lunes, 8 de enero de 2007

Sobre la crítica y las políticas de la amistad

Hay que ser tarado o, para usar una categoría marxiana, "tarado previo" (La ideología alemana) para sostener que una crítica estaría viciada de antemano por la relación (de amistad o de enemistad) que pudieran sostener las personas sociales involucradas en el texto (el "autor" de la crítica, el "autor" al que la crítica se refiere).
Si estamos acostumbrados a pensar que el "autor" no es sino una función del texto (algo que, como un shifter de enunciación, permite relacionar el adentro y el afuera: el texto y el mundo, la política, la vida, el amor y la muerte), no se entiende sobre qué base se podría sostener que la "amistad" es previa al texto y no que se deduce de él o que en relación con él opera, también, como una función.
Lo que importa, cuando una persona sostiene juicios sobre un(os) libro(s) no es, por lo tanto, la relación que se escondería como una sierpe, como una anfisbena, detrás de cada una de sus palabras sino la calidad de sus dichos, el modo en que induce a la pensatividad.
Ariel Schettini ha escrito (por segunda vez, si no recuerdo mal) sobre un libro mío cosas que yo no le soplé al oído y que él mismo tuvo el buen tino de no someter a mi consideración antes de publicarlas. Previamente a ese episodio público, Ariel Schettini y yo hemos sostenido discusiones muchas veces exasperantes sobre literatura, sobre política, sobre la vida y la muerte. No sé de dónde sale la idea de que los amigos están allí para aprobar lo que uno piensa. Tengo para mí que la amistad es el momento más agudo, más grave, más agobiante del disenso: lo que nos enfrenta, una y otra vez, a lo que no somos capaces de pensar por nuestra propia cuenta. Confieso que el texto firmado por Ariel Schettini sobre Montserrat me hizo pensar en aspectos de la novela en los que yo mismo no había reparado (y es eso, en todo caso, lo que yo podría agradecerle, y no el envío de no sé qué hipotéticas flores que se esconderían detrás de sus palabras).
Por supuesto, no soy yo la persona más indicada para defender los argumentos de Schettini, quien, por otra parte, no me necesita para enfrentamiento de tan fácil resolución: baste señalar el barbarismo de quien se atreve a recusar su referencia a "la narrativa moderna del siglo XXI" mediante el soporífero señalamiento de que el siglo XXI aún no ha transcurrido por completo. Pues bien, señores, sépanlo: en lo que a nosotros respecta, hasta el día de hoy, enero 8 de 2007, el siglo XXI ha transcurrido enteramente. Mañana será, seguramente, otra cosa. Y el año que viene, todavía algo diferente. En el 2010, en el 2087, los historiadores se encargarán de hablar de nuestro tiempo con palabras que no podemos siquiera adivinar. Pero es ésa precisamente la distancia entre la crítica (que trabaja en el presente) y la historiografía (que supone una mirada retrospectiva). Por otro lado, recortar la descripción definida "la narrativa moderna del siglo XXI" supone una operación tan burda que ni vale la pena comentarla salvo para decir que impide discutir lo que esa descripción definida presupone, esto es: la la existencia de aquello que se postula como existente ("el lucero del alba", decían los lógicos que no pretendían hacerse los vivillos).
¿Qué habríamos de hacer? ¿Prohibir a los "amigos" que hemos ido cosechando a lo largo de nuestras decrépitas vidas que se involucren públicamente respecto de lo que hacemos? ¿Entregarnos a las plumas mucho más agudas de nuestros "enemigos"? Mejor es pensar que las personas que dicen cosas inteligentes (Benjamin, Foucault, Deleuze, Martínez Estrada, Severo Sarduy) son nuestros amigos, independientemente de qué hablen. Y las otras, no. Si se da la peregrina circunstancia de que personas que queremos mucho (Barthes, Dakota Fanning, Ovidio, Alejandro Ros) consideren que tienen algo interesante para decir a propósito de lo que hacemos (no importa en qué términos), aceptaremos el trago amargo y haremos cuenta de que eso no sucedió nunca, precisamente para poder seguir cultivando esa vaga fatria que ofende a tantos. Eso sí, amigos tarados, tarados previos, no tendremos nunca.

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