martes, 8 de febrero de 2005

Santa Maradona

por Daniel Link

Cebollita Maradona
Francisco Cornejo
Sudamericana
Buenos Aires, 2001
208 págs.

Gustavo Bernstein, en un libro de título grandilocuente publicado hace unos años (Maradona. Iconografía de la patria, Biblos) ponía por delante de sus reflexiones una serie de definiciones de diccionario: Icono, Iconoclasia, Iconoclasta, Iconografía, Iconólatra, Iconolatría. Iconólogo es el adorador de imágenes. Iconoclasta es el adversario de tal adoración (las religiones orientales -el judaísmo, el mahometanismo, el cristianismo ortodoxo durante parte de su historia- condenan toda forma de idolatría). El paganismo siempre fue idólatra y si el catolicismo tenía alguna chance de triunfar en Occidente no podía prohibir la adoración de imágenes. Hoy, aunque sepamos que Dios ha muerto (en el exilio), seguimos siendo tan idólatras como en los tiempos en los que la hagiografía hacía furor. Sólo que ahora, claro, nuestros ídolos (mártires, santos, héroes: en todo caso, objetos de culto) son laicos, aún cuando se los pretenda hacerlos funcionar como diosecillos menores de un Olimpo, aunque berreta, igualmente sublime y caprichoso. Así como las Mocedades de Rodrigo contaba la infancia furiosa del que iba a convertirse en el Cid Campeador, Cebollita Maradona cuenta los primeros pasos de quien sería, con el tiempo, el más grande ídolo de los argentinos y los napolitanos (lo que no es poco). Francisco Cornejo, quien tuvo la dicha de haber descubierto ese talento futbolístico, dice: "Cuando lo vi jugar por primera vez, ya era en potencia todo lo que fue después" o, lo que es lo mismo, lee en la infancia del héroe (de la santa, del mártir) aquello en lo que la historia lo convertirá.

Conocer al Diego. Relatos de la fascinación maradoniana
Daniel Arcucci
Planeta
Buenos Aires, 2001
288 págs.

Otro problema no menor en relación con las figuras legendarias es su naturaleza, se trate de Cristo o de Maradona. ¿Qué son esos "fuera de serie" y qué es lo que los saca, precisamente, de la serie? Tanto en Conocer al Diego como en Te Diegum se lee un argumento organicista: el talento futbolístico de Maradona, además de mental, habría dependido de la extraordinaria "movilidad lateral de su tobillo izquierdo". Imagine alguien la cotización que podría alcanzar ese tobillo en el mercado de reliquias. Arcucci es un coleccionista de reliquias. Más allá de la reverencia con la que describe el petit museo que regentea Claudia Maradona, lo cierto es que él ha acumulado historias que tienen a Maradona como protagonista. Y está convencido de que, contándolas, podrá iluminar la vida de ese ídolo o divinidad menor del Olimpo pop en el que vivimos. Nada más lejos de la verdad: Arcucci queda preso de esa "fascinación" que el subtítulo de su libro convoca. Fascinado, encantado, el autor no puede sino hacer un tributo (debidamente aderezado con todos los sentimentalismos del caso) de su amor por el ícono. Si Cornejo se detiene en "ese chiquilín para el que el fútbol parecía no tener secretos", Arcucci interroga más bien a una esfinge que no le devuelve respuesta alguna. Si su libro se lee con interés es (más allá de la excelente edición fotográfica) precisamente por esa amenaza de verdad que retrocede sin cesar y que, justo es decirlo, al libro se le termina escapando. Es que no puede haber verdad en los ídolos (eso, se llama idolatría).

Te Diegum
Vittorio Dini y Oscar Nicolaus (comps.)
trad. Roberto Raschella
Sudamericana
Buenos Aires, 2001
192 págs.

Los adoradores de imágenes, y ése es el abismo en el que caen, confunden al ídolo con la deidad que representa. Nada más indicativo de esa confusión que el horroroso juego de palabras que da título a este libro, Te Diegum (cuyo subtítulo reza Maradona: genio y transgresión). La idolatría no es patrimonio del "pueblo" o de una nación. En este libro, intelectuales napolitanos reunidos en simposio se dieron cita (hace ya más de diez años) para homenajear a Maradona y evaluar su efecto en la trama social y cultural de Nápoles, en cuya mitología el argentino ocupa un lugar central. Por supuesto, la mala conciencia de los intelectuales es una fuerza maldita que lleva todavía más allá el demonio de la idolatría. No se sorprenda el lector cuando lea que Paolo de Lalla se proponía hacer una analogía del septenio maradoniano en la ciudad con "el asentamiento progresivo de Alejandro Magno después de la conquista del ilimitado Oriente" y "una segunda analogía, luego, con la mismísima `cólera de Aquiles'". Después de todo, es la misma fascinación o (a la napolitana) malatìa de la cual es víctima Arcucci lo que puso en movimiento el simposio del que este libro da cuenta, entre citas y referencias a Borges, Pasolini, Bellow, Machado, Karl Kraus, Orwell, ¡Guattari!, Maupassant, Oliver Sacks, Aristóteles y Platón. Según Oscar Nicolaus, "si éste no es un fenómeno importante, si no es un objeto de estudio que debe ser profundizado, señores sociólogos, filósofos, psicólogos, semiólogos, atentos a las cosas napolitanas, ¿qué cosa piensan que es interesante estudiar?".

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