Ayer, volvía, yo, de la verdulería, donde había ido a comprar fruta para mi merienda (conseguí unas peras chiquitas, pero muy sabrosas) y cuando estaba entrando en el edificio vi a un chico bastante bonito, pero no más que eso, con un mapa de la ciudad de Buenos Aires en la mano y una mochila bastante grande en la que, supuse yo segundos después (por pura costumbre), debía traer la ropa necesaria para los cambios de vestuario de la sesión de fotos. Estaba diciendo en el portero eléctrico: "Sebastián, soy X" a lo que una voz, que no reconocí como la de S. (pero eso pasa siempre con los porteros eléctricos) le contestó: "Ya bajo".
Amable como me sentía, le dije al chico: "Pasá, pasá". Él agradeció mi gesto y me dijo: "Espero acá" (en el palier). "Pero no, para qué. Subí directamente", insistí yo. Y él: "Es que me dijo que ya bajaba". Yo: "Por eso, seguro que lo encontramos en la escalera". Y para tranquilizarlo: "Yo voy también para allá . Soy su asistente" (las veces que ha tocado bajar a abrir la puerta siempre dije lo mismo). Y empecé a subir la escalera (jamás uso el ascensor). Ya en nuestro piso, como vi que en la cara del muchachito la contrariedad había cedido paso al miedo liso y llano, se me ocurrió preguntarle si él iba a la unidad que habito. Me contestó que no. Yo, avergonzadísimo, no supe cómo disculparme por el equívoco (el cliente de S., que tenía sesión a las 5, había llegado durante mi breve excursión a la verdulería) y, ya en casa, me sentí como uno de esos señores mayores de los cuales los chicos aprenden que no deben aceptar los caramelos que les ofrecen. Para ser "express", no fue una fea sensación.
Las tres gracias
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Hace 2 semanas.
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