lunes, 11 de abril de 2005

El Sagrado Corazón en negro

El Sagrado Corazón en negro


por Daniel Link

"Usted buscaba un slogan, ¿verdad? Cecchi nos regalaba uno muy lindo
(se entiende que sin quererlo) y, me parece, eficaz comercialmente:
'El Corazón en negro', que, con la firma de Emilio Cecchi,
funcionaría a las mil maravillas"

(A propósito de Ragazzi di vita; carta de Pasolini a Livio Garzanti del 2 de julio de 1955).

La dificultad que nos ofrece Pasolini (y lo que garantiza su grandeza) es esa obsesión por lo sacro que recorre toda su obra, desde sus poemas juveniles en Casarsa hasta sus grandiosas películas romanas.
Para nosotros lo sagrado (en cualquiera de sus formas: Dios, el sexo, el amor, la vida, la amistad, la naturaleza o la Razón) no juega ya ningún papel porque repugna a las relaciones de intercambio. Nos hemos convertido en meros epifenómenos del mercado (o de los mercados, como está hoy de moda decir: así como hay un mercado de la vida y de la muerte, hay también un mercado de Dios y del deseo).
Para Pasolini, esa pérdida de lo sagrado era el fin. Y si murió como una víctima sacrificial fue justo que así fuera (no de otra cosa hablaba Petróleo, ese monumental informe que nos legó como el mejor regalo que un conjurado puede legar a quienes lo sobreviven).
Porque había que sostener lo sagrado, Pasolini insistió --para muchos, infantilmente (y con razón, Pasolini se impacientaba: ¿Es que acaso no lo escuchaban? Nunca dejó de decir que lo sagrado es la in-fancia de la humanidad)-- en un puñado de formas y motivos: Narciso, Edipo, lo líquido, la contradicción, el poder devastador de los cuerpos, la cruz, la juventud, la extranjería, el corresponsal (de guerra), el desierto. En fin: aquello que, porque nos devuelve la imagen de lo que no somos (aún cuando nos señale la clase de monstruo en que podríamos llegar a convertirnos), nos habla del valor sagrado de lo múltiple, de la desesperación ante la corrupción de la pureza.
En carta a Gianfranco Contini del 7 de julio de 1949 (incluida en esta antología), Pasolini escribe: "Hace tiempo, leí en un diario suizo una columna de Benda que me llenó de remordimiento: allí se decía, en efecto -desde un punto de vista muy pesimista- que los hombres escriben cartas solamente para pedir, que no existe una correspondencia «pura»".
Y el amadísimo quiere rebelarse ante una hipótesis semejante (pesimista y, por lo tanto, conservadora para una imaginación como la suya). Al escribir cartas se trata no tanto de un reclamo como de una demanda: una demanda de amor (y de verdad) que, como tal, no tiene satisfacción posible o la tiene en un registro completamente diferente al del pedido: el registro del don, el registro de la ascesis o el registro del arte, que (como han señalado la mayoría de los comentaristas de la obra de Pasolini) muchas veces se confunden.

El texto completo, acá y en
Pier Paolo Pasolini. Pasiones heréticas (correspondencia 1940-1975).
Buenos Aires, El cuenco de plata, 2005.

No hay comentarios.: