jueves, 14 de junio de 2007

Los raros

Guiños de la vida en la obra

por Sergio Téllez-Pon

Mario Bellatin, El Gran Vidrio. Tres autobiografías, Anagrama, Col. Narrativas hispánicas, Barcelona, 2007, 165 págs.

La obra de Mario Bellatin (Ciudad de México, 1960) es una de las más seductoras que se escriben actualmente en español. Me refiero a que desde la primera página de cualquiera de sus noveletas, Bellatin atrapa al lector con el estilo pulido y lacónico que ya lo caracteriza. Es así como rápidamente se entra en un ambiente hermético que invade y, en cierta medida, define la lectura. Por eso es extraño que en uno de los fragmentos del primero de los tres libros de que se compone El Gran Vidrio, Bellatin escriba: "322. Como se supondrá por lo que he relatado, el ambiente se tornó sombrío". ¿Pero es que en algún momento el ambiente no fue sombrío? ¿Había necesidad de decir que el ambiente se tornaba sombrío? Desde luego la reiteración no es gratuita. También desde la primera página, la atmósfera en prácticamente todos los libros de Bellatin es sombría: desde sus primeras obras, como Efecto invernadero, donde se cuentan los últimos días de vida del poeta peruano César Moro, y en especial en el moridero al que llegan los infectados de una nueva enfermedad en Salón de belleza hasta el inválido que depende de sus perros pastor belga-malinois en Perros Héroes.
Por otra parte, de un tiempo para acá los libros de Bellatin han ido adquiriendo rasgos biográficos de forma más evidente. Pero ¿acaso sus anteriores novelas (Flores, por ejemplo) no son autobiográficas? ¿Es necesario una vez más que Bellatin diga que estas noveletas lo son para saberlo? En sus autobiografías los escritores se esmeran en ser fieles a lo que realmente aconteció para relatarlo. En el caso de Bellatin lo que sucedió es pasado por el tamiz de la ficción de manera tal que cabría preguntarse en qué medida son autobiografías si todo ha sido ficcionalizado (sin embargo, lo que pasó sigue siendo verdad). Al reunir estas tres bajo el subtítulo "Tres autobiografías", Bellatin lanza un guiño sobre su vida y su obra. O, más exactamente, sobre la relación que se está sucediendo entre ellas actualmente. Bellatin practica el sufismo, una más de las corrientes del Islam, es un amante empedernido de razas de perros excéntricas, usa una prótesis en el brazo derecho ("Desde que nací mis padres se empeñaron, de manera casi obsesiva, en que utilizara una prótesis que supliera mi brazo faltante", dice el protagonista de la primera) y padece una rara enfermedad incurable que, sin embargo, no es por la que morirá. Es evidente que Bellatin está haciendo una obra de arte con su vida: La jornada de la mona y el paciente (2006) cuenta la profunda crisis sicológica que padeció durante los primeros meses de 2006; cada mañana, inmediatamente después de despertar, Bellatin se sienta frente a la computadora a (d)escribir el sueño que ha tenido esa noche y, finalmente, pronto, junto con el artista peruano Aldo Chaparro, montará una exposición de las prótesis de su brazo que ha usado a lo largo de estos años.
Pero, ¿es imprescindible saber todos estos datos para apreciar mejor una obra tan sólida como la de Bellatin? Desde luego ese no es un asunto que deba importar. Confórmese el lector con la autenticidad de esta obra, con su solidez, su estética e innovación indiscutibles. Finalmente, es preciso decir que Bellatin prescinde de la trama porque no son novelas convencionales (como tampoco son "autobiografías" en estricto sentido) que "cuenten algo". De hecho, creo que tampoco pretenden relatar una historia a la manera ortodoxa. Al navegar por estas embravecidas aguas que van y vienen, que llevan al lector por un lado y luego fluctúan en sentido contrario, sólo quedará el desconcierto. Otra vez el ambiente sombrío. Con El Gran Vidrio, Bellatin se confirma como un excéntrico al que muchos ya han reservado un destacado lugar en la tan recurrida familia de los escritores raros.

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