miércoles, 2 de marzo de 2005

Empire

Con la microscopía barrial pasa lo mismo que con las grandes películas de Warhol o la Recherche de Proust: modifican el régimen de percepción. Pareciera que en el barrio no pasa nada y basta una mirada para darse cuenta de que, en los últimos días, han sucedido graves acontecimientos que hay que registrar porque, en definitiva, comprometen el curso de la historia.
Las alarmas de la vecina de la vuelta resultaron fundadísimas: la casona de la esquina ha sido ocupada nuevamente. Nos dimos cuenta porque los postigos de las ventanas de los pisos altos aparecían alternativamente cerrados y abiertos de acuerdo con las condiciones climáticas y, sobre todo, porque una tarde de sol vimos unas bombachas colgadas en una ventana del segundo piso. Me alegro de que ese sombrío monumento a la mezquindad de quién sabe qué herederos sirva para que alguien ponga a descansar sus huesos. No están los tiempos para andar dejando casas vacías y la ciudad de Buenos Aires no merece ese destino para sus viejos y ruinosos palacetes.
Como ninguna buena nueva viene suelta, tenemos que consignar una catástrofe. El sábado a la tarde salimos a comprar regalo de cumpleaños para una amiga muy querida y nos pareció completamente adecuado (porque ella es muy exclusiva y sólo usa ropa que junta de la calle) recurrir a la oferta de la Feria Americana de la otra cuadra, antes de la Avenida. Profunda fue nuestra pena cuando la vimos cerrada a cal y canto y con gigantescos letreros que anunciaban la venta del inmueble. Habíamos perdido una institución y, al mismo tiempo, la posibilidad de homenajear a un espíritu exquisito. Costearnos hasta el Ejército de Salvación, a esa hora, hubiera sido inútil, de modo que, después de unas vueltas a la manzana dominadas por la desolación, volvimos a casa y, del cajón de cosas viejas, elegimos lo que nos pareció que podía halagar el gusto infalible de la cumpleañera (además de serle de alguna utilidad).
Me alarmé cuando vi que estaban pasando cosas (la toma de una casa, la desaparición de un negocio imprescindible) de las que no me daba cuenta. ¿Es que todo sucede con una velocidad de vértigo que nos pone siempre ante hechos ya consumados? ¿O es que miramos poco y mal los dramas pequeños que nos involucran?
Vimos que la construcción de los departamentos sobre la verdulería de la otra esquina ha avanzado considerablemente, vimos que el departamento que estaba a la venta enfrente del Bar Dante (y cuya compra alguna vez soñé) fue retirado del mercado, vimos que hacia Barracas, donde vive N., el cielo se vuelve más ancho, más profundo y estrellado. Vimos, cuando volvíamos de su fiesta, tarde, a las trabajadoras de la carne de nuestro barrio prácticamente arrojándose contra los taxis, en su intento por salvar la noche, el mes, la vida.

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