Ayer, domingo, tendimos al mediodía la mesa en el balcón y pusimos cubiertos para tres. Bárbara almorzó con nosotros y hablamos de gatos y de plantas, de amigos en común y del año del mono (que acaba de terminar) y del año del gallo (que recién comienza). En realidad yo no hablé nada, porque no domino el tema, pero escuché atentamente lo que Bárbara decía porque no sé si puedo seguir sosteniendo la misma incredulidad que hasta hace poco en los sistemas esotéricos de explicación del universo. Le contamos a Bárbara las últimas noticias que teníamos sobre la Difunta Correa y la incidencia de los astros en los movimientos sísmicos. Después vino Pablo a charlar sobre su libro nuevo y, más tarde, Marcos pasó a devolver unas películas que S. le había prestado. Nos agotó la intensa (y no frecuente) sociabilidad dominguera y, cuando nos fuimos a dormir, dejamos la mesa y las sillas en el balcón. Por supuesto, esta mañana llovía y se habían empapado. Releo la descripción en el cablegrama que envió nuestro vecino Duchamp hace muchos años y siento que encierra un sentido secreto que se me escapa. No quiero inquietarme más allá de la cuenta, porque tengo mucho trabajo pendiente, pero es evidente que las conversaciones de ayer me dejaron resaca y me va a costar concentrarme.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
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