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En 1984 publiqué mi primer artículo “ambicioso” (es el único, de aquella época, que todavía está en mi curriculum). Se llamaba "Medi(t)aciones de lo real en El entenado" y apareció en el número 3 de la revista Pie de página, que copiaba gráficamente a Punto de vista pero pretendía contradecirla en todo lo demás. Pocos días después de ese ejercicio crítico recibí, en la oficina editorial en la que trabajaba, una encendida misiva firmada por Enrique Fogwill (a quien había conocido pocos meses antes y a quien temía más que a David Viñas), donde me corregía de cabo a rabo (desde la ortografía de ciertos nombres propios hasta la interpretación que yo hacía del “Über Sinn und Bedeutung” de Gottlob Frege y, sobre todo, mi evaluación de esa novela de Saer).
Cada tanto (no había, por entonces, Internet) recibía una carta de Quique cuyo contenido (insultante y descalificador) yo conocía ya antes de rasgar el sobre y que me sumía en la angustia más profunda. Fogwill leyó, creo, cada cosa que yo escribí y sobre todo me hizo llegar su parecer, en oleadas cada vez más inofensivas de reproches.
Como una vez respondí a un crítico miope (que lo descalificaba) con una carta que terminaba con “un abrazo” protocolar, me tildó de timorato, traidor y no sé qué más obscenidades. Años después, quiso que ese crítico y yo festejáramos (peleándonos en público) la aparición de un nuevo libro suyo. Ante mi negativa, dijo ante una audiencia notabilísima que yo era “una histérica”.
Fogwill fue una de las personas más inteligentes y más íntegras que yo haya conocido, y yo lo amaba. Como un hijo que presiente que nunca dará la talla, al principio; como a un compañero de toda la vida, en los últimos años, que ha aprendido a adaptar el ritmo de su andar al del otro.
Ayer fue mi cumpleaños y Sebastián Freire (a quien él quería mucho) me ha sacado de Buenos AIres para que yo me olvide un poco de mi pena.
Fogwill no es el primer hombre que mi vida pierde (mi primo desaparecido, mi hermano, mi padre, mi maestro, los autores a los que sigo copiando, algún ocasional amante), pero es el primer amigo que me falta.
por Daniel Link para Perfil
Me llama Carla Castello para que hable de Fogwill en Radio Nacional. Durante la hora y media de espera entre el aviso y la salida al aire me dejo dominar por la melancolía. Repaso nuestra amistad de 27 años y selecciono un par de anécdotas: todo es del orden de la gracia, el disparate, la lucidez y la terquedad, la resistencia a cualquier dispositivo de clasificación.
Quique no era un vanguardista, y sin embargo soldó de tal modo su vida y su obra que la una no puede leerse sino como informe de la otra. ¿De dónde le vino, pienso, la fuerza para proponer una figura autoral tan compleja y en algún sentido tan anacrónica? De la poesía, claro, a la que nunca renunció: él sabía que un “autor”, antes que nada, es una manera de escuchar y de decir: una voz. Y fue capaz de sostener esa voz contra la marea infame de los tiempos: “Mi idea es ‘vivir afuera’ de la institución literaria, que, parece que cuando la logro, cautiva a los académicos como Link, que a pesar de ello es buen lector”, dijo alguna vez, refiriéndose a su gran novela Vivir afuera.
Sí, yo me dejé cautivar por ese deseo de intemperie, por esa potencia de disolución institucional, por ese anarquismo salvaje y ese materialismo primitivo que se contaban entre los cimientos fundamentales de su ética.
Los ensayos reunidos en Los libros de la guerra (que yo iba a prologar hasta que Quique dijo que no, porque en ese caso sería un “Trólogo”), cuentos como “Muchacha punk” (que reinventa la lengua) o “Help a él” (que sobrevive a Borges), poemas como “Contra el cristal de la pecera de acuario” (que nos interpela con su latiguillo de siete puntas: “Ay tibios”) son, más que obras maestras, una forma de soportar su ausencia.
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¿Desde cuando quiso ser escritor/a?
Creo que desde siempre: comencé a escribir al mismo tiempo ejercicios del tipo “Elsa asea la sala” y poemas rimados. Me decían “el niño poeta” y me regalaron, en consecuencia, la biografía de Arturo Capdevilla.
¿Qué libros leía en su niñez?
¿Cuándo termina la niñez? Leía adaptaciones de los clásicos (griegos y los otros). También muchas historietas. A los 12 años leí mi primer libro “importante”: Sobre héroes y tumbas.
¿Cuáles fueron sus personajes preferidos?
Sandokan, el tigre de la Malasia, cuando era muy chico. Después de los 12, Alejandra Vidal Olmos.
¿Por qué escribe literatura infantil?
No soy un profesional de la literatura para chicos pero, como padre, me acostumbré a contarles historias a mis hijos. Algunas de ellas, las pasé por escrito.
¿De dónde viene la inspiración?
No soy un escritor muy inspirado. En general, robo de alrededor (o de otros textos, como en el caso de la adaptación de Las mil y una noches que acabo de terminar).
¿Cómo vive el proceso de escritura? ¿Escribe todos los días? De lo que escribe, ¿cuánto desecha y cuánto utiliza?
No, no escribo todos los días, sino cuando algo ha alcanzado la madurez suficiente. No desecho absolutamente nada. Lo que no sirve para una cosa, servirá para otra.
¿Piensa en un tipo específico de lector al escribir?
No.
¿Qué temáticas aborda? ¿Son temáticas específicas para los más chicos o cuestiones que también interesan a los adultos, pero abordadas desde otra perspectiva?
No creo que haya temáticas específicas para niños. En todo caso, se trata de una cuestión de vocabulario.
¿Cuál es, a su criterio, el mejor libro o cuento que escribió?
Cada uno de ellos ha ganado parte de mi corazón. Las mil y una noches me salió bien. Pero La mafia rusa y Montserrat (que no son para niños), también.
Respecto de la literatura infantil
¿De qué hablamos cuando hablamos de literatura infantil?
De textos que, por su vocabulario y su cantidad de páginas, estén al alcance de las capacidades lectoras de los niños.
¿Qué significa para usted escribir para chicos y/o adolescentes?
Nada especial. En todo caso, ejercitarme en un género.
¿Cree que la lectura está incentivada en los chicos?
No.
¿Qué opina de fenómenos editoriales como Harry Potter, El señor de los anillos y la saga de Crepúsculo?
Nunca leí ninguno de esos libros de modo que no tengo opinión formada.
¿Por que cree que algunos de esos libros atrapan también a los adultos?
Supongo que porque dentro de todo adulto habita un niño solitario.
¿Cómo ve la oferta literaria para niños? Según su criterio, ¿Qué cambios debería haber?
Menos ñoñería, menos pedagogía y más aventura y más desafío.
¿Qué autores surgidos en los últimos años le resultan interesantes?
Respeto a Rowling, porque aunque no la haya leído, hizo leer a muchos chicos. Y supongo que su universo (de por sí cautivante) debe tener como soporte un buen nivel de inglés. Extraño a Maite Alvarado, cuya figura no ha dejado de crecer con los años.
¿Cree que la literatura para niños que existe en la actualidad, es diferente a la de los 80 y los 90? ¿Por qué?
No lo sé. Si duda es muy diferente de la que yo leía.
Según su punto de vista: ¿Cuál es hoy la función social de la literatura infantil?
¿Función social? La literatura no tiene ninguna función social, la literatura que los niños pueden leer (por cuestiones de vocabulario y extensión) tampoco debería tenerla. La literatura (el arte) es, por definición, inoperante y anacrónico. En eso radica su encanto.
Los huacos-retratos de la cerámica antigua del Perú no han sido estudiados, sentidos y valorados en lo que tienen de más interesante: el de ser una de las bellas manifestaciones del arte escultórico que ha realizado el hombre. Nuestros museos de Bellas Artes han puesto poco interés en incorporar al acerbo artístico de sus colecciones el inmenso caudal del arte americano que –desde el preincaico, pasando por la colonia, hasta fines del siglo pasado –forman un legado que podría ser orgullo de cualquier nación del mundo. Los huacos-retratos son, por ahora, curiosidades de los museos arqueológicos, etnográficos o históricos, como caso extraordinario de cultura aborigen, pero estas obras rebasan, por ellas mismas, los límites del común fenómeno arqueológico para entrar, con todos los honores, en el vasto conjunto de las grandes creaciones artísticas de la humanidad[1].
[1] BERNI, Antonio – “Los huacos retratos” in Forma. Revista de Artes Plásticas, nº 27, Buenos Aires, jun. 1943, p.13. Citado por Raúl Antelo en "Berni, collage e investigación" (mimeo).