Como el artista del momento se ha convertido, en estos días, en el Rembrant de las identidades flotantes de Transilvania,
anoche, después de la presentación de Linaje, la nueva novela de Gaby Bejerman, nos dimos una vuelta por Destravarte, el Primer Encuentro de Arte Trans de la Ciudad de Buenos Aires, ideado por Mosquito Sancineto, que en apretada síntesis entregó lo mejor y lo peor que sus participantes tenían para mostrar al mundo. Contra toda presunción, lo mejor ganó por varios cuerpos (cuerpos, en este caso, muy intervenidos).
Ya al bajar del taxi, se percibía en la aglomeración de la entrada un cierto abuso del animal print que daba el lujosísimo tono del encuentro.
Apenas entramos, fuimos arrastrados hacia el salón del subsuelo donde estaba a punto de comenzar un desfile de ropa reciclada. La gente (una multitud que enviadiarían organizadores de Premios Literarios) no sabía si seguir el gracioso andar de las modelos por la improvisada pasarela o si, por el contrario, mirar a través de la puerta abierta mientras se cambiaban, a velocidad de vértigo, sus atuendos. La pasada, en todo caso, fue muy festejada por el profesionalismo de las participantes, la musicalización, el clima de ensueño.
De allí subimos al primer piso, donde vimos las muestras de fotografías y los restos de pasadas lecturas (nos dijeron que Naty Menstrual fue un verdadero suceso con sus crónicas arrabaleras). Por el balcón del frente, vimos, en el edificio de enfrente, un grupito de chongos haciendo lo que los chongos mejor hacen: jugar al fútbol en la playstation, con ocasionales incursiones a su propio balcón para pispear lo que sucedía en el Palacio El Victorial.
En el bar del entrepiso, entretanto, los asistentes reponían energías (a diferencia de nosotros, ellos estaban desde temprano). Cuando escuchamos movimientos, bajamos rápidamente al teatro de la planta baja, donde iba a comenzar el recital de canciones del sublime Fernando Noy. Por fortuna quedaban tres asientos libres (nos acompañaba la Señorita Pola, que no podía salir de su asombro al comprobar que había un mundo más allá de sus altísimas y cultísimas preocupaciones y que, además, ese mundo era interesante).
Noy propuso un repertorio de canciones (propias y ajenas), algunas de las cuales nos emocionaron profundamente, por la cualidad de arte al que aspiraban, por la actitud (que nos hizo añorar, una vez más, tiempos menos brutales en los que los sueños y las utopías podían sostenerse como tales) y por las bellísimas palabras que decía.
Como le pedimos a gritos un bis (el bis del cielo), nos regaló una última canción luego de decir la que seguramente fue la frase de la noche: "Ella quiere reinar sobre la nada".
No queríamos irnos, no queríamos dejar la salícula, rodeábamos a Noy, queríamos que se nos contagiara un poco de su brillo, pero Mosquito Sancineto se vio obligado a hacernos abandonar la platea. En el café concert del entrepiso iba a comenzar una performance de tango. Mientras tanto, montarían el escenario para el cierre del evento, antes del cual actuaría la compañía de travestis santiagueñas convocadas especialmente por los organizadores.
¿Era como el mundo del revés, donde la tetera es de porcelana pero no se ve? Si así fuera, ese reino tiene su monarca, Fernando Noy, a quien tanta felicidad y tanta belleza le debemos.
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