1.
Otra vez. No terminamos de procesar lo de Once, y siguen los muertos. A esta altura ya es una perogrullada decir que –si bien todos los muertos son indignantes porque son todos igualmente víctimas de la perversión del sistema- son siempre los trabajadores, los pobres, los sectores marginados y excluidos los que sufren las peores consecuencias: no solo porque son más vulnerables y están más desprotegidos por las deficiencias edilicias, la escasez de infraestructura o la precariedad (cuando no directa inexistencia) de sus servicios asistenciales; también por su carencia de recursos simbólicos, de acceso a la opinión pública, de organización social, en fin, por el hundimiento en aquello que clásicamente Oscar Lewis llamaba cultura de la pobreza. Una “cultura” que se ha terminado transformando en una verdadera “segunda naturaleza”, que les impide hacer frente adecuadamente a la “primera”, cuando esta se derrumba sobre sus cabezas, y que ninguna AUH alcanzará, y cada vez menos, a paliar. Es una consecuencia perfectamente lógica del capitalismo, desde ya: el capitalismo no es únicamente un modo de producción extractor de plusvalía, sino –como efecto multiplicado de su “base económica”- un sistema sociometabólico (como lo llama Istvan Meszarós) que afecta a la totalidad de la vidade todos los que vivimos atrapados en sus mallas, pero de manera especialmente dramática a los “humillados y ofendidos” por necesidad del sistema: desde el deterioro de las condiciones de vivienda hasta la caóticamente desigual distribución del espacio urbano, desde la peligrosidad de las redes de transporte a la sobrecontaminación del aire o la superpolución sonora, y por supuesto la insuficiencia de elementales defensas eficaces contra las inundaciones y otras catástrofes “climáticas”, los efectos de un sistema en el cual –como decía el Marx de los Grundrisse – “el hombre es apenas un medio , y el fin es la reproducción de la ganancia”, se hacen sentir de manera trágica sobre aquellos hombres y mujeres que son más medios que otros. Si hay capitalismo, no hay “catástrofes naturales”: los desastres meteorológicos también son una materia prima y un escenario de la lucha de clases. Siempre hay que estar repitiendo estas generalidades, porque siempre corren el riesgo de quedar desplazadas de la vista por las disquisiciones ad infinitum o las discusiones bizantinas (con todo el debido respeto a la exquisita cultura bizantina) a propósito de quien / es detenta / n las responsabilidades particulares e inmediatas. Pero, atención: al mismo tiempo hay que saber que, en sí mismas, son generalidades que corren su propio riesgo, inverso al anterior: el de transformarse en abstracciones verdaderas, sí, pero que terminen diluyendo en la generalización las responsabilidades particulares e inmediatas, que efectivamente existen. Las sociedades capitalistas no son todas iguales: Amsterdam, por caso, es una ciudad virtualmente construida sobre el agua, y donde llueve mucho; nunca se ha sabido que un día de precipitaciones pluviales excesivas causara medio centenar de muertos. Aquí no se trata de postular las ventajas de un mundo “primero” sobre otro “tercero”, mucho menos de afirmar que hay capitalismos “mejores” que otros –después de todo, un país de imperfectísimo “socialismo” y de desarrollo económico y tecnológico incomparablemente menor no digamos ya a Holanda, sino a la Argentina, como Cuba, ha podido capear con menos pérdidas humanas temporales y huracanes mucho peores que las lluvias de Buenos Aires o La Plata: simplemente, les importa un poco más eso que se llama “la gente”-. Pero sí se trata de decir que, si todo capitalismo es por definición “salvaje”, en el nuestro el salvajismo descontrolado de las complicidades entre las clases dominantes, el Estado y los cómicamente denominados “representantes” del pueblo y de la clase política transforma a esa entente (lo supimos siempre, lo supimos de nuevo hace poquito por Once, lo seguimos sabiendo hoy mismo) en una horda “objetivamente” –y a veces muy subjetivamente- embarcada en la siniestra serialidad de los “crímenes sociales”.
2.
Hubiera sido patético, ridículo y hasta risible –si no fuera por la abyecta obscenidad que implica en medio de otra de esas “tragedias inevitables”- ver en los medios a funcionarios del gobierno nacional, de los provinciales y / o municipales, etcétera, invocando a una climatología “imprevisible” y simultáneamente pateándose entre ellos las responsabilidades, deméritos, ineficacias o inoperancias (¿en qué quedamos?: o es igualmente imprevisible para todos, o si hubo inoperancia es que se podía prever). Desde luego que nadie pretende –sería absurdo- que admitan en voz alta que la culpa es de ese capitalismo pluscuamsalvaje que ellos encarnan a plena conciencia y satisfecha corrupción, y con el cual todos -hay grados, como siempre, pero sin diferencias de “naturaleza”, valga la expresión- se han complicado a imagen y semejanza de sus padres y abuelos (porque se trata de una auténtica tradición nacional). Ni nadie pretende –sería impensable- que confiesen públicamente que los impuestos que pagan los ciudadanos, o los dólares con los que practican una retención obsesiva-anal, lejos de invertirse en las obras de infraestructura que pudieran protegerlos mejor contra los “imprevistos”, se usen para seguir pagando (con intereses, como Dios manda) a los fondos buitres (¿se ve la extrema finura de la perversión? al igual que al obrero, no contentos con extraerle plusvalía, se le hace pagar IVA para comprar la mercancía que él mismo elaboró, al pobre tipo que le aumentaron 500 por ciento el ABL lo ahogan, literalmente, porque su dinero fue a parar a las arcas imperialistas que, mediante las correspondientes “correas de transmisión” locales, van a seguir explotando a sus parientes, a su clase, a su pueblo, a su nación). Nadie pretende –sería inconcebible- que reconozcan que la propia lógica, ella sí “inevitable”, de los ultrasalvajes negocios inmobiliarios y la especulación con las tierras urbanas de las que son socios por acción u omisión impiden -no es solo un tema de “voluntad política”- una planificación racional de las estructuras urbanas que solo sería presuntamente posible bajo el control estricto y autónomo de los ciudadanos, los usuarios y los sectores populares más “afectables”. Nadie pretende –sería ingenuo- que expliciten las conexiones (no tan) “secretas” entre este desastre “ecológico” y la “ecología” económica y política que dirige a la megaminería y el genocidio de los Qom. Nadie pretende –sería inimaginable- que se autocritiquen de estar transformando una gran tragedia nacional causada por ellos mismos (continúan las finuras perversas) en un repugnantemente mezquino tironeo para ver quién consigue mejor posición negociadora en la Sociedad de Irresponsabilidad Ilimitada que continuará sin cambios sustanciales después de las elecciones de octubre. Nadie pretende nada de eso. Y sin embargo, nada de eso se puede dejar de decir. No se puede dejar de decir que, si no bastaban los hechos sociales para dejar en claro los límites infranqueables de los múltiples “relatos” con que nos atosigan, ahora llegó la mismísima naturaleza para anegar con su furia las imposturas –queridas o no, tanto da- de unos y otros socios de la gran estafa. Con los “derechos humanos” atragantados de las aguas servidas y las miasmas de nuestras polis, ¿dirán ahora que la Naturaleza misma está entrando en Plaza de Mayo “vestida de rojo”? ¿Estarán pensando en aplicarle la Ley Antiterrorista?
3.
Ahora bien: si se me permite parodiar afectuosamente una probadamente eficaz campaña publicitaria, ¿quiénpodrá decir todo esto? Para volver al principio de esta nota: ¿quién podrá reconectar aquellas “generalidades abstractas” con estas “particularidades concretas”, enunciando con rigor y consecuencia las articulaciones entre ambas que hagan reconocibles e irrefutables los límites “narrativos” –y desde luego fácticos- de la fina perversión que nos rodea? Respuesta obvia: Nosotros, la Izquierda. Y absolutamente nadie más. Ya sé que en estos mismos momentos se está haciendo, que partidos, organizaciones, agrupamientos están produciendo sus declaraciones y documentos en esta dirección, “más allá de sus diferencias”. Pero justamente, ante una circunstancia como la presente –así como sucedió ante Once o ante Mariano Ferreyra-, se debería estar más acá de las diferencias. Se requiere una movilización conjunta de todas las energías de la izquierda –al menos la agrupada en el FIT, si no fuera posible por ahora más amplitud- que “saque a la calle”, por así decir, esta discusión por todos los medios posibles (desde los propiamente “mediáticos” a los actos públicos, desde los manifiestos unitarios a las asambleas en fábricas, barrios, universidades, etcétera) para mostrar que, en efecto, solamente la izquierda está en condiciones de denunciar con argumentos sólidostodo lo que este nuevo episodio condensa en materia de responsabilidades tanto “coyunturales” como “estructurales”, y todo lo que significa como nueva insistencia de una materialidad siniestra que ya ningún “relato” alcanza para desviar de la vista. ¿Sería esto, además de muchas otras cosas, también una “campaña política” con vistas a octubre? Claro que sí. Solo que con la radical diferencia de que permitiría dejar nítidamente establecido que esta campaña no es por una mayor porción de la torta asesina, sino para demostrar que la única manera de que la “torta” no siga matando es cambiando de cuajo los ingredientes y, sobre todo, la receta. Que de no ser así, seguirán ocurriendo “tragedias inevitables”. Y que eso, ni un milagro del Papa nacional y popular podrá evitarlo.
2 comentarios:
Mas clarito, echarle agua
Uqui fica mais klaru é qui neimsó u di abu é aryenchino.
Enéssimo Comando do Tortao Asasino do Capital do Mundo Tortilheiro
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