Anoche comimos con B., para festejar su cumpleaños. Como justo ayer llegó S. desde Berlín, y tiene que renovar su DNI, se quedó a dormir en casa para no tener tanto viaje. Esta mañana, cuando se fue, la acompañé hasta la esquina y, volviendo, me topé con Ben, el encargado del Bar Mágico. Lo saludé amablemente y aproveché para contarle que Tita Merello, después de la cacería que terminó con una de sus palomas, había entrado en un cono de sombra o en un brote psicótico. "No es la única", me contestó, sombrío. E inmediatamente me preguntó: "¿No vio lo de los perros de la cuadra?". Como yo no estaba enterado de nada, me dijo que varios de los perros habían también sido presa del delirio y habían perdido su cordura. Había intervenido incluso el departamento sanitario correspondiente, temeroso de que se tratara de un brote de rabia. Pero no: era un trastorno mental lo que estaba afectando a los perros que, antes cariñosos, ahora se volvían contra sus dueños. Algunos somatizaban y habían desarrollado enfermedades extrañísimas, me dijo. "¡Es verdad!", le contesté, acordándome de lo que me había contado S. cuando fue a la veterinaria. "¿Y las palomas?", le pregunté. "Atontadas", me dijo. Como si tuvieran miedo. Ahora me tengo que ir corriendo a la quinta a ver cómo sigue mi mamá y a hacerle las compras. Llevo una silla de ruedas que tenía S. herrumbrada en la baulera. Llevo también a Tita, para que se distraiga un poco jugando con Mía. Se me van los días en estos menesteres, y no consigo adelantar las cosas pendientes.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
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