por Daniel Link para Mu
Se pueden discutir las opciones ideológicas de una persona que, como Horacio González, nos ha abandonado a nuestra suerte. Se puede discutir también su obra inmensa. Lo que no se puede negar es que esa obra existió y existe. Que Horacio González modeló buena parte de lo que consideramos nuestro presente.
Horacio fue un militante, un intelectual, un funcionario público, un conversador incansable y un gran escuchador. Nunca fui su alumno, pero lo imagino un profesor generoso, dispuesto a compartir sus saberes. Después de todo, así funcionaba fuera de las aulas. En contra de lo que suele suceder con figuras de su talla, compartir un panel con él implicaba siempre (subrayo: siempre) su escucha atenta y una devolución enriquecedora.
Como bien señaló María Pía López, Horacio funcionaba en tribus o manadas. La más célebre de ellas fue sin duda el colectivo Carta Abierta, que sesionaba en la Biblioteca Nacional durante su gestión al frente de esa institución a la que le devolvió el brillo que había perdido, sosteniendo la revista La Biblioteca y una innumerable cantidad de colecciones de libros.
Pero hubo, por supuesto, otras tribus: las cátedras de las que formó parte, los proyectos de investigación e intervención pública de los que participó.
Creo que no hay una sola fotografía de Horacio González donde su cara no aparezca dominada por una melancolía profunda. Le había tocado en suerte esa máscara, pero no era una persona exenta de alegría.
De hecho, su prosa tan rica, tan brillante, abunda precisamente en eso, en explosiones de alegría, en volutas y circunloquios que son como una espuma riente superpuesta a la gravedad de las cosas que tenía que decir.
Cualquiera de esos acontecimientos que nos paralizan por un rato porque nos exigen una toma de posición encontraba en Horacio una resonancia particularmente rica. Había que esperar a que Horacio se expidiera en sus columnas de Página/12, no tanto para mimetizarse con sus opciones (aunque casi siempre tenía razón) sino para conocer mejor el campo de tensiones respecto del cual había que decidirse.
Al faltarnos Horacio nos faltan, hoy, su amabilidad, su capacidad crítica, su orientación sobre qué deberíamos ser capaces de pensar. Nos falta casi todo.
1 comentario:
Sí... Algo inefable se derrumba con la muerte de un hombre bueno
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