sábado, 5 de marzo de 2005

Hombre de letras

En un pasaje justamente célebre de El largo adiós, Philip Marlowe propone un catálogo de rubias cuyo único objetivo sería delimitar un más allá de la belleza femenina. El "objeto" que Marlowe intenta describir es Eileen Wade, una de esas típicas mujeres de Chandler: absolutamente hermosa, subnormal y asesina (precisamente, por las razones anteriores). Si perdonamos a Chandler un fragmento tan sexista y reaccionario (es decir, estúpido) como ése es porque lo pone en boca de un detective privado, un miembro de los aparatos parapoliciales del cual no podríamos sospechar mayor inteligencia que la que hay en un simio adulto.
Más recientemente, el 3 de marzo pasado, Hernán Casciari ha propuesto en Orsai un catálogo más ambicioso y más penoso: "Catálogo femenino (edición definitiva)" se lee en tinta roja. Lo que venga después yo no lo sé porque he aprendido a abstenerme de leer estupideces. O no tanto, porque aquí estoy escribiendo esto que pretende ser una respuesta a unas amables consideraciones sobre "¿Qué quieren las mujeres?" publicadas por un blogero amigo. Y si me atrevo a levantar mi dedillo contra este último (en este caso, el dedo medio de la mano derecha) es porque, aún habiendo abandonado los vicios de la pedagogía, considero que es importante decir lo que uno piensa cuando consideramos que no todo está perdido.
Escribe Martín Brauer, repitiendo (como se repite una comida que nos ha caído mal, con eructos) el gesto sexista y retrógado de los anteriores:
"Como quiera que sea, queridos lectores que recorren una senda privilegiada que los ojos de Linkillo dignificarán, les dejo este "clavel retinto", que no está dedicado al escritor, profesor, crítico, premio Guggenheim y showman encantador tan admirado por la sola razón de que, para su bien o su mal, el responder a la pregunta en cuestión, mucho que digamos ya no le interesará..."
En principio, podría decir que si la pregunta "¿Qué quieren las mujeres?" tuviera algún sentido fuera de las fantasías heterosexistas, católicas y repugnantes de Mel Gibson (que alguna vez fue un hombre apuesto), no veo en qué sentido alguien puede afirmar que a mí no me interesa, ya, responderla. Tengo una madre (como todos los mortales), tengo una hija (como muchos mortales, aunque no es seguramente el caso de quien tan a la ligera escribe sobre el tema), lo que lógicamete implica (no soy tan joven como para haberme beneficiado del uso de las probetas y otras tecnologías reproductivas a la orden del día) que tengo una ex-mujer. Pero además tengo ex-novias, amigas y, last but not least, alumnas, que me hacen objeto de sus fantasías masturbatorias. De modo que lo que ciertas mujeres quieren me importa en la medida en que involucra aspectos decisivos de mi paso por el mundo.
Recientemente he señalado, a propósito de
una película profundamente homoerótica (y, por eso mismo, asfixiante), que sólo se salva por la presencia refrescante de "Angelina Jolie (sus pelucas, su vestuario, sus ojos, sus labios, sus pezones de hierro, sus serpientes)". Léase en ese enunciado lo que se quiera, pero no se me considere uno de esos varones que, porque no pueden satisfacer a sus mujeres (como escribe el amigo Brauer), se escudan en el desdibujamiento de "los contornos que separan los géneros masculino y femenino" o en la inasibilidad del "eterno femenino". Por esa vía regia de la argumentación sólo se puede llegar a la dialéctica del falo propuesta por Lacan para propugnar un retorno a la sociedad patriarcal que ni Freud hubiera autorizado.
El análisis de la ¿película? (no vi el producto) que propone Brauer es impecable. No así los presupuestos de los que parte, la idea de que hay una comunidad imaginada de varones para los cuales "la mujer" (eterna, irreversible, infalible, única) constituiría un objeto de reflexión y de catálogo.
No es que no me interese la pregunta "¿Qué quieren las mujeres?", sino todo lo contrario. Lo que tal vez ocurra es que yo tenga una respuesta. Lo que las mujeres quieren es ser sujetos (del pensamiento, de la imaginación y del catálogo), sujeto individual, no un colectivo burdo tomado como objeto de reflexión por el costado macho (si cupiere, incluso, una "idea" semejante) de la especie. Que sean, pues, ellas, las que digan lo que quieren (¿y de quién estamos hablando cuando decimos "las mujeres"? ¿De mi mamá, de mi hija, de Beatriz Sarlo, de Fernanda Laguna, de Gabriela Bejerman, de Bárbara Belloc, de la abuela de S.?).
Mejor sería preguntarse qué quiere el colectivo en el cual (imaginariamente, si se quiere)
uno se inscribe, y realizar el catálogo de clases en relación con el cual decidiremos nuestra ascesis (el proceso de transformación, bebé, que nos volverá mejores). Aunque sostenga (por puro placer teórico y convicción política) que el ser no existe, lo cierto es que no soy rubia, no soy mujer, y en modo alguno me veo involucrado en sistemas de categorización de los cuales sólo podría obtenerse el regodeo ante lo mismo: la herida narcisista transformada en identificación narcisista. En la declaración de principios de Brauer sólo se entiende: decimos (aunque la rabia que sentimos nos haga arrojar escupitajos y babas sanguinolientas por la boca): ante la imposibilidad de comprender lo otro (que siempre es plural), uno no tambalea fácilmente, porque uno es un hombre, y por lo tanto, El Hombre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La mayoría del tiempo no se entiende nada lo que decís. La mayoría del tiempo no se entiende lo que no decís. La mayoría del tiempo no decís nada.