Hace un rato llegó Roberto, nuestro valet, con anteojos nuevos. Lo saludé con un "¡Milhouse (van Houten)!" porque realmente se le parecía. "¡Qué malo!", me contestó él. Y entonces me sentí obligado a explicarle que no lo decía por maldad sino todo lo contrario. Entre las tribus más estables de la modernidad porteña están las chicas hormiga, encantadoras y diminutas criaturas que se mueven rápidamente entre la gente, por lo general en un número superior a tres. Es frecuente verlas (o presentirlas, por su tamaño) en la noche porteña. Del mismo modo, están los milhouses, que son jóvenes que parecen la encarnación futura del amigo de Bart Simpson: la misma ropa, los anteojos (en versiones por lo general muy cool) y el mismo aire de no pertenecer del todo (nunca vi bailar a un milhouse). De dónde salen, no lo sé, pero cambian las modas y ellas y ellos permanecen. El recital de Gaby del otro día estaba atestado de chicas hormiga y milhouses, lo que en algún sentido me tranquilizó (hacía mucho que no salía y todo podía haber cambiado). De hecho, vimos al "auténtico Milhouse": un chico del que nada sé pero que estoy acostumbrado a ver desde hace años en todas partes. Por lo general usa pantalones a cuadros y es responsable de la denominación genérica (que es invento de S., mucho más observador que yo). Me dicen que en la Universidad se ven también bastantes. Es probable que la conversión en chica hormiga o milhouse sea, pues, un efecto de la cohabitación. De más está decir que no cualquier chica bajita es una chica hormiga y no cualquier chico joven y con anteojos es un milhouse: la ropa es fundamental (colores oscuros en el caso de las chicas hormiga, chombas o remeras combinadas con pantalones más o menos estrafalarios en el caso de los milhouses. Jamás vaqueros y zapatillas en ninguna de las dos razas). Me inquieta levemente que nuestro Roberto (que además de planchar nuestra ropa, estudia en la Universidad) vaya en esa dirección, porque tal vez pretenda algún aumento.
Las tres gracias
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Hace 2 semanas.
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