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Quisiera referirme, para terminar, a la más “cordobesa” de las novelas de Puig, Boquitas pintadas, que inventa (despliega) formas de vida relacionadas no tanto con lo que la mujer es, sino con cómo es (para si) la mujer que sea.
La novela, como se sabe, opera según una serie de inversiones: el tísico fatal no es, como en La dama de las camelias, una mujer, sino un hombre, pero su efecto es igualmente devastador: “las mujeres parece que cuando tienen algo con Juan Carlos ya no lo quieren dejar más”, le dice Mabel a Nené1.
Publicada en 1969, Boquitas pintadas está “ambientada” no en la “edad de oro” de la tuberculosis sino en los años de su transformación de enfermedad mortal en enfermedad de clase, entre 1935 y 1947, que son las fechas de escritura del diario de Juan Carlos (a sus diecisiete años) y las de su muerte (a los 29). En contra de lo que podría suponerse, la novela no abunda en pormenores que desarrollen ese invervalo temporal, sino que focaliza su atención en 1937, cuando el tísico ejerce su acción más devastadora sobre el coro femenino de Coronel Vallejos, y en 1947, cuando la fatalidad se le vuelve en contra y muere en circunstancias sospechosas.
Ulyses Petit de Murat había publicado en 1943 El balcón hacia la muerte, cuya acción transcurre en el sanatorio Los aromos de Ascochinga, donde el autor había estado internado (la novela fue reeditada en 1968).
En aquella época, las sierras de Córdoba eran la zona terapéutica (famosa en toda América Latina) por excelencia. El sanatorio de Santa María, en el valle de Punilla, fundado por Fermín Rodríguez en 1910, fue uno de los Hospitales de Altura pioneros en el tratamiento (dietético y quirúrgico) de la tisis.
Cosquín fue una ciudad particularmente importante en ese esquema de módicos cuidados y aislamiento, copiado del sistema europeo (La montaña mágica es, naturalmente, el antecedente obligado, pero también Roland Barthes ha escrito páginas notables sobre la tisis, qué el sufrió como “enfermedad retro”). Las pensiones de Cosquín, donde el Dr. Tornú se instaló en 1900, cuando el pueblo era el lugar preferido por la aristocracia argentina, se destinaban a los pacientes adinerados (y así es todavía en los años durante los que transcurre Boquitas pintadas).
En 1920, Antonio Cetrángolo había presentado el proyecto de creación del Instituto de Tisiología, que comenzaría a funcionar recién el 11 de diciembre de 1933, bajo la dirección de Gumersindo Sayago, en la Universidad Nacional de Córdoba. "La función médico-social de la Cátedra de Tisiología" fue el título de su conferencia magistral. Pareciera que, como luego en el caso de El beso de la mujer araña (donde no importa tanto la sexualidad cuanto la sexología, es decir: los juegos de lenguaje sobre el sexo), en Boquitas pintadas importa más la tisiología (los juegos de lenguaje sobre la enfermedad) que la tuberculosis, y por eso Puig fija su atención en esos años de transformaciones decisivas durante los cuales las personas dejarían de morir del mal romántico.
Juan Carlos, ese joven (hoy diríamos niño) tísico que enloquece a las mujeres, viene a Cosquín dos veces. La primera internación es más corta y la segunda es más larga, demasiado larga podría decirse, por lo poco que se nos dice de ella. Durante los años de su segunda internación, ya se tenía experiencia con el uso de estreptomicina, aplicada por vez primera el 20 de noviembre de 1944 a un tuberculoso pulmonar en estado crítico, que negativizó el esputo con rápida mejoría.
Pero la vida y la enfermedad de Juan Carlos son tan poco interesantes que Puig apenas si se detiene en ellas para contextualizar el puñado de cartas que escribe a sus mujeres (su madre, su hermana, Nené, la viuda Di Carlo, entre otras). Lo demás, parecería, no es sino la rutina de una existencia reducida a mínimo entre una carta y otra (Juan Carlos se desplaza de la escritura de cartas a los juegos de cartas, en los que le va la vida).
El tísico de Villegas es, tal vez, un muerto en vida, y Cosquín es el único lugar (lejos de su pueblo, de su familia y de casi todos sus asuntos amorosos) donde le es posible alguna forma de sobrevida. Córdoba es, sino el paraíso del tísico, por lo menos su limbo. Por eso Juan Carlos tiene que ir a morir a Vallejos, en las pascuas infaustas de 1947, al lado de su madre y de la pérfida Celina que fue, seguramente, quien lo envenenó por despecho (“las mujeres, parece...”).
La segunda inversión que conviene destacar en Boquitas pintadas toma un cuento de Cortázar como referencia. En Puig no es, como en “Las puertas del cielo”2 (que es, también, a su manera, una reescritura de La dama de las camelias), Celina la tísica que muere3, sino su hermano, mientras ella continúa ejecutando su larga serie de maldades contra las otras mujeres de Juan Carlos. A diferencia de la Celina de Cortázar, “armada para el tango, nacida de arriba abajo para la farra”, la de Puig sólo se entregará a “los viajantes” como forma de sobrellevar “la partida” del “mejor amigo”4 que se ha ido.
Como Boquitas pintadas es una novela epistolar, conviene ponerla en correlación con las cartas de Manuel Puig: en un caso y en otro, las cartas permiten el cumplimiento del contrato amoroso que permite alejarse del asfixiante entorno pueblerino (las cartas se escriben precisamente para mantener al otro a la distancia).
No es (nunca lo es) el amor a las mujeres (la madre, la hermana, las novias, las amantes) lo que se juega en las cartas, sino la reconstitución del vínculo sobre nuevas bases. Lo mismo, podría decirse, que pretende Puig en todas y cada una de sus novelas (entendidas como cartas que nos manda), que rehacen las nociones de familia, amistad, compañerismo, vecindad, servidumbre, todas las nociones asociadas con vínculos sociales, de acuerdo con parámetros utópicos).
Puig, que se colocó decisivamente del lado de la literatura, y precisamente por eso, fue capaz de sobrevivir a todos los sistemas de opresión. Juan Carlos, que sólo supo caer en el abrazo femenino como en una trampa viscosa de la que él mismo se sabía víctima, por el contrario, no tuvo escapatoria y volvió a morir entre los monstruos (en Cortázar, la monstruosidad se deriva de una estructura de clases y de una mirada aristocratizante; en Puig, como ya ha quedado demostrado, no).
Más le habría valido al tísico quedarse en las sierras de Punilla, donde además de las delicias naturales y las partidas de cartas, podría haber seguido escribiendo (cartas de distancia): paraíso, limbo u “otro cielo”, sólo en Córdoba le era posible a Juan Carlos imaginar juegos de lenguaje y formas-de-vida.
1Puig, Manuel. Boquitas pintadas. Buenos Aires, Sudamericana, 19694, pág. 196
2Incluido en Bestiario (1951). Cfr. Cortázar, Julio. Obras completas, 1 (Cuentos). Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2003, págs. 221-232.
3Cada 30 de mayo se recuerda a la Beata María Celina de la Presentación (1878-1897), también conocida como la “Santa de los perfumes”, que murió de tisis.
4Puig, Manuel, op. cit., pág. 210. La frase está en el epitafio de Juan Carlos firmado por Celina.
1 comentario:
Qué buena lectura, Daniel. También, aunque es una obviedad, se cuelan por la ventana las costureritas y las tísicas de Carriego y el tango (ahí habría otras inversiones, otros desplazamientos) en esta tisiología que despliega Boquitas y que vos bien ponés de relieve.
Por lo demás, entre cartas y formas de vida, no pude evitar pensar en "El ingeniero" de J. R. Wilcock cuyo protagonista también se aleja y apuesta a los juegos del lenguaje desde un limbo mendocino.
En fin, bravo por la relectura de Boquitas!
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