domingo, 15 de mayo de 2005

Entrevista

Nuestros contemporáneos, los clásicos

Rubén Szuchmacher es director, actor y maestro de puesta en escena y actuación. Actualmente es director artístico del teatro Elkafka. Desde sus inicios hasta la actualidad ha dirigido, entre otras obras, Sueño de una noche de verano de William Shakespeare; Calígula de Albert Camus; Galileo Galilei de Bertolt Brecht; Decadencia de Steven Berkoff y Las Troyanas de Eurípides. Actualmente trabaja en la puesta en escena de Enrique IV de Pirandello.

Por Melina Burton

¿Cómo es en la actualidad poner en escena un clásico?
-Tomar un clásico tiene muchos problemas porque un clásico carga con todas las lecturas que se han hecho desde que apareció por primera vez hasta la fecha. No tanto porque la obra lo contenga en sí, sino porque la sociedad generó pensamientos acerca de ese objeto. Es notable la cantidad de gente que en su vida tuvo contacto con una tragedia griega y sin embargo tiene un imaginario formado, sin haber visto nunca una.

¿Cómo definiría un clásico?
-Un clásico siempre contiene un problema, que a veces es lo que lo hace interesante como clásico. Por un lado su supervivencia material, cómo llegó eso desde una lejanía en el tiempo hasta el día de hoy. Pero además, un clásico tiene que contener inevitablemente una instancia de contemporaneidad, una instancia de cercanía para que cumpla su condición de clásico. Los argentinos no tenemos clásicos. Borges, por ejemplo, es clásico en algún sentido, pero no escribió teatro y además lo detestaba, así que es un problema, nos privó de eso. Precisamente por eso, con un grupo de actores, hicimos una versión teatral de "La biblioteca de Babel", para ver cómo funcionaba teatralmente ese "clásico" de la literatura, aún contra su voluntad.

¿Es difícil encontrar textos contemporáneos que expresen de la misma forma que un clásico?
-Creo que en este momento lo que tiende a suceder es que hay una gran carencia de textos, sin embargo hay un reflujo hacia el texto. Desde mediados de los '90 volvió a existir el deseo por el texto. Pero los tiempos de escritura son lentos, no son rápidos. El teatro es un arte que tarda mucho en lograr constituirse. Es muy complejo construir nuevos textos que se vuelvan "clásicos".

¿Cuál es el proceso a través del cual elige los textos que dirige?
-No sé, los textos me eligen a mí... Quiero decir: siempre hay una circunstancia por la cual alguien solicita o pide o demanda la realización de tal cosa y yo, cuando me parece que es interesante el desafío, voy y me meto, y eso es lo que me hizo meterme con Lorca, Brecht, Camus, ahora Pirandello, Eurípides, Calderón de la Barca. Hubo determinadas circunstancias que hicieron que yo llegara a esos textos, pero porque a mi me gustan los textos, me gusta mucho leerlos, hacerlos y sobre todo me interesan los problemas que me plantean y me parece que me mantienen vivo como director. Se trata, sin alterar el texto, de llegar a un grado de contemporaneidad que sea eficaz en la relación con el público.

Existe un imaginario respecto a los clásicos que hace que se los considere "difíciles". ¿Cómo vive esta relación entre el público y esas obras?
-Mi experiencia me indica que cuanto más clásico es el texto y más lograda su puesta en relación con la contemporaneidad, más exitoso es. Pasan cosas como que la gente sale diciendo "¡que bárbaro, entendí todo!". Lo importante es lograr que, sin perder su condición artística, el texto se vuelva totalmente comprensible. Por ejemplo, en la versión de Las Troyanas, un caso todavía más complejo porque estaba Sartre (cuya versión utilizamos) de por medio, yo creo que el éxito terrible que tuvo se debió en parte a que la puesta volvió muy comprensible el texto sin volverse didáctica. Además estaba trabajando con actores que entendían lo que estaban diciendo. Hay algo interesante de pensar, y es que hay títulos que el público va a ver independientemente de quién los haga, porque el deseo por el texto es anterior a cualquier versión. Después, puede pasar que la puesta haga que la gente no quiera volver más al teatro. Pero no ha sido mi caso, porque trato de encontrar ese punto de relación con el espectador, de que se involucre. Y trato también de evitar a toda costa caer en el fetichismo del ?acto cultural?. Esa cosa de "oh, oh, oh, que lindo el teatro clásico". Me parece que como director siempre he esquivado esa horrible tentación porque a mí mismo me molesta como espectador. Por eso trato de que en mis espectáculos no pase.

Los textos con los que trabaja tienen, por lo general, una carga política fuerte y una mirada crítica sobre lo social. ¿Le interesa especialmente ese aspecto?
-Sí, yo creo que el teatro en sí es político por naturaleza, independientemente del tema literario de la pieza. El teatro es político porque es el encuentro entre los espectadores y la escena en un mismo tiempo y espacio y eso lo transforma en una entidad política per se. No importa si es una obra pasatista o política, el hecho teatral en sí es un hecho político. Puede haber libros sin lectores o películas sin espectadores, pero el teatro no, sólo se constituye en esa relación. Luego, sucede que hay obras que desde lo temático devienen mucho más políticas. En el caso de Las Troyanas hay un imaginario social y político funcionando, y por eso la obra fue un éxito.

¿Le interesa trabajar a nivel político en la cultura?
-Yo trabajo a nivel político, estoy en la Comisión del pos-Cromañon, que tiene que ver con el tema de las salas, en Secretaria de cultura...Tuve cargos en instituciones públicas, fui director del Rojas, y siempre fui eterno candidato para director del San Martín. Lo que sucede es que ahora mi modo de hacer política está en un teatro que tengo, El kafka. Desde ahí yo estoy haciendo política, desde los teatros independientes. Si alguien me ofreciera ser director del San Martín yo le diría que en este momento está demasiado desgastado el sistema político actual. Y no tengo ganas de sacrificar años de producción, porque eso te mata, te quita tiempo para la creación. Hubo un momento en el que estuve dispuesto, decidido a dedicarme a la gestión, pero algunos sectores tuvieron miedo de que fuera muy vanguardista. ¡Yo, que me la paso haciendo clásicos!

¿En qué está trabajando ahora?
-En Enrique IV de Pirandello. Es un texto muy difícil de leer, pero yo partí de una premisa: Pirandello es un "genio moderno" al cual yo no accedo. Esto es una hipótesis de trabajo que vamos a ver si se verifica. Toca algo en relación con qué es lo verdadero, lo falso (si el rey está loco o no), en una obra del año 1923. Me gusta plantear que Pirandello no es una autor demodé sino que hay algo que no estamos comprendiendo. Pirandello era un grande, pero hay que descubrir por qué era un grande.

Buenos Aires (Seminario de Medios y crítica cultural), 12 de mayo de 2005

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