lunes, 22 de enero de 2007

Diario de un televidente

La máquina de hacer famosos

por Alan Pauls

Contagio nefasto de la epidemia de popstars, muchos, encima, son estudiantes de actuación, actores amateurs, pseudo actores, groupies de actores o lisa y llanamente artistas de la impostura; es decir: gente preparada y por lo tanto extremadamente desconfiable. (Incluso Jessy -en quien deposito mis fichas cuando apostar por alguien es lo único capaz de justificar que siga viendo el programa-, con su aire de asombro, su actitud de segundona modosa, el desamparo con que se aferra a su repugnante peluche, todas cualidades ganadoras, me resultan sospechosas: no las aprendió "en la vida" sino en las actrices de reparto de las películas de Almodóvar.) Es gente que está en la Casa no para ser objeto de una manipulación diabólica (a cambio de una recompensa de fama, un contrato, un canje de ropa) sino para hacer lo que sabe. Esa apuesta a cierto protoprofesionalismo dilapida, creo, uno de los pocos divertimentos que el formato deparó alguna vez: el espectáculo, dudoso pero atractivo, de un puñado de don nadie que lo aprendían todo en cámara y en vivo. En el primer GH, el gran espectáculo era el proceso de cocción que hacía pasar a los cobayos de lo crudo a lo cocido; en GH 4 todos entran ya cocidos; lo único que les falta es aire y descubrir en qué rubro (intriga, poder, sexo, comedia, información) pueden fructificar los talentos que forjaron en las clases de teatro.

El texto completo, acá.

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