por Daniel Link Que la cultura industrial hoy está en ruinas es evidente para cualquiera, y lo está menos como reflejo de una crisis económica (local o global, según se prefiera) que por su propia lógica (y la devoción que, desde el comienzo, sus gestores han manifestado por las cuasi-ideas de los expertos en mercadotecnia).
Pongamos como ejemplo el cine. El martes previo a su estreno comercial, Multicanal regaló a sus abonados entradas para asistir al preestreno de Chicago. Pero además, si uno compraba cuatro botellas de cerveza Quilmes (al menos en los supermercados Jumbo) también obtenía una entrada como obsequio para ver ese bodrio poblado de dobles de cuerpo. De toda película que se estrena es posible conseguir entradas gratis (basta con comprar o haber comprado otra cosa). Y si uno no tiene el tiempo o la paciencia de discar los números gratuitos dispuestos a tal efecto, basta con usar las entradas a mitad de precio que regala Cinecanal a sus abonados, o comprarlas en la red de Subterráneos de Buenos Aires o, incluso, en las cadenas de salículas cinematográficas. Ciertamente, parecería que pagar un promedio de $ 9 para ver cualquier película que se estrena está más allá no sólo de las posibilidades económicas sino, lo que es más importante, del deseo del espectador medio.
Eso sí, lo esencial es que la gente concurra a las salas cinematográficas: no tanto para ver películas, sino para comer pochoclo, tomar gaseosas y masticar caramelos de goma. De esos desperdicios, parecería, viven hoy las empresas de entertainment.
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Hace 5 semanas.
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