Escribí El amor en los tiempos del dengue movido por una curiosidad teórica y estética. La suerte quiso que, algún tiempo después de ese ejercicio de escritura, hubiera en el Centro Cultural Ricardo Rojas un ciclo en marcha, titulado "Óperas primas". Lo que había sido escrito pensando en el azar como una de sus variables encontraba ahora, por azar, su contexto de producción. Cuando me preguntaron si tenía una obrita de teatro para el ciclo no me quedó más remedio que contestar que sí, y lo que yo imaginé como una pregunta retórica adquirió una fuerza performativa que nos llevó literalmente por delante. El ciclo "Óperas primas" reúne primeros textos dramáticos con primeros directores: nadie podía esgrimir a su favor una previa experiencia en la cual fundar un poder sobre el sentido. ¡Por fortuna! Eso hizo del proceso de montaje una experiencia sumamente rica para todos los que en ella participamos pero, sobre todo, amable. La responsabilidad de la puesta recayó en Saula Benavente, a quien yo ya conocía por sus trabajos cinematográficos. Creo que cuando nos vimos por primera vez nos caímos bien (hablamos de animales domésticos mientras instalaba la cámara y las luces en la sala de mi casa). Pero nunca habíamos hablado sobre teatro y nunca volvimos a hacerlo. Nos entregamos al vértigo de un montaje que (una vez más, por azar) debía cumplirse en tiempo récord. La inminencia del estreno obligó a dejar de lado algunos aspectos y a potenciar otros. Acentos lingüísticos diferenciales habría, pero muy acotados y, en todo caso, veríamos si se podía avanzar en ese punto con la obra ya estrenada. Los cuatro actores, a los que no fue fácil entusiasmar para un estreno inminente y un proyecto incierto, resultaron ser, pese a todas mis desconfianzas, las más idóneas personas para desempeñar los papeles que había imaginado. Hoy me costaría imaginar otras voces y otros cuerpos para llevar adelante El amor en los tiempos del dengue.
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Las tres gracias
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Hace 3 semanas.
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