lunes, 17 de enero de 2005

Poetas-profesores

por Daniel Link

Contemplación del silencio
Laura Cerrato
Libros de tierra firme
Buenos Aires, 1999
80 págs.

Laura Cerrato ha numerado los poemas incluidos en Contemplación del silencio del 1 al 57. El recurso (como casi todos los que pueden encontrarse en este libro) es clásico; permite identificar y recomendar rápidamente los poemas predilectos: el 48 es perfecto, el 15 es conmovedor, el 53 es preciso como un filo. Ninguno de los poemas es demasiado "sorprendente". Pero es que Laura Cerrato no hace de la sorpresa o la originalidad la razón de sus desvelos: esa clase de la modernidad -ella lo sabe por la experiencia de sus lecturas, citadas en varios poemas: 6, "leyendo a Paul Celan", 9, "leyendo a Diana Bellessi", 12, "leyendo a Montaigne", 21, "leyendo a Chaucer"- corresponde a una fe ciega en las posibilidades subjetivas del arte que ningún lector de Beckett -Cerrato es una de las grandes autoridades mundiales en su obra- podría sostener. Es un vocabulario limitado y un pequeño repertorio de temas lo que se despliega en Contemplación del silencio. Con tan poco, el libro alcanza momentos de perfección. Teniendo en cuenta los tiempos que corren, ahora sí, Cerrato sorprende.

Sagitario
Silvio Mattoni
Alción
Córdoba, 1998
64 págs.

Silvio Mattoni ha sido saludado como uno de los grandes jóvenes poetas. Sagitario demuestra que una afirmación semejante no es desmesurada. Lo que sorprende de los versos de Mattoni es su desmedida mesura (o, si se prefiere: su desmesurada medida). Hay dos ritmos en esa poesía: uno está marcado -como corresponde- por los finales de verso; el otro está marcado -como también corresponde- por el ritmo silábico y las rimas que, lejos de haber sido desdeñadas, aparecen en el interior de los versos. Por supuesto, hay una distancia entre esos dos ritmos que casi nunca coinciden. Esa distancia enrarece el tono de los poemas: los salva, por así decirlo, de la pompa y la gravedad en que hubieran podido caer autores menos "críticos". Arturo Carrera, Eugenio Montale, Enrique Banchs, Horacio y Yasunari Kawabata son los poetas invocados por Sagitario para fundar su "verdad" poética. Quienes esperen de este poemario una voz estable o una cuota más o menos deliberada de sentimentalismo se sentirán defraudados. Mattoni apela a la orfrebería, el clasicisimo, el dèja-lu, como si evocara un matiz de azul o un tema musical: el arte.

La fragancia de una planta de maíz
Martín Prieto
Buenos Aires, 1999
64 págs.

De las múltiples ocupaciones que los poetas tienen para poder vivir, una de ellas está dominada por la acedia, esa melancolía típica de los claustros. Laura Cerrato es profesora de Literatura Inglesa en Buenos Aires, Silvio Mattoni enseña Estética en Córdoba, Martín Prieto dicta cátedra de literatura argentina en Rosario. Podrá decirse lo que se quiera de la poesía de claustros, pero lo cierto es que la Universidad constituye un encuadre o un ritmo exterior, aquello que organiza la vida del melancólico profundo que, en definitiva, es todo poeta. Martín Prieto hace del "día de un profesor" la materia de La fragancia de una planta de maíz. Pero no hay que ver en ese uso un afán testimonial. El tipo de poesía que Prieto reivindica y practica (para delicia de sus lectores) es "objetivista" (en el sentido de objetivar percepciones). Cada poema elige un lugar, una hora del día, una tensión o una violencia. Apelando a la masa informe que es hoy la cultura -de Rémy de Gourmont o Rilke a Leonardo Favio (cantante) o Roberto Carlos-, Prieto construye un librito (las páginas que ocupa, en rigor, son cuarenta) que confía en la posibilidad de ordenar esa marea que es la vida.

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