir). Hace muchos, muchos años, me confesó que ella siempre se había equivocado políticamente. Era una constatación dolorosa porque para ella la política era una capa esencial de su vida: no sólo un interés, sino algo que organizaba su experiencia.
Tituló No entender a la autobiografía que alcanzó terminar justo antes de su último suspiro. Yo le alabé ese título porque me parecía (más allá de su justeza, que habría que poner en entredicho) que es la mejor manera de evaluar la propia vida: no como un camino recto hacia la propia consagración, no como una serie de pasos que prefiguran los grandes movimientos por las que se recordará a alguien, sino por los pasos mal dados, por el tiempo perdido, por las hipótesis desencaminadas y las confusiones.
En los últimos años se había convertido en un personaje público al que le preguntaban su opinión sobre cualquier cosa. Como los trabajos son los trabajos, Beatriz no se negaba a esas requisitorias y las transformaba en episodios de rigor intelectual.
Las cacatúas universitarias negaban con la cabeza, porque les parecía que con esas intervenciones se “rebajaba” a niveles que no se correspondían con la autoridad que da el magisterio. Los mayores ataques los recibió cuando escribió para la revista Viva, adoptando un registro que, cuando publicó esas columnas dominicales como libro, algunos empezaron a entender como el gesto vanguardista que había representado.
No se puede resumir todo el trabajo de Beatriz y el conjunto de saberes que manejaba (algunos de los cuales puso en crisis) en cuatro palabras. Tampoco tiene mucho sentido llorarla y nada más. Ahora hay que establecer su archivo, examinar las marcas en los libros de su biblioteca, reconstruir la marcha de un pensamiento que fue siempre un estímulo para nosotras, estuviéramos o no de acuerdo con ella.
Le gustaba firmar los correos que me mandaba como Tante. En una ocasión, en las vísperas de un viaje suyo a Viena, le pedí que participara virtualmente de un coloquio. “Nunca hice nada por zoom. Es la total pérdida del aura. Con la poca aura que se tiene, es quedar a oscuras y ya es bastante la propia oscuridad”.
Como se ve, más allá del título de su autobiografía, Beatriz algo entiende, todavía.
por Daniel Link para Radio Nacional:
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A las capas medias, le importó poco durante varios años del menemismo. La corrupción kirchnerista tampoco dejó a nadie sin dormir mientras las cosas anduvieron bien. Por otra parte, la corrupción no es simplemente un tema moral, sino que se combina con las condiciones de vida. El treinta por ciento de pobres, seguramente perjudicados por un Estado donde hay corruptos, no piensa su situación en términos morales, sino como verdadera injusticia. Evadir impuestos es una de las formas más estables de la corrupción, y no la practican sólo los políticos.
No podía pensar mi vida fuera de Buenos Aires. Además, me gusta tomar algunos riesgos.
En un estante de la biblioteca, una botella de Coca Cola, dentro de la que coloqué la pluma que me dio la Academia Nacional de Periodismo. Su unión inesperada me gusta mucho. Sobre ese mismo estante, un programa de la Sala Lugones con una foto de un filme de Ozu. Un poco más abajo, la Historia de San Martín, de Bartolomé Mitre, primera edición, que fue de mi padre, y me gusta pensar que es la misma que seguramente estaba en la casa paterna de Borges. En la pared opuesta, un cuadrado de madera blanca, que colgué como imitación casera de Blanco sobre blanco de Malevich. En ángulo, una foto de Facundo de Zuviría, un dibujo de Juan Pablo Renzi, otro de Eduardo Stupía y tres grabados que fueron tapa de la revista Punto de Vista.
Dios reside en esta pregunta y en todas las que se interrogan sobre su existencia.
El gobierno kirchnerista solo recibía al periodismo que lo apoyaba. Me pareció que quienes lo criticábamos debíamos hacer lo contrario y enfrentar posiciones diferentes.
No me sentiría muy cómoda escuchando una buena parte de las conversaciones que se mantienen alrededor de esa mesa. “Cada gato por su pared” es una buena definición de pluralismo en ciertas circunstancias. Soy un animal medio solitario, que trata de elegir las paredes sobre las que hace equilibrio.
Las ciudades fueron siempre espacios de atracción magnética. Soy vagabunda. Los medios, por otra parte, son inevitables. Allí no busco, sino que los temas se me aparecen, como si estuvieran iluminados por un foco.
Tienen la fuerza de la costumbre; la facilidad de lo conocido; la persistencia de los juicios sencillos y, a veces, exactos; la amabilidad niveladora del lugar donde todos tienen la ilusión de entenderse.
La política es una parte importante e intensa de mi vida. He sido militante de la izquierda, y, muy joven, en el peronismo. He estado muy cerca de algunos dirigentes; hablo con muchos de ellos. Mal o bien, escribo sobre política en los diarios. Por lo tanto, conozco y evalúo las cambiantes alternativas muchos meses antes de las elecciones. Antes del domingo electoral, acostumbro hacer pública mi opción, por escrito, en alguna nota. El voto secreto es una protección para los ciudadanos que puedan ser presionados o sometidos a represalias. Pero, en países democráticos, los intelectuales estamos en condiciones de dar a conocer la opción electoral, en lugar de obligar a la gente, que eventualmente nos lea, a hacer conjeturas.
El estrellato mediático. También la tendencia a convertir la noticia en crónica (esto sucede especialmente con las policiales y de vida cotidiana). De otro riesgo somos responsables quienes escribimos notas de opinión, cuya relevancia es hoy mucho mayor que hace tres décadas, y encierran el peligro de la repetición y el autocentramiento. Por supuesto, estos riesgos tienen como escenario una esfera pública democrática. Quienes viven en Venezuela, Cuba o Nicaragua corren peligros que no tienen que ver con los géneros periodísticos sino con las posiciones políticas.
Son las circunstancias las que definen los instrumentos. En una manifestación masiva, revolear una piedra no es un sacrilegio contra la paz social. Cortar, con un tijeretazo, la lectura de un discurso político insustancial o reiterativo, sintetizarlo críticamente, es ejercer el derecho al juicio de calidad. El papel, de todas maneras, resulta casi siempre más saludable y, a veces, intelectualmente más productivo.
A mi forma de hablar. A la ironía, que es la nota más fuerte de casi todo lo que digo. A la agresión, cuando la ironía se me vuelve ingobernable.
Recibí la muñeca que regalaba la Fundación para Reyes. Era 1952. Internada en el hospital Pirovano, fui beneficiaria de un incesante desfile de entretenimientos y regalos para las fiestas de fin de año. Mi familia, gorila sin vacilaciones, desaprobaba esos regalos a los que venía adosada una estampilla con la imagen de Eva. Yo, en cambio, la pasé extraordinariamente bien.
La política prefiere sujetos “normalizados”. El votante también. Las convicciones tienden a ser arcaicas. La cuestión no es qué prefieren las eventuales mayorías, sino abrir un espacio liberado de prejuicios para los nuevos sujetos políticos.
¿Para qué sirvió Sarmiento antes de ser presidente, cuando escribió el Facundo? ¿Para que sirvió Alberdi? ¿Para qué sirvió Sartre? ¿Para qué sirvieron Martínez Estrada, Victoria Ocampo o Sebreli? ¿Para qué sirvió José Aricó cuando, en el exilio, continuó su obra de editor y organizador de ideas? Deberíamos jubilar la pregunta, porque la historia de los intelectuales ofrece decenas de respuestas.
El revés a una mano de Justine Henin, Sampras y Federer; el revés a dos manos de Djokovic y Nalbandian. El drive de Kuerten, de Nadal y Del Potro. La volea de Tim Henman y los drops de Coria. Demás está decir que todos esos golpes admirados siempre fueron completamente imposibles para mí.
El primero, después de tomar mate, caminando por la calle hasta la entrada del subterráneo.
No hay después del feminismo. Sería como preguntarse: después de la igualdad de derechos, ¿qué? O después de la igualdad racial, ¿qué? Se abrirán nuevas exigencias y habrá que fundamentarlas y defenderlas. La costumbre de encontrar un “post” a todo me suena a necesidad de la historia académica o a la búsqueda de un titular.
Volver a Berlín, siempre. Subir otra vez el Champaquí o caminar por la puna jujeña desde Rinconada a San Juan de Oros.
Depende de lo que mire. No miro del mismo modo una película que un objeto, un edificio que una pintura. La mirada se educa. Me pasé décadas tratando de entrenar miradas diferentes. No hay espontaneidad sino trabajo.
Fuente: Clarín
¿Cuál es la ventaja de extender la adolescencia hasta los 19 años? ¿Y cómo se lleva esto con los proyectos de baja de la edad de imputabilidad?
Por Daniel Link para Perfil
En una asamblea universitaria (a la que creo que fui convocado como “sobreviviente”) se lanzan premoniciones agoreras sobre el futuro de la universidad. La culpa de todo es de Milei, se dice.
Alguien, sentado en un silloncito de los que yo no pude disfrutar porque llegué tarde, se siente en “la primera línea de combate”.
Harto de la unánime melancolía, pido la palabra y retomo lo que alguien dijo casi al comienzo y que pasó inadvertido: el alumnado actual constituye un nuevo sujeto pedagógico.
Digo que, en efecto, habría que pensar a partir de ahí y, sobre todo, a partir de los procesos que arrojan como resultado un sujeto ya constituido, es decir, pensar la universidad como espacio constituyente de subjetividades y de relaciones intersubjetivas.
Digo que la Universidad (en todas partes) recibió dos golpes fatales (porque el cartero llama dos veces). El primero fue el ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) instaurado durante la pandemia, que destruyó lo más esencial, lo más formador del universo universitario: la reunión, el pensamiento común, la discusión y precisamente, esto que estamos haciendo, una asamblea.
El tan fatigado cuerpo a cuerpo de la antigua pedagogía murió de golpe y en su lugar se impuso la “creación de contenidos” y la clase virtual. Como todos saben, esas experiencias deceptivas sobrevivieron a la pandemia y ahora se identifica la “presencialidad” pedagógica con la “sincronicidad”: basta que dos personas simulen estar conectadas al mismo servidor a la misma hora para que eso se considere una clase. Una clase muerta, habría que decir, porque la divisa que yo sostuve durante toda mi carrera universitaria (“la clase es el lugar de todos los intercambios”) no se sostiene en esas experiencias vicarias. El segundo golpe (ahora mortal) que recibió la Universidad (en todas partes) fue la masificación de las Inteligencias Artificiales Generales (el General Intellect marxiano). Independientemente de la valoración que yo haga de esas inteligencias (cuyo modelo de pensamiento, de razonamiento y de juicio me resultan, por lo general, despreciables) constituyen herramientas que interfieren y compiten con los procesos de aprendizaje tal y como los concebíamos hasta hace apenas tres años.
¿Qué enseñar, y para qué? Para quién, ya lo sabemos: es un nuevo sujeto que, como sujeto político, se constituye alrededor de las interpelaciones mileinaristas. Y como sujeto pedagógico, hereda del ASPO expectativas y resquemores que encuentran en la IA su justo destino.
Entonces, me pregunté en alta voz (mi intervención fue más tartamuda y más corta, claro), ¿estamos dispuestas a pensar nuestra propia subjetividad en este contexto en el que, en cinco años y con tres golpes netos, la Universidad perdió sus anteriores condiciones de existencia (pero no su prestigio)?
Es cierto que las nuevas derechas (en Alemania, en Argentina, etc.) recortan presupuestos en cultura. En nuestra patria, incluso, presupuestos en investigación que hasta los países más admirados por el actual ejecutivo han respetado. Ya que tanto roban de The West Wing, recuerden que allí se impugnan los fondos del NEA, National Endowement for the Arts, pero no los del NEH, National Endowement for the Humanities. No es que esté bien discutir algunos presupuestos y otros no. Es que hay espacios que nadie se atreve a impugnar, ni siquiera con la coartada de que los fondos públicos no alcanzan para todo. Incluso teniendo en cuenta esa situación (bastante falsa), las humanidades públicas reciben generoso financiamiento porque se supone que allí se analizan precisamente los cambios y las tensiones en las relaciones intersubjetivas.
Ahora bien, las nuevas ultraderechas hoy están y mañana pueden no estar. En todo caso, son también el efecto de la emergencia de nuevos sujetos.
La Universidad (cualquiera sea) tiene que establecerse como el espacio en el que se garantiza no sólo la formación de ciudadanía, sino el análisis de las nuevas subjetividades que exigen de la Universidad, sus profesores e investigadores, respuestas nuevas. No para adecuarse a una demanda, sino para mostrar los efectos de las transformaciones epistémicas, subjetivas y políticas que nos constituyen. Yo sé que muchas de nosotras estamos dispuestas a aceptar el desafío que, sin embargo, requiere de respuestas colectivas. Es decir, de más asambleas.
Al principio uno ve de reojo lo que hay adentro y no quiere entrar: un montón de basura amontonada. Pero llega la exquisita Mariana López, y no queda más remedio que atravesar la puerta, porque la artista ha venido especialmente para acompañarnos en un recorrido de su muestra.
Premio Klemm en 2022, Mariana tituló irónicamente Obra completa a su monumental instalación. Una vez dentro de la sala, nos encontramos parados sobre una plataforma de madera cuyo sentido se adivina de inmediato: es un muelle. Su “obra completa” se ha transformado (mediante el procedimiento de la canibalización) en una gigantesca acumulación de desperdicios. Allí están algunas piezas que reconocemos de instalaciones previas, los restos de mecanismos que ya no funcionan, libros infantiles, camisetas y pantalones de fútbol, instrumentos musicales, baratijas que venden los senegaleses en las veredas porteñas.
Digo mal: porque en vez de recolectar esos objetos y ponerlos en su justo lugar, Mariana ha hecho sus versiones (pintadas, recortadas en papel, esculpidas o moldeadas) de esas cosas.
Lo extraordinario de su perspectiva es que su obra previa, integrada en esta Obra completa, cambia de sentido: ya no son más representaciones estilizadas de objetos sino que son “la cosa”. Lo que aspiraba a ser reconocido como arte ahora ha mutado en basura.
Si esa transformación de profundo alcance estético no fuera suficiente para conmovernos (porque contradice la vanidad del arte, la jactancia del artista, su relación con el mundo) hay todavía otra meditación en la que deberíamos detenernos. Lo que vemos son los restos de una civilización acumulados a orillas de un muelle.
Contra el arte ilusionista (que quiere hacer pasar por verdadero lo falso) y el arte de relojería (que se sostiene en la precisión del mecanismo y el lugar calculado para cada trazo y cada mancha), el arte de Obra completa se muestra indiferente a las idolatrías de la semejanza o de la exactitud. La acumulación es insensata, es lo que queda después de la destrucción.
Es ahí donde la muestra de Mariana López se vuelve una imagen justa, como llamada a pensar el día después de la extinción (del mundo, del arte, de la vida). Agradecemos a Mariana y a Klemm la mejor muestra de 2024.
Palabras del Presidente de la Nación Javier Milei, luego de recibir un reconocimiento de la Asociación de Dirigentes de Marketing, en Montevideo
Hola a todos. Muchas gracias ADM por esta distinción, por estos regalos y, hoy, voy a dar una charla ligeramente distinta, una charla a la que no están acostumbrados a escuchar de mí y la charla – básicamente - lo que va a hacer es contar cómo nos hicimos amigos con Óscar. Después, básicamente, voy a hablar de la ópera “Nabucco” y el valor que tiene para un libertario la ópera “Nabucco”. Después voy a hablar de uno de los tres seres más imponentes y maravilloso que pisaron esta tierra, que ha sido Moisés. Así es que – básicamente- ese es el formato de la charla que he diseñado para hoy y lo que esto implica, también, para las ideas de la libertad.
SIgue acá.
por Daniel Link para Perfil
Está terminando la Bienal de Venecia, tal vez la peor de la que se tenga memoria. Por supuesto, los debates sobre sus contenidos fueron puramente ideológicos: mentar la extranjería, como hizo el comisario general Adriano Pedrosa al elegir el lema de esta Bienal, ¿es una política inclusiva o excluyente?
El asunto puede ser interesante pero palidece ante una fatal evidencia: la mediocridad apabullante de la selección oficial en Arsenale, una de las dos sedes de la Bienal, que incluso llegaba a opacar algunos de los extraordinarios envíos que podían admirarse en los Giardini.
Los enemigos de la politización del arte aplaudirán mis palabras pero les advierto que es poco lo que podrán aprovechar de ellas. La Bienal pasada (The Milk of Dream, curada por Cecilia Alemani), igualmente tensionada en relación con políticas de la visibilidad y la equidad, mostró una selección soberbia de piezas de arte: abrían ante nuestros ojos mundos que estaba ahí pero no habíamos sabido ver o que se nos habían escamoteado. L'art pour l'art es una consigna política que el Siglo XX demostró insostenible al poner en contacto indiscernible el arte con la vida.
No es, por lo tanto, lo político del arte a lo que hay que achacar el estrepitoso fracaso de esta bienal 2024, sino al haber provocado que en el pasaje de una categoría (“arte”) a otras categorías (“Sur Global”, “indígenas” , “personas queer”) la experiencia de lo viviente quedara asfixiada en un puñado de etiquetas sin sentido.
Lo que se vio en Venecia este año fue un “arte inerte” e impolítico: no sólo fuera de la política sino, sobre todo, incapaz de suscitar la menor emoción.
Sirva como ejemplo el de una señora argentina (es difícil decir su nombre, que oscila entre la líquida lateral y la vibrante múltiple, según quién lo pronuncie) con una obra que constaba de acuarelas y papeles escritos y dibujados al mismo tiempo con pereza imaginativa y con obediencia al mandato recibido. La “obra”, en su trivialidad, fue ¡premiada! No tanto por su calidad sino por el carácter “queer” o “trans” de la persona que la produjo.
Dentro de poco estarán premiando “la intención del artista” o su grupo familiar, lo que sería la mayor traición a las batallas estéticas del Siglo XX.
Por Daniel Link para Perfil
Me parecían simpáticas las giras de Victoria vestida de gaucha. Mi simpatía hacia ella tenía que ver no con sus insostenibles posiciones negacionistas sino con la antipatía que le tienen en el Poder Ejecutivo. Me equivoqué. Victoria tampoco la ve. La derecha argentina es ignorante, lee poco y mal, le parece que todo lo que se ha escrito ha sido una conspiración de la que es urgente salir. Entonces argumentan a partir de un resto encontrado, por poco, en un tacho de basura.
Victoria enarboló cuatro libros que integran una colección que se da a leer en las escuelas secundarias para demostrar que estaban pudriendo las cabezas infantiles (extendiendo la noción de infancia mucho más allá de la edad de imputabilidad que defiende su colega Patricia). Conozco desparejamente a las autoras de esos cuatro libros. A la que menos conozco es a Sol Fantin, así que concentro mi perplejidad en su libro que es, no sólo según sus palabras sino por lo que dice, un alegato contra la violencia de género contra mujeres. Cuenta su propio sufrimiento. Curiosamente el twitero libertario Agustín Laje sostuvo que libros como Si no fueras tan niña fomentaban la pedofilia; Villarruel, que “la exaltaban”. Todo sucedía en la misma loca semana en la que Argentina votaba en absoluta soledad contra una declaración de Naciones Unidas que condenaba la violencia hacia las niñas y las mujeres. Al mismo tiempo que el gobierno argentino fomentaba y exaltaba la violencia contra las mujeres (eso es un voto en contra) el texto escrito por una mujer como reparación personal y como señal de alerta era condenado en una perversa inversión de objetivos. Creíamos que los tiempos judiciales de Lolita (novela que he dado a leer miles de veces) habían quedado atrás.
En su descargo, Sol dijo: “que pretendan censurar un libro como el mío, me pone en alerta, como si en realidad fuera otra cosa lo que se discute”.
Sí, es otra cosa: es nuestro mismo derecho a la existencia lo que se discute. El derecho a la lectura, a la información y al pensamiento crítico. La razón es muy simple y vuelvo a repetirla: la derecha argentina es hoy tan bruta que no va a poder poner otros textos, textos suyos, en las listas de lecturas escolares. Entonces es mejor que nadie lea nada. Nunca.
En cuanto a confabulaciones: Aurora Venturini está muerta (y lo está desde antes de que sus libros tuvieran éxito) y es dudoso que Alberto Estanislao Sileoni se juegue su merecido prestigio en aras de una hipotética corrupción de menores.
Victoria piensa que si a alguien le dan a leer una página donde dice “verga”, esa persona querrá chuparla. Adhiere a los principios del Doctor Ky (personaje de Lamborghini) y a la máxima científica “Sos loco o te pica el culo”. Los métodos del Doctor Ky son carcelarios: sodomizar al otro hasta que se acostumbre. Nada de placer. Victoria, Victoria... estás adhiriendo a la política tumbera propia del Ejecutivo. Habrá que decirte, como a ellos: “nosotros no somos comunistas, pero eso que ustedes llaman comunistas, eso somos”. Ya lo vas a entender.
Ya está en los kioscos el número 2 de la Nueva revista de literaturas populares, proyecto compartido por la Cátedra.PHU y la Maestría en humanidades digitales - Untref. Este número lleva como tema central "Pueblos digitales. Del infinito universo y los mundos" y fue coordinado por Diego Bentivegna y Miguel Rosetti.
por Federico Cano para Paco
Aprovechemos la polémica, pues, para lo importante. Contemos nuestras listas de lectura, hagámoslas conocer, discutamos qué se da y qué no en las aulas (y si acaso podramos preguntarnos si podremos dar lo que hoy no podemos), mostremos la secuencia espectacular en la que 17 adolescentes se quedaron casi una hora en silencio mientras la profe encaraba Cometierra, o en la sorpresa de los cinco guachos, allá al fondo, que no pueden creer que Edipo se coja a la madre, mate al padre, o las tres pibas al costado, charletas, que murmuran el escándalo gustoso de que Romeo tenga veinte y Julieta trece (¡y todavía no esté embarazada!), o el petiso repetidor aquel, debajo de la capucha en noviembre, que en secreto se mueve anímicamente cuando descubre, entre el pomposo lenguaje popular de la España posmedieval, que Lazarillo es un pibe al que lo violaron toda la vida. Y es que finalmente, frente al aturdido auditorio del scrolleo en el bondi, eso que somos todos, la palabra escolar quizás pueda, en su anacronismo, imponer un tiempo diferente, utópico, para decir lo que nos pasa. Y es que, hermosamente, y esto sí aprendámoslo, un pibe, una piba, quien sea, no importa la edad, cuando se engancha con un libro, cuando se produce el acto de la lectura, colabora en la magia y en el milagro.
Por Daniel Link para Perfil
No recuerdo un tiempo tan confuso y tan difícil de entender en sus proyecciones de futuro. No creo que se trate de una distorsión personal, porque los resultados de las elecciones (aquí, en los Estados Unidos) parecen significar lo mismo: desconcierto, cuando no desesperación, ante el vértigo de los cambios que vivimos asociados al mismo tiempo con las transformaciones del mundo laboral, educativo, familiar (todos los antiguos espacios de socialización y formación ciudadana) pero, sobre todo, epistémicas (una episteme es como una red de saberes más o menos asumidos como verdaderos en un momento histórico determinado: supone correspondencias, regularidades, instituciones).
Lo que más me sorprende es el regreso del “marxismo”, resucitado del arcón académico en el que se encontraba. Resucitado a medias, como una teoría de la acción política que hace más de sesenta años que ya no se aplica en ningún lugar del mundo, y que impugna con la energía del de un fanatismo que se asienta en la necedad: basta de complejidades, vayamos a lo simple.
La teoría de las ideologías (falsa conciencia, registro de lo imaginario, etc...), en cambio, ha quedado fuera del revival, sobre todo cuando más la necesitábamos.
Es una pena, porque lo que se escucha es un masacote de estupideces tan brutal que no se entiende que sobrevivan sino por la mediación de la Ideología como conciencia falsa y los Aparatos Ideológicos. Creacionistas, liberales que paradójicamente promueven un Estado autoritario, la misma ridícula idea de un Dios y, por lo tanto, de un destino prefigurado (y manifiesto), el pánico sexual, el patriotismo, en fin, todo aquello que, alguna vez, caracterizó al pensamiento más conservador hoy se mezcla con ideas de cambio, de nunca más, de salto hacia adelante.
Triunfa un orden de discurso en el cual el “comunismo” existe sólo como títere esperpéntico (equivalente al gitano que secuestra niños). Se le adjudica a lo que ya no existe la responsabilidad por el pánico que provoca lo existente.
La masa de votantes se arroja sin hesitación a ideas de final: final del planeta, de las prácticas aprendidas o heredadas, de las culturas e, incluso, de un capitalismo urbano despreciado por los “interiores”. No tenemos, por un lado, herramientas teóricas; y el “progreso” y un régimen de acumulación insensatos nos han avasallado. Vivimos las mismas contradicciones de la Edad Media, que mandaba a quemar a los herejes, pero sin ninguna hipótesis de superación de la barbarie que vivimos. La Tierra ya no se mueve, y además es plana.
De las redes se puede decir todo lo malo que se quiera, pero lo peor que tienen es que no tienen curación, chicas. Cualquier muestra pedorra tiene un curador, cualquier edición crítica tiene un responsable por el establecimiento del texto (tarea desdichada para hacer una, pero que luego se agradece), cualquier colección tiene una directora, cualquier alumno tiene un maestro.
En fin... Cualquier noticia tiene un lector. Argentina vota contra una resolución para “eliminar todas las formas de violencia contra todas las mujeres y las niñas en los ámbitos público y privado, incluidas la violencia sexual y por razón de género, la trata y la explotación sexual y otros tipos de explotación”.
O sea: si Argentina no está a favor de eliminar, está a favor de conservar. OK.
Le escribí a todas mis amigas, señalándoles que, como argentino, la cancillería me había autorizado al cachetazo. Ninguna me contestó una obscenidad, pero todas me contestaron en términos que me tranquilizaron.
Pero volvamos a lo que importa: leo esto de La Nación. Chapeau, por supuesto, a quien ideó ese titular. ¡La Nación!
Luego, el gesto. Se puede leer de dos formas.
1. "Están locos", "Son siniestros", bla, bla, bla. Yo lo primero que pienso es: qué vergüenza, que afuera me miren como el ciudadano del país que no quiere votar contra el cachetazo a la fémina (eso es efecto La Nación).
2. La causa es estúpida. Es como el discurso de Miss Venezuela: "por la paz en el mundo". Cancillería dice: dejemos de joder con estas pelotudeces, hay cosas más importantes que discutir. Y, además, que votamos esta resolución es tan obvio que a nadie le interesa, nunca nadie se va a enterar. Entonces: votamos que no y se arma noticia.
3. Pero yo pienso que eso lo leo el mismo día que Trump nombra a un "antivacunas" como ministro de salud (o como se llame el cargo). O sea: no puedo creer que ellos "crean" eso ni creo por un instante que USA habilite a la polio o lo que fuere. Tampoco creo que usen tácticas tan sofisticadas para llamar la atención. Lo que me parece, y es lo más peligroso, es que están haciendo provocaciones. ¿A ver quién salta, a ver hasta dónde me dejan llegar?
Ya lo hizo todo el mundo, y lo había anticipado Hoffmannstahl, que es un poco el inspirador de este blog. El libro de los pasajes, El libro de Manuel, Puig, en fin...
Muchas veces la literatura se cansa de competiciones estúpidas.
"Los recortes del día" recuperará los recortes que les mando a mis amigas, a veces con los mismos comentarios que les mandé a ellas, a veces no (resguardemos un poco el ámbito de lo privado, caramba). No siempre serán recortes de periódicos, pueden ser de correos y, si me llega a mí alguno (porque no uso redes, y ustedes tampoco deberían) y me gusta, algun posteo en esos espacios de ignominia.
O sea: todo es muy pro-vo-ca-ti-vo.
Y, si no, que lo diga ella.
Por Daniel Link para Perfil
Primero se llevaron a Nicolás Posse, y no me importó porque no sabía quién era.
Después cerraron las universidades y no me importó, porque yo ya estaba jubilado. Cuando se llevaron a Mondino no dije nada, ya que si bien amo Córdoba no soy banquera ni diplomática. Cuando vinieron a llevarse a los “comunistas” infiltrados en Cancillería, no protesté, ya que yo no era comunista. Cuando suspendieron la financiación de los envíos a la Feria de Frankfurt y de Guadalajara no me preocupé, porque yo no participaba de esos eventos. Cuando se llevaron a los radicales, me callé, ya que yo no era socialdemócrata. Cuando quisieron suspender el Festival de Cine de Mar del Plata, no me indigné, ya que no hago películas. Después se llevaron a los periodistas e hicieron quebrar a las empresas de medios, pero no me importó, porque no soy periodista ni leo diarios. Cuando fueron a buscar a los sindicalistas no protesté, porque me daban asco esos ladrones acomodaticios. Después quemaron los manuales para ESI, pero no me importó porque sabía que el deseo mueve montañas. Pero cuando se llevaron a Victoria Villarruel, sentí un escalofrío. Ahora las neue Hitlerjugend, cuyo objetivo es formar líderes y «hombres de bien» para el futuro, golpean a mi puerta y no hay nadie que pueda detenerlos.
Se ha cumplido el ciclo previsto por Elías Canetti en Masa y Poder, a quien Horacio Verbitsky aludió en una de sus columnas (que ya no pueden leerse): “una suerte de comunicación directa y sin filtros entre el líder y sus seguidores” (eso es el fascismo, tal como enseña Canetti) ha diseminado la demencia y la destrucción.
Por Daniel Link para Perfil
Los nombres no son indistintos y nombrar no es una operación neutra. Cuando alguien nombra a otro o se nombra a si mismo “Argentino de Bien” presupone un conjunto exterior a ese designante: habrá “argentinos de no bien”, es decir del Mal. Una vez lanzado ese nombre equívoco y discriminador, quienes no se identiquen con él caerán en la bolsa de los que pueden ser exterminados, insultados, explotados. Todos los privilegios para unos y todos los tormentos para los otros.
La gramática (¡lean, che!) conoce de estas distinciones. Está el “nosotros exclusivo”, que excluye al tú de ese colectivo. “Nosotros, oh Dios, te rogamos que....” Dios no forma parte de la comunidad orante. Y está el “nosotros inclusivo”, que abraza y asimila al “tú”: “Debemos esforzarnos para liberarnos de esta lacra”. Por supuesto, las corrientes que abrazaron el “lenguaje inclusivo” (nombre que detesto) dirían que todo ejemplo de nosotros inclusivo es una patraña.
Lo mismo puede decirse de los nombres: hay nombres de primera persona (yo), de segunda persona (tú) y de tercera persona (él, el que no participa del acto comunicativo). La oposición “Casado / Soltero”, sólo puede ser sostenida por un Tercero que es el Estado, que también separa entre “Trabajador / Jubilado”. De “Argentino” puede decirse lo mismo: sólo el Estado sostiene ese nombre. En contra de esa nominación de tercera persona, el cantante Rodrigo nos regaló un hermoso ejemplo: “Soy cordobés y ando sin documento / Porque llevo el acento de Córdoba Capital”. Independientemente de la identidad documentada de tercera persona, Rodrigo se nombra a si mismo como participante de una comunidad por un rasgo de lenguaje (la curva tonal, el alargamiento de la sílaba previa a la acentuada).
Durante muchos años se nombró “Clase Mierda” a la clase media. Lo curioso es que quienes lo hacían participaban de esa clase estadística. “Clase Mierda”, “Kuka”, “Viejo puto” son nombres de segunda persona. Son los nombres que nos arrojan a la cara no un tercero más o menos distante como el Estado, sino aquellos que, efectivamente, se comunican conmigo. Uno puede apropiarse de esas designaciones y transformar un nombre de segunda persona (una injuria) en nombre de primera. Es el caso de “marica”, que fue rápidamente incorporado a la lengua de las locas. A veces el Estado abraza los nombres insultantes, convirtiéndolos en nombres de tercera.
Por lo general, la política inventa nombres. Que alguien se diga “libertario” cuando es un conservador de manual del siglo XVIII sólo quiere decir que pretende ocultar su verdadera identidad detrás de una máscara (superhéroe, supervillano) que hace pasar por nuevo lo que es más viejo que los Diez Mandamientos. La potencia del nombre “libertario” durará mientras dure el espejismo y el ensueño de la primera persona. Hasta ahora no ha sido aplicado como nombre de segunda (“ustedes, los libertarios”), ni mucho menos como nombre de tercera. Es, para decirlo con un término que irrita la sensibilidad libertaria, una autopercepción o, mejor: una percepción de si que no se corresponde con la realidad.
Cuando esas percepciones imaginarias no comprometen la totalidad del nosotros inclusivo “argentinos”, a quién le importa. Cuando es la bandera de la destrucción, habría que tomar un poco de distancia y denunciar la fantochada.
A la hora de nombrarnos a nosotros mismos, pensemos qué clase de nombres asumimos como propios. Yo soy padre y abuelo, como nombres de tercera persona, pero soy “abueloca” como nombre de primera. Fui profesor (nombre de tercera), soy escritor (nombre de primera y de segunda)... ¿Soy casado o soltero? ¿Y si estuviera separado? “Separado” parece un nombre de primera persona pero también es de segunda, porque llegamos a ese punto de acuerdo entre dos (de otro modo, sería “abandonante” o “abandonado”, y ahí te quiero ver para decidir el propio lugar). ¿Llegaré a ser un “viejo puto” o un "viejo meado"?
Nombres políticos: “Republicano”, “Peronista” (¿pero cuál es su significado, hoy por hoy), “Comunista” (tanto puede ser un nombre de segunda, en la boca soez de los conservadores o un nombre de primera, en boca de personas que leen libros). Cuando el Sr. Macri se nombró como “Viejo Meado” no transformó el lugar del nombre, que sigue siendo de segunda persona, pero lo dirigió a un otro Tú.
Ser, en todo caso, es ser nombrado.
El esfuerzo se agradece Carlitos.
La primera vez que lo decís, el caso de mundo está mal. Es "Sic transit gloria mundi", y es la gloria DEL mundo y no en el mundo (en cuyo caso la "o" habría sido legítima).
Al final se corrige así que ahora lo entiendo: dijo “mundo” al principio, porque si no se le despistan los telespectadores. Y por ahí creen que es una forma de lenguaje inclusivo.
Independientemente de las identificaciones (o no), la exhibición de carnes de vedette es rara…..
Por Daniel Link para Perfil
Almorzaba en la galería de adelante. Las perras dormitaban bajo la mesa, deshechas de calor.
Me quedé observando a un pajarito juntando ramas para su nido. Es una hipótesis, porque agarraba un palito y levantaba vuelo con destino a la copa de algún árbol y después volvía a hacer lo mismo. Debería saber más de pájaros para deducir de ese comportamiento el género y la clase de nido.
Lo que a mí me sorprendió fue que hiciera sus tareas a poco más de un metro de nosotras (las perras y yo), como si no nos temiera.
Al día siguiente de esa escena sucedió otra similar. Yo regaba (en verdad, abandono la manguerita donde pienso que hace falta, mientras sigo escribiendo; cada tanto la corro de lugar). Se había formado un charco y venían unos pajaritos a bañarse. Cuando fui a mover la manguera, los pajaritos colorados y grises se apartaron un poco pero no abandonaron sus juegos acuáticos. Una vez más, parecía que no me temían.
Eso me alegró un poco y me imaginé como aquella vieja loca de Mi pobre angelito, que fungía de percha para las palomas. Detesto a las inmundas palomas, pero por suerte no hay demasiadas acá: habrá aves de rapiña que las espantan.
Tampoco hay loros, esa otra plaga sonora. Tengo amigos con casas en la provincia en cuyos jardines es imposible conversar por el estrépito del lorerío.
Los que yo veo y con los que vivo son pajaritos de esos pequeñitos, elegantes, idiotas (de donde viene la caracterización “cabeza de pajarito”), pero que cantan divino todo el día. Me gustaría, como dije, saber las variedades, porque no es lo mismo un benteveo (no he escuchado trinar a ninguno, todavía) que un cuclillo (aprendí algunos nombres de la Lista actualizada de las aves de la provincia de Buenos Aires).
Una vez, se cayó un nido sabe Dios de dónde. Gaby Bejerman, de visita, se empeñó en salvar al pichoncito de su muerte segura. Por supuesto, cuando se tuvo que ir me lo dejó a mi y pese a mis ignorantes esfuerzos (o precisamente por ellos), a los dos días el pichón había muerto.
Mis pajaritos son criaturas delicadas y frágiles y me pregunto si la progresiva confianza que tienen conmigo no se les volverá en contra, cuando se crucen con uno de esos niños asesinos que gustan de matar aves a cascotazos.
Aquí puede leerse mi contribución al World Humanities Report. Y aquí, la versión de lo mismo en castellano.
Como decía Auerbach: “Nuestra patria filológica es la Tierra (la nación ya no puede serlo)”. El espíritu no es nacional: Paupertas e terra aliena.
Y también: perfectus uero cui mundus totus exilium est (Hugo de San Víctor): ése es el debido amor al Mundo.
Por Daniel Link para Perfil
En una escala aeronáutica, empiezo a ver una película promocionada como “surrealista y de suspenso”, para comprobar la degradación del nombre de la vanguardia más longeva del siglo XX.
La premisa de la película es de una estupidez pasmosa. Cuenta una reunión de viejos compañeros de colegio o de universidad con motivo del casamiento de uno de ellos. Invitan al “resentido” de entonces, que se presenta con un juego grupal que ha desarrollado en su compañía de software: mediante un sencillo dispositivo, las personas pueden cambiar de cuerpo. Los amigos, no se entiende bien por qué deficiencia mental, se someten con algarabía al intercambio de cuerpos (ojo, tampoco se trata de ponerse cachondos: las chicas con las chicas y los chicos con los chicos). Las muertes, como era de prever, se desencadenan. Pero me detengo en lo primero que les impresiona: verse desde fuera.
El asunto es interesante desde el punto de vista existencial: mirar a los padres es verse a uno mismo desde fuera (porque, inevitablemente, seremos atraídos hacia esos modelos de comportamiento), etc... Pero también sucede cuando se viaja y se experimenta lo mismo.
Estar en Roma es como ver la identidad rioplatense fuera de uno.
Es como un espejo deformante, porque se ve en su total pureza aquello que hemos adaptado, disuelto, mezclado, precipitado, pero que sigue en el fondo, haciéndose notar.
Por ejemplo la intensidad italiana, que después de un par de semanas se vuelve un tanto agobiante (“si no hay trauma, no hay amor”, repiten los intelectuales y los artistas italianos un poco en broma y bastante en serio), queda disuelta en el bullicio hispánico, el ensimismamiento indígena y el humor judío y juntos producen un ambiente estilístico y una tonalidad afectiva muy diferente de los excesos operísticos romanos.
Por otro lado, ¿tienen los romanos la chance de verse desde fuera (de si)? Probablemente no, dado que han sido desde siempre el centro del mundo, y tal vez por eso cultivan la diferencia mínima: allí todo es napolitano, calabrés, siciliano, veneciano, florentino, milanés.
Habrá que estar en el norte, pienso, para poder ver a Roma desde fuera, para encontrar lo romano levemente descolocado, brillando en soledad.
Por Daniel Link para Perfil*
Hoy es un día de incontables celebraciones no del todo convergentes aunque coincidan en el mismo día y recuerden el mismo acontecimiento. En Argentina se festeja el Día del Respeto a la Diversidad Cultural, mientras que en España y en sus embajadas se brinda por el Día de la Hispanidad. Chile llama a recordar el Día del Encuentro de Dos Mundos (designación que me parece extremadamente feliz). Nicaragua prefiere recordar el Día de la Resistencia Indígena, Negra y Popular y Venezuela se contenta con recordar la Resistencia Indígena. Mientras Estados Unidos recurre al sistema de estrellas (Columbus Day), México y Perú reinvindican las tradiciones precolombinas con sus respectivos Día de la Nación Pluricultural y Día de los Pueblos Originarios y del Diálogo Intercultural. Más teórica, Bolivia ha fijado el Día de la Descolonización y Bahamas y Belice, indiferentes a los rigores del exterminio y el extractivismo, llaman al 12 de octubre Discovery Day y Pan-American Day.
En Roma, donde estamos ya preparando las valijas para volver a casa, una amiga italiana tuvo que decidir ayer entre concurrir a la Embajada de España para el consabido brindis o una reunión de consorcio: se decidió por lo segundo, mucho más decisivo para su vida cotidiana. Nosotras, en cambio, dedicamos la jornada a supervisar los últimos detalles del montaje de la muestra fotógrafica de Sebastián Freire “Corpi senza padroni” que inaugura hoy, en la galería Roma Smistamento. Si bien la muestra replica la exitosísima “Cuerpos sin patrón” del año pasado en Valencia, su apertura en un día tan especial le da un sentido específico.
Diversidad, resistencia, multinaturalismo y diálogo son palabras que le cuadran bien a una muestra que exhibe y celebra cuerpos que se apartan de las normas hegemónicas y se postulan como espacios legítimos del goce y del pensamiento.
En Europa, donde la mayoría de las violencias coloniales encontraron su punto de condensación afectiva y teórica, son curiosamente reacios a percibir las tonalidades de piel de quienes, por “no-blancos”, sufrirían con certeza las requisitorias migratorias. Les llaman más la atención las morfologías óseas (las narices, los pómulos, las frentes), como si en esas profundidades se cifrara alguna verdad que las superficies impiden apreciar. Metafísicas de la carne, se dirá. Pero también estereotipización: aquello que no responde al arquetipo proponderantemente andino de lo americano no tiene la misma consistencia exótica.
Con los cuerpos trozados, intervenidos, escritos, en fin: signados (y esos signos son signaturas que a veces se identifican con la esfera humana pero a veces no) la disidencia parece más legible pero al mismo tiempo menos radical que la de aquellos cuerpos que sencillamente se abandonaron al hambre, a la gula, al pecado.
En ese límite que la corrección política no alcanza se cifra el secreto del arte de Freire, que apuesta a la felicidad y a la celebración antes que a la queja. El espacio fotográfico como el lugar del abandono y la alegría.
*Para nuestra sorpresa, la columna aparece reproducida en el sitio Calamuchita ya pero atribuida a un tal Hugo Filártiga, a quien ya le pedimos que aclare la situación y que envíe los datos impositivos del sitio para enviar la correspondiente factura.