(estamos esperando el twitt presidencial repudiando)
por Daniel Link para Perfil
Mi hijo tiene 40 años recién cumplidos, mi nieta está por cumplir 8. Mi hijo estudia Ciencias Exactas en la UBA. Mi nieta va a segundo grado en una escuela privada. Ninguno de los dos sabe escribir en cursiva. Cada vez que veo a mi nieta le pregunto si ya ha aprendido (a escribir, pero también a leer). Me contesta con una mueca y creo que voy a desistir porque lo peor sería hacerle odiar la escritura manuscrita en cursiva. Pero a la madre no dejaré de taladrarle la cabeza: me parece completamente inaceptable que alguien termine segundo grado sin poder escribir cursiva. A mi hijo ya le he dicho que ahora entiendo por qué no pudo terminar filosofía. Se le hacía imposible tomar apuntes.
Es rarísimo que la gente no sea consciente de la importancia de la cursiva, que permite que el pensamiento corra más rápidamente, más acompasado al ritmo de la mano (del cuerpo). La cursiva permite tomar apuntes, pero además permite recordar mejor lo oído o leído, transformado mágicamente en escrito. La tosquedad de la letra de imprenta puede justificarse, pero es una letra que sale lentamente y que obliga a pensar en cada trazo.
Una vez mi hijo (todavía con 39 años) me mandó un fragmento de su escritura cursiva con la leyenda: “costó pero salió”. Lo que había salido es algo que a un chico de ocho años de mi generación le habría costado horas de trabajo en el hogar.
El rechazo a la cursiva, o su olvido, tiene un componente ideológico muy fuerte que reposa en la presunción (falsa) de que épocas de tecnificación acelerada, la gente puede prescindir de la mano para escribir.
Yo todavía me sorprendo cuando veo que la gente escribe en los teléfonos celulares con los pulgares, sosteniendo el aparato con ambas manos. Yo, desde que se inventó el swipe, sostengo el celular con una mano y deslizo el dedo índice sobre las letras de la palabra que quiero escribir, en una secuencia que es al mismo tiempo un trazo, una curva. No me sale siempre bien, pero tampoco a quienes recurren a sus pulgares.
En el ámbito profesional sucede lo mismo. Quienes hacen entrevistas para medios gráficos usan grabador y luego transcriben. Está bien, si se trata de asuntos que requerirán de prueba judicial, llegado el caso. Pero si la entrevistadora pudiera transcribir directamente lo que escucha, con abreviaturas y otros trucos propios de la cursiva, ganaría tiempo y, sobre todo, ya tendría un esquema mental de lo principal y lo secundario de ese intercambio. Rendidas al grabador, es como si escucharan por primera vez la charla. Lo he presenciado. Horrible.
Amigas madres, que tienen hijas, me dicen que la experiencia de la cursiva es muy despareja y que las primarias públicas suelen enseñarla con un poco más de rigor que las privadas, entregadas al progresismo (que se basa en una tontería como “si mi hija ya es rica, lo que queda demostrado por la cuota que pago, para qué forzarla a esforzarse)”.
Lo que es absurdo, porque la cursiva no es esforzada, sino fluida. Hay que aprender a trazar curvas, a enlazar elipses, a dejar que la mano baile en el aire. Hay que soltarse.
Por Daniel Link para Perfil
Había perdido la frase “el Estado, que debe crear las condiciones físicas de la existencia: habitación, vestido, alimento, no puede ser una simple sinfonía de libres sonidos; ha de formar una verdadera estructura”. Su autor es el gran naturalista Jakob von Uexküll y está en el libro Cartas biológicas a una dama, que había dado a leer a mis alumnos hace años y recién ahora recuperé. La dama era su esposa, a quien usó como corresponsal para publicar una serie de artículos de divulgación que unificó bajo la forma libro en 1920. La bellísima compilación fue publicada en 2014 por Cactus, con una introducción sabia y conmovedora de Juan Manuel Heredia.
La frase es de una actualidad que sorprende tanto como el necesario antidarwinisimo y antihegelianismo que destila su teoría. Lejos de batallas triunfales del Espíritu puro y lejos de ordenamientos simplistas y mecánicos de todo lo viviente, el mundo tal y como von Uexküll lo postula es una armonía de mundillos relativamente independientes unos respectos de los otros. No hay competencia ni lucha por la vida, no hay mecanicismo químico que alcance a explicar lo viviente. Von Uexküll postula que la experiencia de todo ser vivo supone la relación de un sujeto, un objeto y un ambiente (es, por supuesto, un ecologista que todavía no lleva ese nombre).
Sus aciertos pueden encontrarse en Heidegger, en Casirer, en Canghilhem, en Deleuze, en Merleau-Ponty, en Sloterdijk, en Agamben. Es un pensamiento que recorre enteramente el siglo XX y llega hasta nosotras, que podemos recuperarlo sólo a través de una experiencia, que es la experiencia universitaria, para enfrentar la barbarie desinhibida en la que vivimos.
Porque escribe cartas, von Uexküll se convierte en un humanista, alguien que usa la palabra para llevar más lejos la verdad de la teoría que postula. Hace públicos ciertos saberes que conviene que se tengan en cuenta en relación con políticas de lo viviente, de las cuales el Estado no puede ser ignorante ni prescindente. El Estado debe crear las condiciones físicas de existencia y no patrocinar la selección de unos sobre otros.
A nosotras, que sufrimos la violencia antihumanista, nos parece que es deber del Estado alimentar también los espíritus (o las mentes, como quieran). Y sabemos que en esa dieta las humanidades ocupan un lugar central porque examinan críticamente la historia de los saberes y porque proponen alternativas a la destrucción que se presenta como inevitable. Las humanidades son públicas o no son nada y no hay mundo posible sin humanidades.
El próximo viernes 26 de septiembre de 09:00 a 18:00 se presentarán las nuevas carreras Licenciatura en Letras y Profesorado en Letras de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. La cita es en el campus de Villa Lynch, donde estarán Daniel Link y algunos de los prestigiosos profesores de la carrera, para iniciar a los interesados en los incontables vericuetos y conexiones y los múltiples destinos que suponen hoy los estudios en humanidades.
por Giorgio Agamben para Quotlibet
Una buena definición del poder político es aquella que lo caracteriza como el arte de poner a los hombres en relaciones falsas. Esto y nada más es lo que hace el poder, para poder luego gobernarlos a su antojo. Una vez que se han dejado introducir en relaciones oblicuas en las que no pueden reconocerse, los hombres son, de hecho, manipulables y orientables a su antojo. Si creen tan fácilmente en las mentiras que se les proponen es porque, ante todo, son falsas las relaciones en las que, sin darse cuenta, ya se encuentran desde siempre.
El primer paso de una estrategia política digna de ese nombre es, por lo tanto, la búsqueda de una salida de las relaciones falsas en las que el poder ha colocado a los hombres para poder gobernarlos. Pero precisamente esto no es fácil, porque una relación falsa es precisamente aquella de la que no se ve una salida. Algo parecido a una salida solo es posible si comprendemos que la relación falsa es la forma misma del poder, que encontrarse en una relación falsa significa estar en una relación de poder. Es decir, la relación es falsa no porque mintamos, sino porque falta la conciencia de su carácter esencialmente político. Que las relaciones aparentemente íntimas y privadas o las determinadas técnica o socialmente sean en realidad siempre políticas, que en ellas nos encontremos, es decir, desde el principio en una relación falsa, esta conciencia es la única forma de cambiar de raíz nuestra forma de vivirlas.
Por Daniel Link para Perfil
Una pregunta decisiva, que las humanidades (hoy bajo ataque inexplicable) han formulado varias veces con respuestas bien distintas es a quién le pertenecen las lenguas.
En mis horas muertas hago un curso online de italiano, a través de una plataforma célebre para el aprendizaje de idiomas (es, realmente, extraordinaria). Comete errores, sobre todo con el par de verbos ser/ estar. Da como traducción correcta de “Ogni io sono un po' triste”, “Hoy yo soy un poco triste”. Es cierto que el ser puede pensarse como discontinuidad (hoy ya no soy lo que fui ayer), pero aquí pareciera que se alude a un estado pasajero.
Por supuesto, lo que está bien o lo que está mal depende a quién consideremos autoridad para decidirlo, a quién consideramos dueño de las normas lingüística y, por lo tanto, del lenguaje.
Cualquiera podría pensar que, respecto de la lengua italiana esa es una pregunta fácil de contestar: ¡los italianos! Pero ese colectivo reúne a varios conjuntos que no usan la lengua de la misma manera: los sicilianos, los romanos, los napolitanos, los milaneses. Podríamos decir, entonces, que la autoridad sobre una lengua la ejercen quienes la usan.
Es el argumento que se esgrime siempre en contra de la pretendida autoridad de la Real Academia Española, para la cual los legítimos dueños del castellano son quienes lo amasaron durante siglos a partir de los restos de latín. La propiedad del castellano es más compleja que la del italiano precisamente por las repúblicas hispanoparlantes, que reivindicaron su independencia lingüística al mismo tiempo que la política.
Tan así fue que a los académicos reales no les quedó mas remedio que aceptar (muy entrado el siglo XX) que el castellano es una lengua pluricéntrica, porque tiene más de una variedad estándar.
La autoridad, pues, pasó a manos de los hablantes nativos (el español es la segunda lengua del mundo por número de hablantes nativos, 477 millones, solo por detrás del chino mandarín).
El problema de esa masividad se complejiza con la industrialización de la lengua, es decir, cuando la lengua pasa a ser materia prima de empresas internacionales de comunicación, que elaboran su propio standard (por ejemplo: las empresas multimedia que distribuyen contenidos para la televisión). Allí, la propiedad de la lengua no se decide ni por el nacimiento ni por el uso, sino por el rendimiento (los subtítulos se elaboran en dos versiones: español peninsular y español latino, sin que se sepan bien los fundamentos de esas decisiones).
Transformada de medio de comunicación o de expresión (que no son la misma cosa) en mercancía, los dueños de la lengua pasan a ser quienes someten a ella a la mayor explotación, y la más exitosa.
Vuelvo a mi curso de italiano, en la plataforma más importante del mundo (hay más norteamericanos estudiando idiomas a través de ella que en todas las escuelas estadounidenses). Es una máquina, que funciona con algoritmos diseñados alguna vez por lingüistas y pedagogos expertos y que ahora funciona de manera más o menos automática, asistida por inteligencias artificiales. Cada error que cometo me quita una “vida” en el proceso de aprendizaje (ese vaciamiento vital pretende que pague una cuota mensual de dólares para seguir aprendiendo, sin terror a la muerte).
Hay un botón que permite “reportar” errores, pero esa función, lejos de transformarnos en una autoridad, nos transforma en trabajadores gratuitos (esclavos) de y para la máquina. Es lo mismo que sucede cuando google maps nos pide que reportemos, confirmemos o desechemos alguna circunstancia en un trayecto que estamos realizando.
Lo que se nos aparece es una nueva forma de apropiación: ya no son ni los hablantes nativos, ni los usuarios, ni las compañías multimediáticas quienes toman decisiones sobre las lenguas (y sus equivalencias) sino directamente el sujeto abstracto y maquínico que habita en los algoritmos.
Giorgio Agamben ya había señalado que los pueblos estaban perdiendo la relación vital con su lengua materna, reemplazándola por un uso meramente funcional. El inglés global (él también preso de la autoridad del tecnocapitalismo) o cualquier otra lengua sin relación con alguna comunidad, se transforma en nuda lingua, al servicio de la biopolítica capitalista. Según Agamben, “Europa no saldrá del callejón sin salida en el que se está encerrando si primero no encuentra una relación poética y pensante con sus palabras”.
Esa relación atraviesa hoy una zona de combate que quiere despojar a las lenguas de sus componentes afectivos y de sus perspectivas existenciales.
Aprendemos un vocabulario o los rudimentos de una gramática a través de una instancia automatizada, pero sólo cuando queramos mentir, desear u odiar en ella sabremos qué es esa lengua.
La mirada por programas es la que ofrece más matices e indica, además, dónde está la prioridad presupuestaria del Gobierno. La Secretaría de Educación perdió $120.033 millones. La motosierra afectó a los programas de Gestión y Asignación de Becas a Estudiantes ($44.270 millones); Desarrollo de la Educación Superior ($40.000 millones) e Infraestructura y Equipamiento ($12.451 millones). Además, las partidas de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia se redujeron en $67.910 millones, principalmente en el programa destinado a Acciones de Inclusión Social ($55.316 millones).
Más en La Nación
Les decimos muy seriamente a los servicios de inteligencia rusos y venezolanos:
¡Dejen de espiar a Karina Elizabeth!
O se va armar la podrida.
Desde este blog advertimos el 28 de diciembre de 2024 y el 15 de marzo de 2025 sobre el dislate que representaba la política de discapacidad de este gobierno, mientras la prensa canalla se babeaba ante los exabruptos del Poder Ejecutivo.
Nadie quiso darse cuenta del daño que se estaba provocando a las personas pero, también, al sistema político. Ahí tienen, ¡necios!
Dice La Nación: "En septiembre del año pasado, Israel hizo explotar miles de beepers y radios portátiles de forma simultánea en zonas bajo control de Hezbollah en el Líbano y Siria, con un saldo devastador de 42 muertos (incluyendo civiles y niños) y más de 3000 heridos".
Más, acá.
Por Daniel Link para Perfil
A mí recién se me reveló el talento de María Paula Godoy con su versión reciente de Guantamera, la canción en la que Julián Orbón adaptó algunos de los Versos sencillos de José Martí para producir un emblema de lo americano reconocible en el mundo entero. El asunto es de por sí interesante porque permite explorar las relaciones entre el ambiente estilístico del modernismo hispanoamericano con el de los años treinta (Joseíto Fernández la popularizó por primera vez en laradio cubana en 1929), el de la cultura pop (el grupo de folk americano The Weavers hizo su propia versión con una dicción titubeante en 1963: “los pobrrrrrres de la tierrrrra”) y el de nuestro tiempo.
Cada vez, la canción permanece pero, al mismo tiempo, se transforma en otra cosa porque conecta con un ambiente que no es ni el de los versos de Martí, ni el de Joseíto Fernández ni el de The Weavers. Mis propios ejercicios estilísticos me han permitido transformar los más celebres poemas de Rubén Darío en canciones metaleras o indies o pop (según el poema).
La versión de Paula es un clásico instantáneo, porque arrastró lo que ya era clásico (“Guantanamera”) a un contexto que reclamaba un son para el humor de nuestro tiempo (el humor, la inclinación, también forman parte del ambiente estilístico).
Lo más sorprendente es que la canción podría haber funcionado con un nombre de mujer diferente al que usó Paula. Digamos, por decir algo: Sabrina, Betina, Cristina.
Y sin embargo, no. Nunca se propuso un son semejante porque la lógica de un éxito instantáneo no es el de la voluntad sino el del agenciamiento: cualquiera, en efecto, pudo haber hecho una Guantanamera. Faltaba, sin embargo, la conjunción, la conexión, el punto nieve del asunto.
Aunque las teorías paranoicas consigan asociar a María Paula Godoy a sabe Dios qué “operaciones”, sobrevivirá el milagro de que alguien pudiera encontrar en “Guantanamera” una rima obvia y un designante que brota natural como agua de manantial.
Eso es el punto nieve en el que unas palabras se encuentran con una tradición en un ambiente específico de humores, designantes, figuras de discurso e inclinaciones.
"Cuando vos querés quitarle algo a alguien y no sentirte una porquería, necesitás inventar algo que vuelva legítima tu pequeñez y tu mezquindad. Fijate lo que está pasando en Gaza, una nación que inventa un enemigo para que sea posible soportar ver a personas que aúllan de dolor, que se mueren de hambre. Para que haya gente que se crea con derecho a matar a otra, a quitarle la tierra, tenés que quebrar las más íntimas formas de percepción del otro."
Más, en La Nación
Licenciatura y profesorado en Letras