lunes, 14 de febrero de 2005

Chicas que cantan

Nossa senhora

Por Daniel Link, desde Río de Janeiro
El Canecão ("Tazón") es uno de los lugares más extraños del mundo. Especie de gigantesco galpón reacondicionado en el centro de Río, ha sido testigo de la evolución de la Música Popular Brasilera (MPB) y lugar de actuación insoslayable para las grandes estrellas de la canción. Lo que el lugar tiene de raro es que prácticamente toda su superficie está plagada de mesitas, en las cuales el público se sienta a tomar o comer algo, fumar (afortunadamente Brasil es un país mucho menos frívolo que la Argentina y no ha adoptado la fobia norteamericana al tabaco) y escuchar música. Por allí pasaron Gal Costa, Chico Buarque, Milton (comenzó allí su último ciclo de conciertos), Caetano Veloso, Simone, por citar sólo algunos de los nombres de la mítica MPB. Allí eligió la bahiana Maria Bethânia grabar y presentar A força que nunca seca.
La escenografía del show no era linda, la iluminación parecía un ejercicio escolar mal resuelto, el sonido era un poco demais. Pero de pronto, las luces de la sala se apagan, sube el telón, los músicos comienzan a tocar y se oye una voz, la voz de Maria Bethânia, cantando desde fuera del escenario, alimentando el delirio del público. Algo sucede con esa voz, porque cuando Bethânia aparece en el escenario, con sus cabellera de ménade enardecida, parece que siempre hubiera estado ahí: "Nossa senhora", "Linda", "Deusa", ruge la multitud.

La hermanita perdida Los argentinos pueden cometer la temeridad de considerar a Maria Bethânia la hermana de Caetano Veloso. Pero lo cierto es que antes de que Caetano Veloso, Gilberto Gil o Gal Costa fueran conocidos internacionalmente, Maria Vianna Telles Veloso (tal su nombre de nacimiento), ya tenía una prometedora carrera como cantante. Uno de sus primeros hits fue una canción "de protesta" que, en 1965, la colocó en el oído popular. Bethânia no tuvo participación activa en el movimiento Tropicália liderado -entre otros artistas- por su hermano, que inmortalizó su nombre en "Maria Bethânia", una de las canciones "inglesas" que compuso en 1969 en Londres. Juntos, grabaron en la década del setenta uno de los peores discos de los que se tenga memoria. Maria Bethânia y Caetano Veloso (ao vivo) muestra a un Caetano impecable. Su hermana, por el contrario (atacada de un repentino malestar de garganta), desafina como un perro muribundo. Es curioso (y generoso de su parte) que Bethânia permita que esa grabación de la única vez que los dos hermanos cantaron juntos circule todavía.
Lejos de Tropicália, pues, Bethânia fue armando su repertorio con covers de baladas románticas y desgarradoras canciones de amor (inspiradas en el fado portugués), dramáticamente interpretadas. Entre su primer hit, de 1965, y su gran suceso de 1978, el disco Alibi (Bethânia fue la primera mujer en vender un millón de discos en Brasil), la "personalidad" de la joven cantante está lista para convertirla en la reina indiscutible de la MPB.

Modernidades periféricas Del gesto de condescendencia con el que los argentinos suelen mirar la cultura brasileña (esa predilección por los diminutivos, sus hábitos alimenticios, su gozosa relación con los elementos del paisaje, la manía por las siglas, la entrega a la pasión futbolística y a la deliberación de tudo o que acontesce) surge un mito que impide la relación con ese otro que es el Brasil en el contexto de Latinoamérica. Ciertamente, la cultura brasileña es rara, desde el carnaval hasta sus formas de cultura pop (tan cargada de religiosidad). Su misma relación con la cultura norteamericana es tan específica que exige del pensamiento un esfuerzo adicional.
Eso se nota escuchando cualquiera de los grandes nombres de la MPB, pero sobre todo en Bethânia, cuyo eclecticismo (cuya libertad) en la elección de su repertorio permite que todo aparezca allí misturado: el multiculturalismo (las raíces negras e indias), el testimonio y la pasión amorosa, lo pop de la cultura y el paganismo.
Todo eso hace de A força que nunca seca (la versión de este tema de Chico César es, tal vez, una de las mejores del disco) una pieza imprescindible para comprender, por lo menos, aquello que nosotros no somos. Y además, muestra a una Bethânia madura, una "gran dama" de la canción, con un dominio absoluto de su extraña voz grave y áspera. Una Bethânia, por otro lado, feliz (ha encontrado el amor en Lisboa). Y sí: todo eso hace del disco una sucesión de momentos de felicidad un poco empalagosa (la mel aparece una y otra vez en las letras). Pero cuando la Reina consigue su punto de equilibrio, el resultado es memorable. Por ejemplo, en el famosísimo "Las flores del jardín de nuestra casa" de Roberto y Erasmo Carlos comienza en un pozo ciego de dolor ("Las flores del jardín de nuestra casa/ murieron todas de nostalgias de você"), para terminar con esa sonrisa final con la que canta "Despues que caiga la lluvia/ otro jardín un día/ va a florecer", que iluminó el Canecão e inflamó al público. Esa promesa de felicidad es lo que su corte de fans más le agradecen a "Nossa Sehora Maria Bethânia".
Entre las mejores interpretaciones incluidas en este álbum doble se encuentran los temas de Caetano (su versión de "Um indio" mejora la de su hermano) y de Roberto Carlos (hace unos años grabó un disco entero con sus canciones, As cancoes que você fez para mim, en un gesto de reconocimiento a uno de los grandes del kitsch brasilero).
Antes de dejarse fastidiar por alguno de los tracks del disco, conviene esperar, para no perderse parte de su encanto. En un rapto de experimentación, A força que nunca seca va montando temas entre sí ("Resposta", de Maysa, dialoga con el bellísimo "É o amor" de Zezé Di Camargo). Y cuando Bethânia canta "Yo no voy a negarlo, estoy loco por vos/ estoy enloquecido por verte/ No lo voy a negar/ No lo voy a negar, sin vos/ todo es saudade", conviene tener a alguien cerca para darle la mano por debajo de la mesa, como en el Canecão, donde Bethânia es la Reina.

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