sábado, 8 de marzo de 2025

Gente joven que se mata

por Artemio López para Perfil

Según datos oficiales, “en la Argentina, los suicidios constituyen la segunda causa de muerte en la franja de 10 a 19 años. En el grupo de 15 a 19 años, la mortalidad es más elevada, alcanzando una tasa de 12,7 suicidios cada 100 mil habitantes”.

La tasa en los varones es de 18,2 y en las mujeres 5,9. Desde principios de la década de 1990 hasta la actualidad la mortalidad por suicidio en adolescentes se triplicó a nivel nacional.

La psicóloga, militante de la salud y miembro de la Fundación Soberanía Sanitaria, Daniela Giorgetta, se pregunta: “¿Cómo explicamos este terrible accidente del alma? ¿Qué fenómeno siniestro conduce a la juventud al peor de los finales? ¿Qué los hace sufrir tanto? ¿Por qué no los vimos ni escuchamos antes? No es este un recuento de situaciones trágicas o meras descripciones de esta época, es un intento de atar cabos, de unir puntos, de poder respondernos algo ante la pregunta cómo llegamos hasta acá”.

Para comenzar a responder la pregunta de Giorgetta, referimos una información reciente suministrada por el ministro de Salud Bonaerense, Nicolás Kreplak: “La cantidad de suicidios en la provincia duplica la cantidad de asesinatos. Se duplicaron los suicidios en el primer año de Javier Milei”.

Tomemos ahora estos datos y combinémoslos con la mirada de Mark Fisher, el filósofo y teórico cultural británico que abordó el tema de la depresión sustrato de muchos suicidios, desde una perspectiva crítica y política, particularmente en su libro Capitalist Realism: Is There No Alternative?

Sostiene Fisher que en un contexto de falta de alternativas y crueldad neoliberal, la responsabilización se convierte en un problema central cuando se trata de salud mental.

Las personas que enfrentan dificultades psicológicas o emocionales, como la depresión, a menudo son (auto) percibidas responsables de su sufrimiento, sin considerar los factores sistémicos que contribuyen a su malestar.

Sin cuestionar las estructuras de poder y las condiciones sociales que producen estrés, ansiedad y alienación, se tiende a culpar al individuo por su incapacidad para “adaptarse” o “superar” dificultades.

Esto puede llevar a la estigmatización y al aislamiento, ya que se percibe la enfermedad mental como un fallo personal.

La responsabilización refuerza la sensación de que no hay alternativas al neoliberalismo. Si las personas están constantemente bajo presión para mejorar su bienestar personal, enfrentándose a la ansiedad por su desempeño en todos los aspectos de la vida, se crea un ambiente en el que la lucha por la “automejora” parece ser la única opción viable.

Esto supone la culpa individual: si no se tiene éxito, es porque no se está haciendo lo suficiente o porque se carece de la disciplina o la motivación necesarias.

Este proceso de culpabilización individual puede crear un ciclo de desesperanza, base frecuente del suicidio, donde las personas se sientan responsables desconociendo al sistema que les impide acceder a lo que realmente necesitan para llevar una vida satisfactoria.

¿Y qué tipo de insatisfacción estructural da marco hoy al incremento del padecimiento subjetivo y la culpabilización individual en los jóvenes?

Al respecto, un informe del Centro de Estudios para la Recuperación Argentina –dependiente de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA– indica un aumento muy fuerte de la indigencia y pobreza para quienes tienen entre 14 y 29 años. El relevamiento está hecho en base a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH-Indec).

La indigencia impacta sobre el 24,5% de la población joven a nivel nacional, y la pobreza afecta al 62%, récord absoluto desde que se miden ambas carencias.

Por otra parte, el desempleo y la informalidad entre los jóvenes duplican a la media nacional y el salario promedio juvenil es la mitad de la media nacional.

La persistencia del modelo neoliberal de miseria planificada, que en su versión más extrema en democracia encarna el presidente Milei, –solo interrumpido durante la década kirchnerista–, en nuestra perspectiva, y los datos así lo corroboran, resulta el marco estructural que da contexto al aumento de los padecimientos subjetivos que en su cima muestra la disparada de la tasa de suicidios juveniles.

Abandonar este modelo de organización económico-social neoliberal responsable de calamidades estructurales y también de una subjetividad desdichada es el único camino, ya no solo para lograr mayores niveles de justicia y equidad, sino también para que la gente joven no se mate.

 

Los recortes del día

Dancin queen





 

 

Los recortes del día

 


Una artista del hambre

Por Daniel Link para Perfil

Querida Beatriz, nunca había imaginado que iba a leer tu último libro en tu ausencia (creo que, vos sin embargo, habías previsto esa circunstancia).

No entender me sumió en una tristeza abismal, por el tono de profunda amargura y porque no te reconocí, o vi a la Beatriz que yo conocía aplastada por un personaje unidimensional, muy diferente de aquella persona que venía a comer a mi casa, con la que hablábamos de gatos y de películas, de política y de viajes.

Por supuesto, esperaba de tu libro muchas más “revelaciones” que las que, en definitiva, terminás entregando. “Revelaciones” en el sentido de pliegues de experiencia que funcionaran como pormenores lacónicos que hicieran juego con los que yo conocí (de manera directa o indirecta) mientras duró nuestra amistá. No dedicás ni una página a tu experiencia en la Facultad de Filosofía y Letras y muy pocas a tu relación con la literatura argentina.

No entender es un libro mezquino: no tanto con el lector, sino con vos misma. De tu pasado seleccionás fragmentos que carecen de la intensidad y el poder de evocación de Viajes. Doy un ejemplo: tu relación con tu padre está bastante detallada pero de la relación con tu madre queda sólo un chiste, “madre idiota”, que no alcanza para entender ese nudo gordiano. Seguramente es un ajuste de cuentas, pero quienes leemos quedamos afuera.

En tu versión, la infancia (en general) es sólo un intervalo del que es necesario salir cuanto antes. Ninguna verdad en las experiencias o saberes de infancia (“vivía en la luna, ese helado satélite que es la infancia, donde no se entiende nada ni nada se conoce”).

La niñez como el paradigma del “no entender”, del no saber y del no poder. En un libro que se dedica a desplegar la formación de un gusto y sólo eso, la infancia no tiene espacio posible y es apenas el trampolín para empezar a definir el gusto, que deja de ser objeto de una sociología para convertirse en predicado de una voluntad (“el buen gusto resulta de un largo y terco trabajo”).

Desde el comienzo mismo, salís de la niñez con una convicción “moderna” más bien abstracta que aplicás sin misericordia, apoyándote en saberes que te vienen de los otros. Pero incluso en esas apropiaciones, no queda clara la razón de la serie. Es tan obvio que se adopten los gustos de las personas con las que se convive como decir que las parejas, con el correr del tiempo, terminan pareciéndose físicamente. Esa banalidad no sirve para nada. Lo que falta decir, en esas relaciones en las que se forma el gusto (que en tu caso, nunca se trans.forma) es por qué te quedaste con la arquitectura “moderna” de una ex pareja y con el jazz de otra, por ejemplo.

En tu libro aparecés como una figura trágica de alguien que cumple un destino, sin que haya crecimiento alguno (eso sería una trans.formación) sino acumulaciones y acentuaciones cada vez más definidas. Warhol, en un libro que me gusta mucho, dice de su interlocutor: ““tiene un gusto extremadamente definido. Lo cual creo que está mal porque limita su poder adquisitivo”.

El eclecticismo, tan característico del Siglo XX, nunca estuvo en tu horizonte. Es muy posible que una persona que haya abrazado la causa moderna en arquitectura bien pueda sostener un gusto (incluso perverso) por alguna cumbia. O que un músico de vanguardia guste del cine chatarra.

En tu caso, todo funciona en bloque, sin fisuras, con una definición extremista.

No entender es un libro sobre tu gusto, que yo no compartí. Confesás que, desde siempre, preferías cualquier bodrio moderno a las escaleras de la Biblioteca Laurenciana. La referencia es injusta, porque en 1476 Alberti hizo la casa del Mantegna, que anticipa toda la arquitectura ante la que caes rendida.

Al principio del libro hacés una analogía entre lectura y deglución (“la escuela donde hice primaria y secundaria ofrecía una buena provisión de alimentos tan variados como dispersos”). Retengo esa referencia porque alguna vez me dijiste que tenías un trastorno alimentario: te olvidabas de comer. Y cuando comías en casa, lo hacías como un pajarito.

Tal vez eso esté en el principio de la formación de tu gusto, que responde sobre todo a un ansia, un hambre desmedido. “Vivía hambrienta”, decís de aquella niña. Y lo mismo podría decirse de la persona que construís para dar cuenta de un gusto insostenible.

Te extraño, Beatriz. No sos vos la de este libro.

viernes, 7 de marzo de 2025

Los recortes del día

 

(Si alguien se roba este argumento deberá enfrentarme en la justicia: considérense anoticiados)
 

jueves, 6 de marzo de 2025

Vamos mejorando


El anticamp

por Mauro Bonotto para Medium
 
Desde que Soy una pringada hizo el video más gracioso del año, con mis amigxs andamos repitiendo que de tan mala, Emilia Pérez pega la vuelta y se transforma en una joya camp.

Y claro, es tan horrible que es graciosa. ¿Quién no se ríe con Hueles como papá, el cuadro musical en donde un niño le canta a su madre sobre el tufo a mezcal, guacamole y coca… cola que siente en su ropa?

¿Quién no se ríe de los estribillos sin ritmo, de las voces desafinadas, del wokismo forzado, de los giros inverosímiles, del estereotipo demasiado tonto que se hace de México?

Emilia Pérez es un caso raro en el cine mainstream. No la vemos porque sea buena, sino porque es pésima. Pero, al contrario de otros casos de consumo irónico, parece hecha para ser vista de esta manera y es tremendamente exitosa en su intención.

En ese sentido, sigue la lógica del cine de clase Z. Películas de subgénero como Sharknado o Killer Sofa que no se toman enserio, que se plantean como antiarte, que buscan ser berretas y mientras más lo sean, mejor.

¿O alguien de verdad piensa que es un descuido del verosímil que la abogada imprima alegatos en medio de una feria callejera? ¿o que el equipo de arte haga una virgen desproporcionada, con una cara más parecida a la restauración del Ecce Homo de Borja que de Karla Sofía Gascón?

Es tremendamente ingenuo pensar que no hubo comicidad planificada en el icónico número de la clínica de reasignación de sexo. Ni a Pepe Cibrián se le hubiese ocurrido:

— ¡Men to woman!

— ¡From penis to vagina!

Ni los Rusicals se atrevieron a tanto

Que el mainstream busque lo camp no es solo poco autentico y ridículo (en mal sentido de la palabra). Es un acto político malintencionado, que parece venir de una lógica distópica, casi como una extrapolación a la vida real del derelicto de Zoolander (un estilo de la moda que glamoriza la indigencia).

“Hay que distinguir entre lo camp ingenuo y lo deliberado. Lo camp puro es siempre ingenuo. Lo camp que se reconoce como tal (camping) suele ser menos satisfactorio. Los ejemplos puros de camp son involuntarios; son de una seriedad absoluta.” — Susan Sontag

Como película mainstream, Emilia Pérez, es un espejo invertido de la Met Gala de 2019, en donde la temática fue Camp: Notes on Fashion. ¿La alta costura abrazando el mal gusto? Mas bien apropiandose de él con premeditada intención y majestuoso virtuosismo.

“Creo que todos realmente lo intentaron y entraron en el espíritu de la cosa. El verdadero camp era tan malo que era bueno y no lo sabía. Pero nadie va al Met Ball sin saber lo que está haciendo; no hay inocencia en eso.” — John Waters

Esto no quiere decir que no haya disfrute en una falsa obra camp, en la ficción de lo camp, en su apropiación. Algunos vestidos de la Met Gala son admirables, pero es justamente esta admiración lo que hace que la relación espectador-obra sea más cercana a la de las bellas artes que a la de lo camp.

Tampoco quiere decir que no haya elementos auténticamente camp en Emilia Pérez. El ejemplo más claro es Selena Gómez y su pésima pronunciación del español. Hay algo decididamente camp en su intento de hacerlo bien y fracasar tan rotundamente.

El plano donde susurra al teléfono: hasta me duele la pinche vulva nada más de acordarme de ti”, es representativo de esta simbiosis entre autenticidad camp y apropiación camp.

Incluso si la hipótesis de la ingenuidad fuese cierta (que los continuos desaciertos fueron accidentes, que la pinche vulva fue escrita con seriedad), Emilia Perez no es convincente como obra camp, porque su relación con el espectador no lo es.

Hay que ver cómo uno se siente cuando la mira. El disfrute de la película nace de emociones antónimas a lo camp: la ironía, la burla y el menosprecio. Ninguna es llave de acceso a la emotividad camp.

“El gusto camp es, sobre todo, un modo de deleitarse, de apreciar; no de enjuiciar. (…) Las personas que comparten esta sensibilidad no ríen ante la cosa que etiquetan como camp, simplemente se deleitan.” — Susan Sontag

El camp es placer visual irracional, sin justificar el gusto con giros intelectuales. Es reacción estética pura. Pensar que algo es “tan malo” que se vuelve bueno, es hacer una operación irónica. Es posicionarse en un pedestal superior (“sé que es malo, por eso lo disfruto irónicamente”).

“El `buen´ mal gusto es celebrar algo sin pensar que sos mejor que eso… El `mal´ mal gusto es condescendiente, burlarse de los demás.” — John Waters

En cambio, la mirada camp se equipara con el objeto cultural, lo ve como un igual, lo sitúa a su nivel. Si se ríe, se ríe con él, no de él (y es como burlarse de si mismo).

Se valora la obra porque es la representación material de su (mal) gusto. Un mal gusto que no es otra cosa que un gusto que no se condice con el de la norma. La palabra “mal” significa únicamente eso: lo antinormativo. No hay camp sin oposición a la norma. Por eso lo camp es necesariamente queer.

Este es otro eje de por qué Emilia Pérez no es camp: aunque se presente como una película progresista, es conservadora. Oficialmente trata sobre la aceptación de las identidades trans, el empoderamiento de la mujer y la lucha contra el patriarcado. Pero a nivel formal construye una fantasía feminista tan exagerada que solo permite la burla. Es como si gritara: “¡todo esto del cambio de género y los femicidios es ridículo, pura ficción, riámonos!”.

La construcción del personaje de Emilia Pérez es el ejemplo más claro de esta contradicción con el supuesto sentido oficial. Una mujer trans que lucha contra las mafias, pero que en realidad es el narco más sanguinario de todo México. A nivel argumental es una película woke. A nivel subterraneo representa la pesadilla paki sobre las personas trans, en donde su verdad ontológica es la de ser criminales travestidos para el engaño.

(Qué decir de que su deadname sea Manitas, pero que el director haga varios planos detalle sobre las manotas de Karla Sofía Gascón…)

En Los productores, dos estafadores montan un musical horrible y abiertamente nazi para que fracase y así lucrar con el fraude; pero el público lo interpreta como sátira y resulta un éxito. La pieza había revelado, a través de la ficción, un escudo estético contra toda mirada: representar la interpretación del mundo de una ideología hasta su exageración más absurda. Sus detractores ven la obra como la comprobación de la estupidez de sus enemigos, pero también de que existe una maquinaria propagandística que intenta torpemente cambiar su parecer. Por el contrario, los adeptos a la ideología representada disfrutan de ella porque entienden que la ridiculización es un código humoristico (algo parecido a los sentimientos que despierta el roast, ese subgénero del stand-up en donde se humilla a un agasajado).

Pareciera que los realizadores de Emilia Pérez extrapolaron este dispositivo a la vida real: montaron una película torpe y odiosamente woke para que la izquierda la interprete como camp y, a la vez, para que la ultraderecha la interprete como la comprobación de sus teorías conspirativas (Hollywood como maqunaria de propaganda comunista y la falsedad de los discursos de género y feministas). En ambos casos se la aplaude, tanto normis como disidencias la validan y hasta el catering recibe nominaciones a los Oscar.

Esta tensión dual entre objeto cultural y mirada es una inversión en espejo de la sensibilidad camp. Si en el camp se aprecia sinceramente una obra rechazada por los estándares normativos; en su espejo invertido, en cambio, se la aprecia irónicamente porque representa la apoteosis de la norma. Propongo un nombre para este sentir: el anticamp.

Emilia Pérez, entonces, no es camp. Es:

El anticamp no es lo opuesto del camp, es la apropiación de lo camp como estética. Por eso siempre hay elementos decididamente camp en un objeto anticamp.

El camp es autentico en su ingenuidad. El anticamp construye apariencia de ingenuidad. El “mal gusto” de lo camp es una consecuencia en principio no deseada. El “mal gusto” de lo anticamp es una búsqueda consciente, una reelaboración estética de la torpeza.

El uso que hace el anticamp de lo camp es concreto. Se limita a esos dos rasgos indispensables: ingenuidad y mal gusto. Una obra que construya su apariencia camp en solo uno de estos aspectos, no será anticamp.

La MetGala del 2019 no es anticamp, porque elabora desde los supuestos signos del mal gusto, pero es transparente en sus intenciones de alta costura (lo camp se usa apenas y explícitamente como una referencia estética o temática).

Los anzuelos anticamp son elementos de la pieza construídos para simular mal gusto e ingenuidad. Aparentan ser hilachas en la costura, errores en la ejecución, consecuencias de un criterio errado. Estos “accidentes” no son otra cosa que una puesta en escena. Buscan llamar negativamente la atención y despertar pasiones tristes: la crítica, el odio, el menosprecio, el cringe.

Emilia Pérez está plagada de anzuelos anticamp. La pinche vulva es un anzuelo anticamp. From penis to vagina es un anzuelo anticamp. La música horrible es un anzuelo anticamp. Prácticamente cada fotograma lo es; de ahí que resulte paradigmática.

El anticamp busca ser descubierto infraganti. Apela a la mente conspiradora del espectador, que cree estar develando una finalidad tendenciosa (pero, en cambio, cae en su juego).

Si “el gusto camp es un modo de apreciar, no de enjuiciar”, el gusto anticamp es, justamente, el del juicio. El objeto camp quiso ser valorado y no lo logró. El objeto anticamp busca el rechazo y lo logra.

En este sentido, me parece fundamental profundizar en la tensión entre objeto y mirada. Si en el camp esta relación es horizontal, en el anticamp es desigual (una desigualdad inversa a la del arte institucionalizado de museo, en donde el aura sacra de la obra posiciona al espectador por debajo).

En el anticamp, la obra sitúa al espectador por encima. Parece decirle: “Soy una basura tan mal hecha que podés verme los hilos y descubrir mis verdaderas intenciones”.

Por eso, un objeto anticamp apela a la supuesta inteligencia. Si el espectador no cree estar descubriendo una verdad oculta, el sentir anticamp no se activa.

Contrario al goce de lo camp (que no está ni en lo político ni en lo intelectual, sino en el placer estético puro), el goce de lo anticamp está en la explosión (de inteligencia, de ironía, de odio o de burla) que se produce al descubrir la supuesta intención oculta del objeto.

Estos elementos forjan un escudo que hace de la crítica su antídoto definitivo. Los insultos le vienen bien. Lo único que importa es la reproducción de su discurso, de su norma. Que se ataquen. Que hablen mal, pero que hablen. Por eso el sentir anticamp es paki (no puede haber anticamp disidente) y la sensibilidad camp es queer (no puede haber camp normativo).

La Masacre de Texas reelaborada desde el anticamp

Lo paradigmático de Emilia Pérez es que lleva al terreno del arte institucionalizado una dinámica que es propia de la comunicación política contemporánea.

El anticamp es la fórmula de esos objetos y performances de la ultraderecha que nos causan perplejidad, gracia e indignación a la vez. Aunque no es territorio exclusivo de neoliberales y fascistas, son ellos quienes nos tienen acostumbrados a este sentir.

La motosierra de Milei es el anticamp criollo por excelencia. Habría que acordarse de lo que sentimos cuando entró en escena por primera vez durante una recorrida de campaña. A algunos les causó gracia (era la confirmación de que estaba loco), a otros les causó miedo (era la confirmación de que estaba loco, también). La supuesta locura intrínseca revelada por el objeto funcionó como la falla que le permitió a sus detractores sentir el goce anticamp, subestimarlo y subestimar a sus votantes.

Hay escenificaciones anticamp en todos lados y en todo momento.

En noviembre del año pasado, algunos militantes libertarios organizaron un acto que mezclaba estética nazionalista del subdesarrollo con imperialismo romano de cotillón. Uno de sus referentes, el Gordo Dan, dijo que eran “el brazo armado de La Libertad Avanza”.

Los componentes de “mal gusto” habían sido desatados, pero el anzuelo anticamp se terminó de completar al día siguiente. El cuerpo orquestado de funcionarios y tuiteros explicó: no se referían a armas de verdad, sino a celulares.

El arco opositor (la izquierda, el progresismo, el peronismo; pero también los paladines del gorilismo republicano) dedicó horas de pantalla y miles de caracteres a desbaratar la mentira; a explicar por qué mentían, por qué en realidad había sido un acto nazi y una amenaza concreta y tangible a la democracia. Habían pisado la trampa.

Astucia del Gordo Dan la de hacernos creer a los kukas que éramos más inteligentes por haber señalado su hilacha nazi, sus verdaderas intenciones; cuando en realidad todo lo que hacíamos era alimentar y reproducir su fama, su discurso y su norma.

En cambio, ningún libertario abandonó las filas. Tomaron la estética nazi como un gesto irónico, se rieron y reforzaron su enlace afectivo con el movimiento.

En la telaraña del anticamp, los verdaderos predicadores de una ideología son sus críticos.

“Elon Musk no es fascista: solo quiso entregar su corazón al público”

La mayoría de las veces la ingenuidad no se construye a posteriori, sino que está en la textura misma de la cosa.

En los últimos días de febrero, Donald Trump compartió en sus redes un video sobre la Franja de Gaza tan ridículo como ofensivo. Un montaje de imágenes animadas hechas con inteligencia artificial que muestran una utopía capitalista y frívola: Gaza convertida en un enorme complejo turístico.

El rasgo de mal gusto está en la ridiculización y banalización de un territorio en guerra, pero también en la gracia de algunas postales. Ese berretismo de la imagen construye su ingenuidad. Es como si nos dijera: “no me tomen muy enserio, soy un video de mierda”.

Como era esperable, llovieron críticas y se cumplió la finalidad anticamp: producir un objeto cultural destinado a la polémica para la prevalencia de la norma.

 

 

Parte rumbo a Europa...

El profesor Daniel Link, en gira veteromundana, visitará la Santa Sede y asistirá a la función de Alcine en la Ópera de Roma en el marco de su gira académica, que incluye las conferencias:

* “Los signos en rotación. Semiosis, cine y literatura” en la Universidad de Valencia, en el marco del proyecto Trans.Arch (martes 11 de marzo).
* “De la anfibiología: sobre el cine de Albertina Carri” en el marco del Coloquio Internacional “Albertina Carri: cartografía de una obra mutante” organizado por la Universidad de Toulouse (viernes 28 de marzo).
* “Darío Queer”, en la Universidad de La Laguna, Tenerife (viernes 11 de abril).
* “Experimentalismo y disidencia: algunos libros latinoamericanos" en la Universidad de Génova (viernes 4 de abril).
 
A su regreso, pronunciará la conferencia "Del ritornello" en el marco de las actividades de la Cátedra Literatura del Siglo XX (FFyL, 19/5, 18:00)
 
Fortuna comitetur!






 

 

 
 

sábado, 1 de marzo de 2025

Nación marrona

por Daniel Link para Perfil

Un poco motivado por las desafortunadas declaraciones del concejal Sergio Santana sobre el turismo marrón en Mar de Ajó, hacés lo que nunca antes: en modo Isidoro Cañones agarrás el auto y te vas a Mar del Plata, la capital turística argentina que, en plena temporada, suele ser marronísima. Por supuesto, está bien que así sea. Después de todo, lo que se llama Argentina tiene poco que ver con las representaciones metropolitanas y la banda atlántica de la geografía nacional. El modo Isidoro Cañones favorece el estudio antropológico porque aprovechás tus relaciones con las estrellas del teatro marplatense para recorrer lugares (playas, restaurantes, calles) que no son tus habituales. Una noche comiste en la esquina de Corrientes y Rivadavia a la salida de los teatros. Una marea marrón, mezclada con jóvenes vedettes en ascenso y viejas leyendas de los escenarios. Comiste bien, y te salió baratísimo. Y estabas a dos pasos de tu casa. Otro día, fuiste a una playa popular con un capocómico y una vedette que cumplía años. Por supuesto, eran íntimos de los vendedores ambulantes, que le regalaron a la cumpleañera una salida de baño de punto y a vos te ofrecieron un descuento fabuloso para una camisola para tu mamá y, encima, te pasaron la clave de wifi del balneario que estaba detrás para que pudieras hacer la transferencia.

Todo era marronidad en diferentes intensidades. Tucumán, Córdoba, Catamarca. Las provincias ya no pampeanas ejercían su derecho a la playa con una resolución indiferente a los prejuicios y, también, a las normalizaciones corporales.

No volverías a Mar del Plata en temporada, pero no por la calidad de la gente, sino por la cantidad (abrumadora). Las morfologías corporales no pueden formar parte de un diagnóstico cultural porque eso conduce de inmediato a la discriminación y el segregacionismo. Y, para vos, lo mejor de Mar del Plata es la mezcolanza.

Por supuesto, deplorás la muerte del delfín en Mar de Ajó, pero es un poco abusivo atribuirlo a mentalidades, culturas o colores de piel. Después de todo, ahí están las fotos de la oligarquía patriótica con sus cadáveres de ciervos apilados después de sus excursiones de caza. Lo que en un caso es ignorancia, en el otro es pura crueldad.





jueves, 27 de febrero de 2025

Homenaje a Beatriz Sarlo






 

sábado, 22 de febrero de 2025

Invasión extraterrestre

Por Daniel Link para Perfil

Te despertás sobresaltado y no reconocés el lugar donde estás. Tu cuerpo desnudo parece haber sido sometido a presiones e indagaciones de algún tipo, que no podés precisar porque no sentís dolor sino una especie de malestar general, casi una náusea. La misma, pensás que habías sentido la semana previa, cuando levantaste la persiana de tu casa y viste todo el jardín herido de hongos que había colonizado el terreno gracias a las lluvias y el calor extremo. Esa presencia blancuzca en medio de lo verde te pareció una especie de posesión alienígena o ultraterrena. Hasta las perras evitaban correr entre los hongos, que parecían preanunciar la corrupción de la materia.

Eso mismo sentías en ese despertar violento, un escozor dérmico, la formación de una arcada que no llegaba a cumplir su propósito, una contaminación generalizada de lo que habías considerado propio hasta entonces: tu cuerpo, ese papel, ese fuego.

Una presencia que se imponía a tu cuerpo, a la vida en general tal como la conocías. Estabas solo, pero de pronto esa presencia se materializó en dos criaturas indefinibles pero de rasgos similares, por no decir idénticos, salvo por el color de pelo.

Las dos criaturas te miraban fijamente, haciendo con sus dos manos gestos de pulgar en alto. Lejos de aceptar con beneplácito ese gesto odioso que replicaba un emoticón (que supuestamente replicaba un gesto, etc.), sentiste miedo: estabas a merced de ellos. Uno de ellos llevaba anteojos y el otro no. Eran de edad indefinida, pero tampoco era fácil adivinar su género y no tenían marcas raciales definidas. Sin embargo, de inmediato se los reconocía como del mismo planeta. Era como si sus identidades (que podían intercambiarse fácilmente) se formaran a partir de máscaras más o menos iguales con ligerísimas variaciones.

Vestían idénticamente, unos mamelucos negros muy holgados (lo que daba la impresión de que debajo de ellos había masas gelatinosas o gasterópodos). A la altura de lo que en los seres humanos marcaría la posición del corazón, cada uno tenía un distintivo tornasolado. Uno decía HW (el más pelirrojo), el otro SC (el más castaño). Taladraban la misma frase en tu cabeza: “Somos del planeta Libra. Venimos en son de paz”.

lunes, 17 de febrero de 2025

Los recortes del día

 "Venimos en son de paz...."




 

domingo, 16 de febrero de 2025

Allí estaremos

 


Del ritornello: un libro centenario

por Daniel Link para Perfil cultura

Algunos periodistas especializados tienen dificultades para detectar los brotes verdes del neofascismo o los microfascismos de la vida cotidiana. Dicen que se exagera y les parece que no hay repetición ni ritornello posible. Lo que fue, fue. Y lo que será, será. Avanzamos, hemos avanzado. Y sin embargo...

Al hablar de fascismo (como de cualquier otra cosa) se corre el riesgo de juzgar antes por el resultado que por el momento de formación de esas unidades del rencor y la acción destructiva.

Transitamos un 2025 que inevitablemente recordará que se cumplen cien años de la publicación de la primera parte de Mi lucha, el libro en el que Adolf Hitler expuso su programa político, desde la celda de Landsberg a donde había sido condenado el 1º de abril de 1924, culpable de traición tras el intento de golpe de estado del año anterior.

Todo se venia cocinando lentamente desde antes (Benito Mussolini fue presidente del Consejo de Ministros Reales de Italia desde 1922; Hitler se había afiliado al Partido Obrero Alemán en 1919 y tomó su control en 1921; en 1920 se publicó El judío internacional del industrial norteamericano Henry Ford, gran promotor del nazismo; en 1925 Mussolini ilegaliza todos los partidos políticos salvo el Partido Nacional Fascista; el 10 de marzo de 1925 el escritor judío austríaco Hugo Bettauer fue asesinado a tiros como respuesta a una novela suya que satirizaba el antisemitismo, etc. ).

Es, por lo tanto, ingenuo resistirse a la identificación de las unidades propias de un programa fascista en los titulares de los diarios y enarbolar no sé qué especificidades singulares, como si el fascismo no tuviera el poder de renacer de sus propias cenizas y de reconstruirse sobre nuevas configuraciones. Hay que recordar el poema (antifascista) “Primero se llevaron a....” (1946) del pastor luterano alemán Martin Niemöller que puso el foco precisamente en la frivolidad condescendiente con la que se aceptaron las primeras manifestaciones de un régimen criminal.

El fascismo, tal como se lo lee en Mi lucha, es expansionista y militarista. A diferencia de las demás naciones europeas (imperialistas con foco en los territorios extra-europeos), Hitler se propuso el avance hacia el Este para garantizar el Lebensraum (espacio vital) para el pueblo alemán. Cambiando un poco las figuritas y los nombres propios, hoy se escucha: Groenlandia, Canadá, México, Panamá y, en el último brote psicótico del Sr. Trump, el complejo de resorts en Gaza, previa reubicación masiva de los palestinos. Si esa no es una política exterior fascista, no sabemos cuál puede serla.

Mi lucha está puesta bajo una certeza y una rebelión infantil: “¡Yo no quería llegar a ser funcionario!” (el padre de Hitler lo fue). Por supuesto, es la misma protesta que se podía leer en un declarado antifascista como Hesse. Demian, de 1918, está encabezada por el epígrafe: “Quería tan solo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué había de serme tan difícil?”. De modo que la protesta de Hitler contra la casta, su resistencia a ser sólo un engranaje en la máquina gris de la gobernabilidad, liga bien con los movimientos contraculturales de comienzos del Siglo XX, que volverían con toda su fuerza en la década del sesenta. Pero no basta con ser contracultural o libertario para ser inmune al fascismo. Mi lucha es la prueba.

Hitler diferencia entre el “patriotismo dinástico” y el “nacionalismo popular”. Abrazó el segundo y despreció el primero. Todos los esfuerzos de un Hitler todavía austríaco tienen que ver con hacer coincidir Estado, patria y pueblo (la Austria de los Habsburgo era muy plurinacional). Por supuesto, los estudiosos han detallado sus fuentes e influencias, entre las que conviene destacar El judío internacional, de cuyo marco paranoico todavía hoy quedan rastros en las protestas contra el “globalismo”, la “banca internacional” y los organismos de gestión mundial (OMS, Acuerdo de París).

En 1939 George Orwell reseñó Mi lucha (New English Weekly, 21 de marzo de 1940) en la versión inglesa que presentaba una versión favorable a Hitler (en la presentación inglesa se lee: “Europa no deberá olvidar que gracias a él fue rechazado de una vez para todas el comunismo, que con su horda sangrienta amenazaba en 1932 avasallar a todo el Continente”) y Orwell sintetiza: “Había aplastado al movimiento obrero alemán y, por ello, las clases propietarias estaban dispuestas a perdonarle casi todo”. Esa extraña alianza entre el gran capital y el líder populista se repite hoy entre nosotros con horrísinos clamores.

Un lider cachivache declaró en un aniversario de la liberación de Auschwitz que Elon Musk no puede ser tildado de fascista (aún cuando realizó el saludo nazi durante la asunción del Sr. Trump) porque “es un defensor intachable del Estado de Israel”. La expresión sorprende en una persona que se ha declarado ya no como enemigo del Estado, sino como su destructor. ¿Por qué se coloca en un sitial de privilegio algo que ha sido tachado del mapa conceptual de la política? La razón es sencilla: en Argentina, la relación entre Estado, patria y pueblo lleva todavía un sello partidario. Tan plurinacional como la Viena de Hitler (aunque por diferentes razones), Buenos Aires incorporó a esa articulación las (desde una perspectiva conservadora) comunidades malditas: indígenas, disidentes sexuales, discapacitados, migrantes. Contra esa inclusión entendida como revoltijo, el furor fascista de la pureza.

Ese furor no necesita de ningún desencadenante, porque está siempre allí. Orwell señala que “Cuando se comparan sus declaraciones de hace algo más de un año [de Hitler, en 1938] con las de quince años antes, lo que sorprende es la rigidez de su mente, la forma en que su visión de mundo no se desarrolla. Es la visión fija de un monomaníaco y no es probable que sea afectada por las maniobras transitorias de la política del poder”.

Mi lucha (y por eso el libro debe ser leído, en una edición anotada) expone un vínculo de seducción que vuelve hoy como un ritornello. Orwell acierta en subrayar que “Hitler, debido a su mente carente de alegría..., sabe que los seres humanos no sólo desean comodidad, seguridad, jornada de trabajo breve, higiene, control de la natalidad y, en general, sentido común; que también desean, al menos en forma intermitente, lucha y autosacrificio, para no mencionar redoble de tambores, banderas y desfiles de lealtad... Los tres grandes dictadores [Mussolini, Hitler, Stalin] aumentaron su poder imponiendo cargas intolerables a su pueblo. Hitler le dijo [a su pueblo]: ofrezco lucha, peligros y muerte”. Cumplió con creces sus promesas.

Los líderes actuales de la ultraderecha se preparan para otro tanto: las agendas internacionales (2030) interfieren con la marcha del ritornello fascista y lo mismo puede decirse de los movimientos antifascistas que ya se constituyen aquí y allá como una advertencia global. A lo mejor es un miedo prematuro, o son espejismos. Mi lucha, en todo caso, es una señal de advertencia: lo que se dice en el 25 (“La democracia del mundo occidental de hoy es la precursora del marxismo, el cual sería inconcebible sin ella. Es la democracia la que en primer término proporciona a esta peste mundial el campo de nutrición de donde la epidemia se propaga después” o bien: “los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta en defensa de la libertad. Zurdos hijos de putas tiemblen”) anuncia lo que se pretenderá hacer en el 33.




sábado, 15 de febrero de 2025

Las puertas de la percepción

Por Daniel Link para Perfil

Te encontrás a comer con una amiga que quiere sumarte a un proyecto de largo aliento para la segunda mitad del año. Al principio la conversación choca con las catástrofes más obvias: Trump, Milei. Las noticias del día son poco prometedoras: sí, Trump ha congelado las investigaciones por corrupción tanto en el país como en el extranjero, lo que sumado al asalto a los archivos del gobierno federal perpetrado por el Sr. Elon Musk en un fin de semana marcan la dirección de un gobierno al mismo tiempo senil y desesperado y, por eso mismo, profundamente peligroso.

El Sr. Trump ha dicho que quiere encauzar esas investigaciones en relación con la mafia y el narcotráfico.

Sería tan práctico y tan útil legalizar la comercialización de drogas recreativas, controlando su calidad y gravando impositivamente el producto, le decís a tu amiga, que no se entiende por qué eso todavía no se hace. Tu amiga piensa que se trata de una concesión a los sectores más conservadores de la sociedad, que ven el demonio y el apocalipsis en cualquier parte donde pretenda instalarse una cuota de hedonismo. Puede ser, pensás, pero esa resistencia también puede implicar un profundo compromiso con esa economía subterránea que mueve al mundo y de la cual nadie quiere perder su tajada (especialmente las fortunas más concentradas, que ya no dejan mercado intacto).

De una cosa pasan a la otra y de pronto la conversación se aviva como una brasa tardía en la parrilla. De pronto están hablando mal de la gente que conocen. No se entiende, dice tu amiga, esa conversión al indigenismo de algunas personalidades del arte y la cultura tan tardíamente, justo cuando el Sr. Trump ha dado un golpe mortal a ese ideologema. Con el negrismo, pensás, sucederá lo mismo. Son trompos que girarán locos sin causa ni destino, porque enfrentados con políticas de exterminio estatalmente dirigidas, ¿qué chance tienen de causar algún impacto?

El ecologismo de café también les parece (a vos y a tu amiga) un compromiso tardío con lo que no se entendió antes, cuando todo empezaba ya a oler a plástico quemado (la era del pop).

Es el miedo, pensás, a quedar fuera de los discursos de moda. Has llegado, incluso, a leer una encendida declaración en favor de las “humanidades”, uno de tus temas favoritos, que vuelve como un ritornello a medida que el ritornello fascista se acelera.

No está mal que los discursos circulen, decís, pero te apena un poco que los mueva el miedo, que no pone en riesgo el propio pensamiento.

Después de todo, comentás ya rumbo a la salida, se cumple este año un siglo desde la publicación de “La deshumanización del arte” de Ortega y Gasset. Aquel anuncio centenario parece hoy cumplirse plenamente al ritmo de los códigos de las inteligencias artificiales. Por supuesto, defendés la calidad insuperable de deepseek.

Al día siguiente, prometés, vas a pedirle a esa IA que desarrolle el proyecto que tu amiga te ofreció. Seguramente estará espolvoreado con las dosis exactas y necesarias de indigenismo, negrismo y ecologismo y con todos los indicadores de género bien puestos.

 


miércoles, 12 de febrero de 2025

lunes, 10 de febrero de 2025

Tecnofascismo

por Rainer Mühlhoff para Verfassungblog

Trump y el nuevo fascismo
Por qué tomar el aparato administrativo es tan peligroso

(se recomienda calurosamente visitar el original, al menos para reponer los vínculos, que aquí se omiten, salvo dos)

Desde la toma de posesión de Trump como 47º presidente de EE.UU., Elon Musk y un séquito de ingenieros tecnológicos y ejecutivos de sus diversas empresas se han abierto paso entre las autoridades federales de Washington, accediendo a edificios, datos y sistemas informáticos. Junto con el
previsto despido masivo  de funcionarios federales, esto equivale a una toma de control de los niveles técnicos y operativos del aparato administrativo estadounidense. En este proceso, los actores de la industria Big Tech se están posicionando como especuladores y operadores de una nueva infraestructura gubernamental tecnológica, enganchados a través del acceso a los sistemas informáticos de pago que Musk está adquiriendo actualmente.

Este desarrollo representa un nuevo salto cualitativo en el proyecto político de Trump. Se describe mejor como fascismo. En muchos aspectos, este nuevo fascismo no se parece exactamente a sus modelos históricos y, sin embargo, es fascismo. Su sello distintivo será que utilizará las posibilidades específicas del análisis de datos y la tecnología de IA para eliminar el Estado de Derecho y sustituirlo por un delgado
aparato basado en la automatización y la anticipación. 

El relevo (Takeover)

Elon Musk, nombrado
por decreto jefe del nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE)  el día de su investidura por Donald Trump, parece haberse propuesto desde entonces tomar el control del aparato administrativo no por medios políticos, sino mediante una mezcla de tácticas de sorpresa, intimidación y piratería informática. La Oficina de Gestión de Personal (OPM), la oficina central de personal del gobierno federal estadounidense, dio el pistoletazo de salida. Musk accedió al sistema informático y a numerosos datos sensibles, excluyó a parte del personal de este sistema y colocó a confidentes en puestos estratégicos. Musk también recopiló personalmente una lista de todos los responsables informáticos federales, presumiblemente para poder enviar rápidamente un correo electrónico a los 2,2 millones de empleados federales de diversas instituciones anunciando drásticos recortes de personal, criterios de lealtad y evaluaciones de rendimiento más estrictos, y ofreciendo el despido inmediato a cambio de una indemnización a quien no estuviera de acuerdo.

El objetivo directo de esta forma de acaparamiento de poder parece ser la infraestructura administrativa. Paralelamente a la OPM, el equipo de Musk se hizo con el control de la Administración General de Servicios (GSA) y otras agencias, como la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID) y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA). Especialmente explosivo: Musk se aseguró el acceso al sistema central de pagos del Departamento del Tesoro de EE.UU., que procesa billones de dólares en prestaciones sociales, salarios, gasto federal en servicios y subsidios cada año. El acceso se consiguió durante el fin de semana tras una negativa inicial del jefe del departamento, que posteriormente fue jubilado. El propio Musk presumió del golpe en X: «Muy pocos en la burocracia trabajan realmente el fin de semana, ¡así que es como si el equipo contrario abandonara el campo durante 2 días!».

Este patrón de infiltración en el nivel inmediato del gobierno federal, posibilitado no por decisiones políticas sino por la rapidez de acción, la intimidación y la toma de control de los sistemas técnicos, continúa día tras día. Agencias como los Centros de Servicios de Medicare y Medicaid (CMS) e incluso la CIA -donde se envió un correo electrónico similar con una oferta de cancelación- están en el punto de mira. Todos estos acontecimientos representan un desarrollo inadvertido que da al régimen de Trump el sabor del fascismo.

Fascismo

No es fácil definir el fascismo, y no tiene sentido tratar de aclarar si Trump y su régimen son fascistas de forma puramente conceptual. Además, ya se ha criticado el callejón sin salida al que conduce forzar nuevos movimientos fascistas en viejas definiciones y ejemplos históricos de fascismo. Un nuevo fascismo en el siglo XXI no tiene por qué parecerse al de los nazis. Sin embargo, en lugar de definirlo como una forma analíticamente perfilada de Estado o de política, creo que las tres características siguientes se destacan actualmente como lo que deberíamos reconocer como fascismo:
 

1. Es una actividad política dirigida a destruir el Estado de Derecho, los procesos administrativos y el orden parlamentario y democrático. El fascismo no actúa de forma agonística sino antagónica, y en la forma pronunciada de Trump, de forma cínica y destructiva. En particular, la política fascista no representa simplemente otra posición en el espectro de posiciones políticas (por ejemplo, «extrema derecha»), sino que encarna una actitud destructiva hacia la democracia parlamentaria y el Estado de derecho, que busca superar el sistema de posiciones políticas en conflicto en primer lugar. Fascismo

No es fácil definir el fascismo, y no tiene sentido tratar de aclarar si Trump y su régimen son fascistas de forma puramente conceptual. Además, ya se ha criticado el callejón sin salida al que conduce forzar nuevos movimientos fascistas en viejas definiciones y ejemplos históricos de fascismo. Un nuevo fascismo en el siglo XXI no tiene por qué parecerse al de los nazis. Sin embargo, en lugar de definirlo como una forma analíticamente perfilada de Estado o de política, creo que las tres características siguientes son actualmente especialmente destacadas en cuanto a lo que deberíamos reconocer como fascismo:

    Es una actividad política dirigida a destruir el Estado de Derecho, los procesos administrativos y el orden parlamentario y democrático. El fascismo no actúa de forma agonística sino antagónica, y en la forma pronunciada de Trump, de forma cínica y destructiva. En particular, la política fascista no representa simplemente otra posición en el espectro de posiciones políticas (por ejemplo, «extrema derecha»), sino que encarna una actitud destructiva hacia la democracia parlamentaria y el Estado de derecho, que busca superar el sistema de posiciones políticas en conflicto en primer lugar. En la variante cínica, presente aquí en particular, el impulso destructivo está al servicio del autoenriquecimiento (económico) desenfrenado de los actores fascistas y de sus leales, a veces con motivaciones puramente capitalistas.

2. La actividad fascista se caracteriza por la voluntad personal de utilizar la violencia y la disposición al odio, ya sea lingüístico, médico, físico o político. Este potencial de violencia se basa en una visión jerárquica de la humanidad y en una deshumanización profundamente arraigada epistemológicamente (esto incluye también el racismo, el antifeminismo y el sexismo). Los fascistas perciben la vida como una lucha social permanente en la que es necesario afirmarse antagónicamente (es decir, no con argumentos, sino mediante la fuerza) y subordinar y explotar a otras personas y negarles su derecho a existir. El fascismo significa la disposición psicológica y de carácter de los actores para echar por tierra las antiguas luchas por el reconocimiento, la integración y la igualdad de derechos de las minorías en favor del derecho del más fuerte. El potencial de violencia del fascismo también incluye engañar a las masas mediante narrativas cínicas, incitar al resentimiento y provocar la división social. Hoy en día, gran parte de esta violencia tiene lugar en el mundo online y ya no en batallas callejeras.

3. El fascismo también implica el uso hábil de la última tecnología como instrumento de poder, a menudo en una interacción entre la industria y el régimen. Este fue el caso de los nazis y no es diferente hoy en día. El fascismo se caracteriza por una fría voluntad de utilizar medios tecnológicos y logísticos para lograr objetivos políticos destructivos y el poder y la violencia necesarios para alcanzarlos. Puesto que no se puede confiar en otras personas en la mentalidad social darwinista y antisocial, según la cual todo el mundo piensa que está luchando contra todos los demás, el poder y el control realizados tecnológicamente son los medios elegidos. En este caso, este sentimiento está impulsado por la creencia en la superioridad de la tecnología como solución a los problemas sociales, lo que se conoce como solucionismo, que implica la voluntad de subordinar a las personas, la cultura y la sociedad a una lógica tecnológicamente realizada de eficacia, beneficio y superioridad.

En cuanto a la forma del movimiento político, a menudo se distinguen tres corrientes que afirman no tener nada que ver entre sí, pero que en una constelación fascista en realidad participan en sinergias e intensificaciones mutuas: (1) El populismo de derecha, que suele centrarse en la movilización política de masas (especialmente en los medios de comunicación en línea) y en la infiltración y el sabotaje de los procedimientos parlamentarios; (2) Ideología Alt-Right - que suele difundirse a través de los medios de internet como resentimiento antiinmigrante, antitrans y antifeminista, mitos nacionalistas, escenarios de amenaza y narrativas conspirativas; (3) Extremismo de derecha - una movilización de grupos violentos de derecha que pueden estar activos tanto en las calles (véase Capitol storming) como en internet.

Aunque muchos comentaristas no califican de fascista al régimen de Trump del primer mandato, la interacción de estos tres elementos se ha intensificado con Trump como domador central hasta el asalto al Capitolio. La dinámica surgida desde entonces cumple todos los requisitos para la emergencia de un sistema fascista, cuya materialización requería otros dos requisitos que han surgido en los últimos años, o al menos en las últimas semanas: Por un lado, una amplia cobertura de la economía y, por otro, el acceso a las infraestructuras estatales. 

En primer lugar, la élite empresarial, especialmente en Silicon Valley, que en 2022 todavía afirmaba que «apenas apoya el proyecto [de Trump] [...]», ha estado desde entonces en proceso de inclinarse en filas y unirse a la dinámica fascista. Una convergencia ahora hegemónica de medios políticos de alt-right, CEOs de Silicon Valley y capitalistas de riesgo está creando ahora una situación fundamentalmente nueva en comparación con el primer mandato de Trump, durante el cual partes significativas de Silicon Valley todavía trataron de sellarse como una burbuja liberal contra sus políticas y Trump fue moderado y finalmente bloqueado por las principales plataformas de medios sociales. Esto es fatal, porque esta élite se ha dado cuenta ahora de que puede enriquecerse económicamente junto con Trump a través de sus actividades destructivas, siempre y cuando le siga el juego. Como resultado, el proyecto de Trump está ganando un impulso significativo.

Un ejemplo destacado de la ahora abierta reorientación de la alt-right en Silicon Valley en las últimas semanas ha sido el siempre neoconservador meta-CEO Mark Zuckerberg, que está respaldando abiertamente el resentimiento de la alt-right al interrumpir la infraestructura de verificación de hechos y moderación de sus plataformas de medios sociales. El hecho de que conocidos partidarios de la alt-right en Silicon Valley, como Peter Thiel, Mark Andreessen y Elon Musk, estén ahora haciendo sonar la bocina de Trump a pleno pulmón no es sorprendente. En estos casos, sin embargo, es importante tener en cuenta que llevan varias décadas preparando y difundiendo intelectualmente una ideología con amplio atractivo en los círculos tecnológicos en forma de teorías pseudofilosóficas como el largoplacismo, el altruismo efectivo o el transhumanismo, que ahora se manifiesta políticamente cada vez más abiertamente como racismo, darwinismo social y eugenesia del siglo XXI.

En segundo lugar, el acceso a las infraestructuras del Estado desde las últimas semanas ha sido una evolución material que sigue al haz de ideologías, al ruido de sables de la campaña electoral y a la movilización política con la acción. Y no dentro del sistema constitucional, en el que cada cambio de gobierno se traduce en la sustitución de unos cuantos funcionarios (políticos). Más bien, lo que está ocurriendo aquí es antagónico al propio sistema; pretende destruir el orden basado en normas del Estado constitucional. El despido masivo previsto de funcionarios de carrera (por encima del umbral de empleados políticos) y -lo que es más crucial- la toma de control de los sistemas informáticos y los conjuntos de datos por ingenieros tecnológicos de la empresa de Musk socava la separación de poderes y representa una toma de control política de la dimensión tecnológica y procedimental del aparato estatal. No es desconocido en la historia del fascismo que el comienzo de tales regímenes implica la toma de control de la infraestructura administrativa, a través de la invasión física de los edificios y sistemas pertinentes, la instalación de leales políticos, el despido y la «purga» de disidentes políticos e indeseables dentro de ese aparato.

En un artículo sobre el creciente fascismo de Trump, se podría hablar de racismo, sexismo y transfobia, que se traducen en actos represivos y violentos en los decretos de su primer día de mandato. Se podrían mencionar sus estruendos autoritarios en relación, por ejemplo, con la limpieza étnica de Gaza, la amenaza de toma de Groenlandia o el Canal de Panamá. Se podría hacer hincapié en la estrategia de la política del caos y la imprevisibilidad metódica que se pone de manifiesto, por ejemplo, en los aranceles a la importación. En todo ello, sin embargo, hay que subrayar que Trump no persigue un concepto sustantivo, sino que utiliza la opresión, la incertidumbre y la arbitrariedad como demostración de poder, lo que a su vez aterroriza a la política internacional, a la población y a las élites económicas de su propio país. Sobre el telón de fondo del derecho internacional, los derechos humanos, los valores liberales, los procesos democráticos y -por cierto- los intereses de numerosos votantes, todo esto son actos represivos, «cruces de fronteras» y «demandas sorprendentes», como los impotentes comentaristas de los medios de comunicación los han descrito desde la perspectiva del orden social basado en normas desde 1945.

Sin embargo, lo que es mucho más importante es que estos «cruces de fronteras» calculados no sólo cuestionan la legitimidad de las leyes nacionales e internacionales, sino que pretenden llevar a cabo una demostración de poder mediante la interrupción física de este orden. Por eso existe un potencial especial para el fascismo precisamente cuando el orden basado en normas no solo se ataca en la retórica política y los derechos de las minorías se restringen mediante decretos represivos (ya tuvimos todo esto en la primera legislatura), sino también cuando el poder se toma a nivel de infraestructuras y procesos administrativos. La interacción entre las políticas autoritarias y demenciales de Trump y la apropiación de la burocracia por parte de su secuaz Musk es la materialización de libro de texto de un teorema del experto en derecho constitucional nazi Carl Schmitt: «Soberano es quien dispone el Estado de Excepción», es decir, quien socava la democracia y el Estado de derecho a nivel de procesos y procedimientos. Lo que ya era el libro de jugadas del NSDAP se vuelve a utilizar aquí: El objetivo de la política fascista es apoderarse del aparato, no de una política concreta dentro de él. 

Lo que vendrá

Hasta dónde llegará el fascismo «clásico» en Estados Unidos, hasta dónde la dictadura, la abolición de la separación de poderes, el Estado de derecho y el pluralismo político, la persecución, deportación o asesinato de minorías y opositores políticos, la censura y la influencia política en los medios de comunicación y la ciencia, el terror militante y las operaciones militares expansivas... todo esto probablemente esté escrito en las estrellas. Sin embargo, hay un acontecimiento previsible desde hace unas semanas y que merece urgentemente más atención: la toma de control de las infraestructuras por parte de las grandes tecnológicas supondrá un uso sin precedentes de la automatización, el análisis predictivo de datos y la tecnología de IA en los procesos administrativos operativos. Si no, ¿por qué está Musk poniendo a trabajar a sus ingenieros tecnológicos tan bien pagados?

El acceso a los sistemas informáticos que se está incautando en la actualidad significa que conjuntos de datos altamente sensibles y exhaustivos están fluyendo hacia actores del sector privado que se han caracterizado durante mucho tiempo por su explotación desenfrenada de dichos datos. Las consecuencias serán la desigualdad, la persecución preventiva, el terror y la explotación de los grupos marginados por parte del aparato. La automatización penalizará especialmente a las minorías social y económicamente vulnerables (enfermos, inmigrantes sin papeles, opositores políticos). Los procedimientos administrativos eludirán insidiosamente los principios del Estado de Derecho y se volverán opacos y poco transparentes mediante el uso de sistemas de IA patentados. 

El elemento de predicción será cualitativamente nuevo en esta digitalización autoritaria del Estado, especialmente en comparación histórica con el uso de la tecnología de tarjetas perforadas de IBM por el régimen nazi: La fuerza de la IA reside en su capacidad para «estimar» a partir de conjuntos de datos incompletos la información que los individuos, con razón, no revelan sobre sí mismos, por ejemplo, sus opiniones políticas u orientación sexual, predisposición a enfermedades, abuso de sustancias y afecciones psiquiátricas. El análisis mediante IA de datos administrativos permite un trato desigual preventivo de las personas: no se les asegura, no se les emplea, no se les permite entrar en el país, se les retiran las prestaciones sociales, son registrados por la policía, sospechosos de fraude social o de poner en peligro a los niños porque un sistema informático opaco hace una predicción basada en datos de comportamiento.

El uso de tecnologías de conocimiento predictivo será una característica central del nuevo fascismo de una de las naciones tecnológicamente más industrializadas del mundo: Este fascismo se basa en una interacción entre el régimen político y la industria tecnológica, que conlleva una nueva calidad de clasificación social, explotación, opresión y persecución, incluyendo la deportación y el asesinato de personas.

Agradezco a Daniela Hombach y 
Hannah Ruschemeier sus útiles comentarios 
sobre una versión anterior de este artículo.