Por Daniel Link para Perfil
No recuerdo un tiempo tan confuso y tan difícil de entender en sus proyecciones de futuro. No creo que se trate de una distorsión personal, porque los resultados de las elecciones (aquí, en los Estados Unidos) parecen significar lo mismo: desconcierto, cuando no desesperación, ante el vértigo de los cambios que vivimos asociados al mismo tiempo con las transformaciones del mundo laboral, educativo, familiar (todos los antiguos espacios de socialización y formación ciudadana) pero, sobre todo, epistémicas (una episteme es como una red de saberes más o menos asumidos como verdaderos en un momento histórico determinado: supone correspondencias, regularidades, instituciones).
Lo que más me sorprende es el regreso del “marxismo”, resucitado del arcón académico en el que se encontraba. Resucitado a medias, como una teoría de la acción política que hace más de sesenta años que ya no se aplica en ningún lugar del mundo, y que impugna con la energía del de un fanatismo que se asienta en la necedad: basta de complejidades, vayamos a lo simple.
La teoría de las ideologías (falsa conciencia, registro de lo imaginario, etc...), en cambio, ha quedado fuera del revival, sobre todo cuando más la necesitábamos.
Es una pena, porque lo que se escucha es un masacote de estupideces tan brutal que no se entiende que sobrevivan sino por la mediación de la Ideología como conciencia falsa y los Aparatos Ideológicos. Creacionistas, liberales que paradójicamente promueven un Estado autoritario, la misma ridícula idea de un Dios y, por lo tanto, de un destino prefigurado (y manifiesto), el pánico sexual, el patriotismo, en fin, todo aquello que, alguna vez, caracterizó al pensamiento más conservador hoy se mezcla con ideas de cambio, de nunca más, de salto hacia adelante.
Triunfa un orden de discurso en el cual el “comunismo” existe sólo como títere esperpéntico (equivalente al gitano que secuestra niños). Se le adjudica a lo que ya no existe la responsabilidad por el pánico que provoca lo existente.
La masa de votantes se arroja sin hesitación a ideas de final: final del planeta, de las prácticas aprendidas o heredadas, de las culturas e, incluso, de un capitalismo urbano despreciado por los “interiores”. No tenemos, por un lado, herramientas teóricas; y el “progreso” y un régimen de acumulación insensatos nos han avasallado. Vivimos las mismas contradicciones de la Edad Media, que mandaba a quemar a los herejes, pero sin ninguna hipótesis de superación de la barbarie que vivimos. La Tierra ya no se mueve, y además es plana.
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