jueves, 5 de julio de 2007

Comunidades imaginadas

Una circunstancia amorosa que no viene a cuento precisar determina que la mujer deba aceptar una invitación galante para uno de los festivales de Bayreuth en el que se representará, en jornadas consecutivas, la Tetralogía del Rin. Irritación es lo primero que siente, dado que nada más alejado de su universo que la Gesamkunstwerk wagneriana. Ni siquiera, piensa, tiene ropa adecuada para asistir a ese evento exclusivísimo para el cual las entradas se venden con años de anticipación. Como es de huesos grandes, imagina la incomodidad de las horas que tendrá que pasar atornillada a esas butacas pensadas para épocas pretéritas, cuando los hábitos alimenticios mantenían a los europeos del norte unos cuantos centímetros por debajo de la estatura media actual. Pero acepta la invitación porque no le cuesta un centavo y porque las razones del corazón son más fuertes que las razones del arte. En Bayreuth se siente todavía más incómoda, como si hubiera sido transferida a una realidad alternativa en la que los problemas del mundo han dejado de importar, absolutamente. Casi no hay una sola persona que no participe, a su manera, del ritual. Durante los almuerzos, morosos y formales, sólo se habla de aspectos en particular oscuros de la trama de la tetralogía, que ha sido estudiada minuciosamente en las jornadas previas. Durante las cenas se comentan, con la misma reverencia, matices de la representación, el canto, los tempos musicales, la escenografía de aquello de lo que acaban de participar. Poco a poco, la mujer comienza a encontrar algún encanto en una situación que creía perdida para siempre: la comunión (del arte). Durante cuatro, cinco, seis días, esas personas han abandonado sus lugares sociales de siempre para convertirse en feligreses de un culto que (como en su propio caso) en el fondo volverán a abominar con la misma intensidad de siempre apenas abandonen la situación encantatoria. Es como un retiro espiritual. Es como si en un retiro tan radical del mundo, el espíritu, esa entelequia incomprensible hoy para nosotros, se dejara ver, más allá de las walkirias, los delirios germanófilos y el límite musical en el que trabajaba Wagner, en la sencilla idea del vivir juntos, del proyecto comunitario, de la suspensión del individualismo.
Una noche, encerrada en el baño de una hostería de Bayreuth, la mujer llora.

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