sábado, 8 de julio de 2006

La fiesta deportiva sin igual

Las últimas semanas, S. ha participado de un foro en el que ha estado debatiendo con una serie de fanáticos del balonpie las posibilidades de sacar al fútbol mundialista de la decadencia en que se encuentra, como producto del triunfo indisimulable del cálculo egoísta, la estrategia vil y la confusión entre modelos de calzoncillos y verdaderos jugadores (entre otras razones que arruinan guiones culturales que, de otro modo, serían preciosos).
A nadie escapa (ni al más miserable de los relatores futbolísticos), en el planeta entero, que una final entre dos equipos mediocres como Italia y Francia, que llegaron a esa instancia sólo por sendos goles de penal, no hace sino demostrar la crisis profunda que atraviesan los mundiales. Generosos como somos, ofrecemos a continuación un conjunto de soluciones que harán del espectáculo la cosa atractiva y emocionante que nunca debió dejar de ser (sobre todo para las masas, que no tienen muchos más temas de conversación, y los penales son la guillotina de toda charla posible).
1. Por supuesto, lo primero es eliminar la instancia "penal" como decisoria de la suerte de un equipo. Es completamente ridículo que lo que se considera la pena máxima ante una falta futbolística se utilice como instrumento para dirimir un empate (sino buscado, al menos consentido por las escuadras rivales). En principio, podrían reemplazarse los tiros desde el punto de penal con tiros libres o córneres, instancias igualmente insulsas y arbitrarias en lo que al control de la pelota se refiere y con un significado mucho menos delictivo.
2. S. ha propuesto en el foro de referencia (cuya dirección me ha ocultado sistemáticamente) resolver el fútbol espectáculo como lo que es: un espectáculo (intuyo que ha copiado esta solución del básquet). Así, los penales quedarían totalmente desvalorizados y perderían el valor resolutivo que ahora tienen.
2.1. En primer término, propone que los penales valgan no uno sino medio punto. Como los partidos se ganarían con un punto de diferencia como mínimo, quedaría para siempre excluida la posibilidad (vergonzante, ridícula, arbitraria, cómoda) del 1-0 con gol de penal. De paso, toda la corrupción asociada con esa decisión soberana e inapelable de los árbitros se desvanecería como una nube en el cielo. El penal seguiría siendo desempatante, pero sólo en el caso de que hubiera otro gol (de penal o no). Aplaudo sinceramente la propuesta, pero la considero un poco compleja para las mentes poco entrenadas en las matemáticas.
2.2. En segundo término, S. propone que, ante un empate, los equipos sean obligados a jugar otro partido de noventa minutos, con los suplentes. Nada de alargues ridículos. Un partido entero y ya. Por supuesto, esto inclinaría la balanza en favor de las selecciones poderosas que puedan contar con 22 jugadores de calidad en vez de 11, pero eso es problema de los equipos (argumenta S. en contra de los oficialistas de los mundiales que son muchos, y muy militantes en favor de que todo quede como está). Si no quieren llegar a esa instancia, que los equipos hagan lo necesario para evitarla, es decir: goles como resultado de jugadas.
3. La novia de un redactor especializado en cinematografía de uno de los grandes matutinos de Buenos Aires, que coincide con nuestro diagnóstico ("Los penales son una mierda, son emocionantes cuando los ganás; sino, son una mierda atómica y lo más depresivo que te puede pasar. La verdad es que no se puede definir un mundial con ellos")
ha propuesto, en el mismo foro, reemplazar la instancia de los cinco penales por cinco jugadas (tres jugadores, comenzando desde la mitad del campo, contra tres jugadores incluido el arquero contrario). Cada vez que la pelota sale de la cancha, se vuelve a empezar desde el medio campo, pero esta vez ataca el equipo contrario. Muy experimental, la solución debería ser probada, tanto en lo que se refiere a sus posibilidades deportivas como espectáculares.
4. Una fundamentalista de La Coruña sólo admitiría que en lugar de un partido entre dos equipos se jugaran dos ("como en Libertadores y Champions", agrega con esa típica manía de los entendidos de manejar referencias oscuras y no argumentos claros).
4. Un programador de festivales de cine (consciente de la catástrofe futbolística que estamos atravesando y la necesidad de revertir la tendencia cuánto antes) recuerda épocas pretéritas, en las que había partidos de desempate y el mundial se decidía (Brasil 1950 es el ejemplo filológico que trae a cuento) entre cuatro equipos que jugaban entre sí. Personalmente desconfío de las soluciones que implican un retorno al pasado, porque me parecen discurso de viejo.
5. Lo Importante, en todo caso, insiste S., es crear conciencia en el público de que no debe tolerarse ya más la instancia definitoria de los penales (
"es medio patetico que los jugadores traten constantemente, en vez de meter goles como dios y el deporte lo mandan, de inventar penales tirándose en el área. Es un poco triste como estrategia... muy de potrero, muy poco mundialista"), sobre todo porque arruinan el espectáculo, que es lo único que importa. Si su primera solución (la más límpida: el penal de medio punto) no consiguiera atravesar las instancias burocráticas de los programadores televisivos, propone que el partido se decidiera en alargue, pero sin arquero (es decir: sin la posibilidad de que el arquero juegue como tal sino como cualquier otro jugador: liberado de arco de su custodio, es evidente que los goles se multiplicarían).
En relación con hipótesis sencillas como éstas, que devolverían el fútbol a quienes les pertenece por derecho (los espectadores televisivos), han sido propuestas soluciones mixtas y de un barroquismo tal que me resulta difícil resumirlas, sobre todo a partir de conocimiento indirecto que sobre ellas tengo. Hegemónicos como son los europeos en la copa del mundo (y timoratos, conservadores, faltos de imaginación y de grandeza histórica) es posible que todo siga como está: mal y cada vez peor. Hay que empezar ya mismo a tramitar los cambios necesarios y no veo por qué habría que delegar en una institución ridícula como la FIFA el esquema de selección de equipos y de definición de los empates. Y sino se acepta que el mundo podría ser mejor (y que es nuestra responsabilidad que así sea), que devuelvan la plata.

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