domingo, 14 de agosto de 2005

Galería


Foto: Lezano/Tatán

Una sombra de verdad desconocida

Por Daniel Link Lo que se conoce como "arte del retrato" supone una serie de chantajes a los cuales conviene resistirse desde el comienzo: ¿Hay que seguir aceptando el antiguo precepto de que la cara es el espejo del alma? ¿Es el rostro una síntesis de la personalidad, el pozo insondable a partir del cual se resuelven todos los misterios de la vida?
Mejor sería preguntar, como hacen casi siempre Nora (Lezano) y Tatán (Arpesella): "Tu mamá qué es, ¿un paisaje o una cara? ¿Una cara o una fábrica?" Porque se trata de descomponer el retrato y, al hacerlo, oponer las fuerzas de la carne y de la luz que nos atraviesan a la dichosa calma de lo que se pretende saber sobre sí y sobre los otros. No hay cara que no englobe un paisaje inexplorado; y, al contrario, no hay paisaje que no se pueble con un rostro amado o soñado, que no desarrolle un rostro futuro o ya pasado. La cara no es el espacio privilegiado para un ejercicio de poder por parte del artista del retrato sino todo lo contrario: el embudo que aspira todas las fuerzas del cosmos (incluso las del fotógrafo) y las redistribuye en un plano diferente. Ni el plano de la expresión, ni el plano de la significación, sino la fuga hacia lo desconocido.
Por eso, en las fotos de Nora y Tatán (quienes sostienen, cada vez que se lo preguntan, que todo es un retrato), siempre hay como mínimo dos términos: boca-seno, cara-paisaje (Fito, Dominique), carne y luz (Ferrari, Rep), y cada término atraviesa al otro para constituir esa máquina automática de invención de mundos que llamamos fotografía. ¿Acaso Antonella no se nos aparece después del experimento fotográfico con una belleza angélica o alienígena (en todo caso, más allá de lo humano) precisamente por la relación que el retrato plantea entre los labios y el seno? O: ¿en qué animal está a punto de convertirse Miuki (carne y luz)? Jamás lo sabremos. Porque el ojo de N/T sólo quiere decirnos que hay algo ahí y que no se sabe bien qué es.
El modelo que ha posado para un verdadero artista del retrato sabe que saldrá de la sesión transformado. Y no en el sentido trivial de que él mismo ignoraba la verdad que el fotógrafo ha sabido capturar, sino en el sentido de que el fotógrafo se ha dejado seducir por una sombra de verdad desconocida para todos (el artista, el espectador, el modelo). Los grandes artistas del retrato desprecian la estética del reconocimiento (¡es verdad, así soy yo!) en favor de una estética de la ascesis y la re-construcción (yo no era así y ahora ya no sé qué soy). Cuando vemos las fotografías de Richard Avedon, de Helmut Newton o de N/T sabemos que ellos (en fin, los grandes fotógrafos) no exigen el sometimiento a su mirada (el ojo de Dios o la Verdad del Arte), sino que esperan más bien un juego cómplice: hagamos algo juntos, relacionémonos.
Sería difícil decidir si las mejores fotos de N/T son las que aparecen en los medios para los que colaboran regularmente en Argentina y América Latina (Página/12, G7, Gatopardo, Soho), las tapas de discos con las que intervienen en el universo del rock vernáculo o las fotos que salen de sesiones de publicidad o modas. Difícil y, además, inútil, porque no se trata de géneros, situaciones fotográficas (en estudio, al aire libre, etc.) o demandas industriales. No es que el artista venga a proveer la luz y el modelo la carne. La luz y la carne son el cosmos (el salto hacia la nada de una mujer embarazada). El artista y el modelo salen juntos a recorrer el cosmos como una patrulla mundana de exploración o de cartografía. Vamos a ver qué hay o que podría haber entre la carne (finita) y la luz (infinita): ahí, precisamente ahí, está tu cara.

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