lunes, 21 de marzo de 2005

Los túneles de Montserrat

El misterio de los túneles coloniales de Buenos Aires


Nadie se ha puesto de acuerdo sobre el significado de los túneles coloniales que recorren buena parte de la zona sur y céntrica de Buenos Aires. Proliferan las explicaciones y ninguna de ellas alcanza a descartar a las demás con la fuerza de lo demostrado. La historia quiere documentos. Y en esta cuestión de túneles, que por eso mismo, quizá, es tan oscura como oscuros e impenetrables a la luz son los pasadizos que corren bajo tierra, nadie ha encontrado todavía el ignorado manuscrito que ilumine una penumbra que tiene ya una larga proyección de tres siglos.

Por Jorge Larroca*


(...) La frecuente aparición de túneles y de recintos subterráneos como consecuencia de derrumbamientos o construcciones ha determinado que un grupo de especialistas se ocupe, por primera vez oficialmente, de todos los aspectos relacionados con su existencia. Se trata de establecer, en primer lugar, qué inconvenientes pueden crear a la población y, además, de considerar esas construcciones bajo nivel desde un punto de vista eminentemente histórico, proponiendo las soluciones más adecuadas. (...) En nuestra búsqueda de antecedentes hablamos con el arquitecto Héctor Greslebin, tal vez el primero que se ocupó de estas cuestiones con metodología científica (...); declinó formular cualquier tipo de referencias, aunque admitió haber hecho entrega al ingeniero Krieger [que preside el grupo de especialistas], a pedido de éste y cuando se iniciaban las tareas de la comisión, de gran parte de su archivo sobre la materia. No ha pasado inadvertido que las autoridades encargadas de designar a los miembros del organismo oficial hayan olvidado el nombre del arquitecto Greslebin, alta autoridad en túneles coloniales.
A la espera del funcionamiento de la comisión comunal y de la publicación del trabajo mencionado haremos una reseña de los hallazgos más importantes que se dieron a conocer, periodísticamente, desde el 1900 a la actualidad. Insistimos: ahora, en junio de 1967, todavía no se ha publicado libro alguno sobre el tema. El ex director del Museo Etnográfico, señor F. F. Outes, anunció en 1928 la inminente aparición de una obra suya. Si así fue, nadie se enteró. Tampoco se han hallado documentos en los archivos. (...)
Resulta curioso comprobar que pasara tanto tiempo sin que alguien escribiese sobre las galerías subterráneas. ¿Eran, acaso, un tema tabú? Se cree que los primeros subterráneos datan de fines del 1600, es decir, un siglo después de la fundación de la ciudad por Garay. Durante todo el 1700 y la mayor parte del 1800, ni una sola mención cuya existencia sea pública y notoria. ¿Existiría una especie de tácita censura acerca de estas cuestiones? Lo cierto es que la primera noticia data de 1865, o sea, una fecha dos siglos posterior a la que se presume que se construyeron las galerías del subsuelo porteño. Doscientos años durante los cuales muy pocos habrán tenido conocimiento de esa red oculta y vedada. Quienes la conocieron, o supieron de su existencia, no demostraron interés en dejarlo documentado. De esa circunstancia deriva, probablemente, el halo de misterio, la sensación de sobre lacrado que ha rodeado siempre toda referencia sobre el tema. Por otra parte, es sabido que muchos profesionales de la construcción ocultan eventuales descubrimientos de túneles en la creencia de que una intervención oficial ante el hallazgo provocaría retrasos en los plazos de construcción y el consiguiente encarecimiento de la obra. Prefieren no dar aviso y hacer desaparecer la galería (con más sentido práctico que conciencia histórica) borrando cada vez más la posibilidad de precisar el verdadero alcance y extensión de los subterráneos coloniales porteños.
El jueves 19 de agosto de 1909 el diario La Nación publicaba un artículo titulado "Los subterráneos de Buenos Aires", en torno a los hallazgos hechos por el ingeniero Carlos E. Martínez en el curso de trabajos de saneamiento del subsuelo ciudadano dispuestos por la Asistencia Pública. "Se sabía por antigua tradición", dice la nota, "que debajo del 'mercado viejo' (Alsina y Perú) existían subterráneos, afirmándose que ellos formaban parte de las comunicaciones misteriosas que en la época colonial servían entre convento y convento, así como con algunos templos. Algo más había, como dato preciso, pues cuando hace muchos años, en 1865, se construyó la puerta de entrada al mercado, al excavar para fundar cimientos de los pilares, los obreros encontraron una ¡bayoneta y cabellos de mujer!" (...)
Se dice en esa nota que (...) al hacerse la perforación pudo reconocerse la entrada a una vasta cámara abovedada, obstruida a esa altura por gruesas vigas. "No se trataba", expresa el cronista, "de un subterráneo reducido. A los 14 metros de profundidad había una sala enorme con bóveda y muros gruesos."
(...) Se encontraron varias cámaras, con medidas aproximadas a los 12 metros de largo por 8 de ancho y situadas a unos catorce metros de profundidad. Nada había en ellas que pudiera dar indicios acerca del objetivo para el que fueron construidas. Apenas "¡un esqueleto de perro, una aceitera, un pito, un estuche, una jeringa y una calavera de gato!".
Los descubrimientos de 1885 y la aventura vivida por un soldado inglés en 1887 -dijo haber recorrido una galería subterránea desde la iglesia del Socorro hasta la Recoleta, unos 1.300 metros en línea recta (1) constituyen los más antiguos antecedentes conocidos acerca de la existencia de túneles en Buenos Aires. Y antes del mencionada artículo de La Nación, en el número de Caras y Caretas correspondiente al 26 de marzo de 1904, un señor que firma Blas Vidal había publicado "Una excursión por los subterráneos de Buenos Aires". Algunos párrafos de la nota de Vidal: "Hemos comprobado la existencia de pasajes subterráneos, cuyo fin no deja de ser sugestivo, puesto que obedecen a un plan general de comunicaciones entre los conventos que datan de la época colonial. No debe suponer que hayan servido para el desagüe de la ciudad, pues esos subterráneos nada tienen que ver con los 'terceros' que en aquella época hicieron oficio de cloacas, siendo el principal de ellos el que va de la calle Chacabuco a la de Chile y que mide cuatro metros de ancho por dos y medio de alto, mientras que los subterráneos en cuestión tienen de ocho a diez metros de alto por siete de ancho, capacidad exageradísima que impide admitir hayan sido construidos para el desagüe. Uno de ellos va de la calle Piedras y Alsina, donde está el convento de San Juan, hasta la calle Defensa, atravesando el Museo Nacional, la Facultad de Ingeniería y las iglesias de San Ignacio y San Francisco". Sigamos el itinerario de Vidal: "Este mismo camino corta en ángulo recto con la iglesia de San Francisco, atraviesa por la calle Victoria entre Defensa y Bolívar y sigue en dirección a la calle Viamonte; y es posible que por el sur tenga otra comunicación que una el citado convento con el de Santo Domingo, que dista dos cuadras" (Belgrano y Defensa). Relata a continuación parte del recorrido que pudo hacer por esas galerías durante tanto tiempo ignoradas y dice que pudo comprobar "que esa comunicación se extiende por el oeste, partiendo de Piedras y Alsina en dirección al convento del Salvador (Callao y Tucumán); siguiendo de allí por la esquina de Río Bomba y Paraguay hasta el antiguo convento de las irlandesas. Cuando quemaron el Salvador (2), el doctor Antelo libró de la muerte a cuatro frailes que salieron de entre los cimientos del edificio por una puerta solamente por ellos conocida". Y agrega otra noticia: "En la calle Ecuador entre Paraguay y Mansilla se produjo un derrumbe en el año 1873 y su dueño, señor Colombo, vió un subterráneo que quedó al descubierto".
La breve descripción que hace de su viaje por una de las galerías nos ha parecido interesante: "La brújula señalaba el NNE, suponiendo que iba en camino de la calle San Martín, cortando transversalmente la Plaza de Mayo. Quizá pasáramos por debajo de la Catedral. Bajamos después a la cripta de la capilla de San Lorenzo y a la catacumba de San Francisco (Alsina y Defensa) en la que se conservan las momias de la señora viuda del virrey del Pino y del general chileno Mackenna muerto en duelo a pistola por el coronel Carrera, también chileno, que yacen encerradas en dos arcas de las que se usaban para guardar caudales en tiempos del virreinato".
La Nación del 17 de agosto de 1909 informa sobre unos subterráneos en casa del señor Aguirre, en Bolívar 102, esquina Victoria, donde hoy nace la diagonal Sur. Trancribamos el relato del cronista, ya ubicado dentro del recinto, a seis metros bajo tierra: "La impresión de soledad se impuso sin rumores y dentro de una construcción de otra época que parecía hablarnos con sus líneas y sus silencios, nos sentimos como transportados a 'aquel entonces'. Todo nuestro horizonte era ese cuadro con sus muros gruesos y elevados, sus bóvedas y sus nichos misteriosos, sus revoques perfectamente conservados, parte de sus pinturas y algo extraño y nuevo sorprendía: la luz no irradiaba allí".
La revista Caras y Caretas se ocupa nuevamente de los subterráneos de Buenos Aires el 28 de agosto de 1909.
Vicente Nadal Mora, en el número 8 de la revista Historia (abril/junio 1957, páginas 132/137), publicó un trabajo sobre las galerías subterráneas "que, intercomunicadas entre sí, se extendían bajo la parte céntrica de antaño". Luego de aludir al entubamiento del antiguo zanjón de Granados, una especie de arroyo que se iniciaba en vecindades de la actual plaza Constitución y desembocaba en el río por la calle Chile, recuerda que mientras se construía el actual Colegio Nacional Central descubrió un pequeño hoyo junto a la puerta de servicio que hoy lleva el número 233 de la calle Bolívar. Relata cómo se deslizó por la pendiente hasta encontrarse en una galería subterránea y todos los pormenores de su cuidadoso avance por túneles que de tanto en tanto se bifurcan en distintas direcciones. La descripción es apasionante, aunque por razones de espacio no nos es posible reproducirla textualmente.
En este punto creemos oportuno citar el testimonio del arquitecto Héctor Greslebin, publicado por La Prensa el 9 de diciembre de 1964. Siendo estudiante, en 1912, se produjo un hundimiento en el antiguo edificio de la Facultad de Arquitectura, en Perú entre Alsina y Moreno. El fue uno de los que bajaron a reconocer "un túnel de bien delineados contornos" así descubierto. Recuerda que en 1915 el ingeniero E. Toperberg realizó un relevamiento parcial de esas galerías y sobre su croquis, archivado bajo el N° 261 en la Dirección General de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas, comenzó su investigación. En sus descensos, allá por 1917 y 1918, utilizaba dos entradas: una ubicada en los sótanos del Colegio Nacional Buenos Aires y otra, hoy tapiada, en los sótanos del antiguo Museo de Historia Natural, Perú 208. En síntesis: descubrió y recorrió tres galerías principales y varias de menor importancia o extensión por debajo de la célebre "Manzana de las Luces". Una, de sur a norte, atravesaba el colegio, la iglesia de San Ignacio y quedaba interrumpida, bajo la calle Alsina, debido a un derrumbamiento. Otra, desde el sudoeste hacia el norte, desde la calzada de Perú, muy cerca de Moreno, hasta concluir en un trazado paralelo a la acera, unos 6 o 7 metros de ésta, donde desemboca otro túnel. La tercera galería avanza de oeste a este, atravesando la primera de las mencionadas y desde ella surge, además, otro túnel en dirección a la calle Alsina.
En distintos relatos que no parecen obedecer a fuentes "de muy buena tinta", se asegura que existía todo un sistema de galerías que unían el Fuerte con zonas estratégicas de la ciudad. Incluso se ha dicho que había ramales que llegaban hasta lo que es hoy Villa Crespo, otros hasta Palermo y, por el lado sur, casi hasta el Riachuelo.
Nadal Mora (obra citada) no arriesga opinión al decir que [los túneles de Montserrat] fueron "comunicaciones secretas con un fin aún desconocido, cuya historia queda librada a las investigaciones del pasado de la ciudad vieja". Y del arquitecto Héctor Greslebin tomamos, como final de este trabajo, la siguiente expresión de deseos: "Los subterráneos no deben destruirse. Son una parte esencial de la historia argentina y de la vida secreta y antigua de Buenos Aires".

(1) Manuel Bilbado. Traducciones y recuerdos de Buenos Aires (7954), pág. 437.
(2) 28 de febrero de 1875.

* Este artículo fue publicado en la revista Todo es historia, 2 (Buenos Aires: junio de 1967).

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