sábado, 29 de agosto de 2015

“Lo innombrable, lo neutro o lo queer han sido siempre las puertas de la felicidad”

por Miguel Rosetti para Soy

Con Suturas (Eterna Cadencia), un colosal volumen de textos recién salido a la calle con el que había prometido cerrar su trilogía ensayística, Daniel Link deja la puerta entreabierta para prolongar lo que a esta altura de su trabajo es menos una obsesión teórica que un mandato ético: buscar lo que todavía vive.

“Todo libro llega siempre en un momento inadecuado: demasiado tarde o demasiado temprano. Y llega siempre a un lugar donde ya no estamos”, dice como si esa certeza no escondiera insidiosamente una estrategia que ha cultivado con fervor, una vía propiamente queer: no estar nunca en el lugar donde se lo espera. Aborrecer los estanques de las categorías y preferir siempre la libertad del mar abierto. Suturas (Imágenes, escritura, vida) es el extenso mapa crítico y afectivo de ese movimiento atópico. Concebido como el capítulo final de su trilogía ensayística, de las más ambiciosas por nuestros lares, Suturas lleva a la extenuación y a una suerte de clímax aquello que había comenzado exactamente hace diez años con Clases (Literatura y disidencia), y que había seguido por Fantasmas (Imaginación y sociedad): poner la contingencia y el pensamiento en la misma trayectoria, unirlos y afirmarlos como la única escapatoria posible. Por eso es difícil discutir que Daniel Link encarna no el ejercicio de una profesión (que tiene un campo ya delimitado de trabajo) sino una forma, la más contemporánea dentro de las imaginables, de ejercer el pensamiento. El negativo de la gran pose: menos el que se pone a pensar, que el que está forzado a hacerlo (porque el presente así lo pide, porque los artefactos con los que se cruza lo demandan, porque si no, nadie lo hace). En este sentido, Suturas es la ocasión para hacer coexistir especies de pensamiento de lo más exóticas. Una lectura que vuelve sobre los pasos de la crítica y dice mejor todo lo que se ha escrito de la obra de León Ferrari, porque la ubica en el terreno en el que nadie se había ocupado de hacerlo, la teología política. La feliz intuición de colocar a Ricardo Rojas, el epítome del nacionalismo literario, entre los padres encubiertos del comparatismo en un gesto que escandalizará a los guardianes del tesoro de la nación. El hallazgo del Hombre de Vitruvio de Cesare Cesarino, un Vitruvio en plena erección, del que se desprende una hipótesis cultural, que sólo puede ser contrapuesta por la fotografía del ex capitán del equipo de rugby de Gales, Gareth Thomas. Un vaivén metodológico entre el anacronismo de la filología y la novísima diagramatología, dos artes interpretativas que se encuentran sólo para indicarnos que no se trata de diseccionar los textos y las imágenes, como cadáveres, para ver cómo murieron, sino de hurgar en ellos, como un lector-chamán, para ver qué chispa de vida los anima todavía.


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