En el sistema de archivos de mi disco rígido hay una serie de carpetas, cuyas primeras entradas copio: Abralic, Agendas, Alban, Amazon, Antelo, Asociaciones, Becas, Blog. No es una clasificación sistemática, porque Alban debería depender de Becas, y Abralic, naturalmente, de Asociaciones. Pero además no sé para qué tengo una carpeta llamada Asociaciones siendo tan pocas de las que participo, y con espíritu tan agónico y tan intermitente. Es probable que la única lógica que pueda aplicarse a la serie sea la de los estratos. Cada nombre corresponde a un estrato geológico e involucra, por lo tanto, una variable temporal: una acumulación insensata de designaciones que la pereza o el signo de los tiempos me impiden clasificar correctamente.
La carpeta Abralic y, más adelante, la carpeta Mercosur, tienen con la carpeta Antelo una relación de presuposición, pero eso sólo lo sabe mi conciencia. El sistema digital de archivos nada dice sobre el tiempo y las relaciones de mutua implicación entre una carpeta y otra quedarán libradas a la imaginación del lector ocasional de esos papeles virtuales. La carpeta Antelo es de las más antiguas, y la que más tesoros guarda. Muchos de los textos que ahí se acumulan, sin orden ni concierto, forman ahora parte de Crítica acéfala, el último libro de Raúl Antelo, cuya aparición venimos a festejar. Otros, sin embargo, no.
Podría detenerme en la confrontación de esos pre-textos con este libro majestuoso y de una sabiduría infinita que Antelo una vez más nos regala, cuando todavía no alcanzamos a reponernos de la impresión que su María con Marcel nos había provocado1. Pero prefiero postergar ese esfuerzo de crítica genética (para la cual, por otra parte, no creo tener ningún talento): alguna vez habrá un editor que encargará el trabajo, así lo espero, de ordenar y comentar la obra anteliana y eso sucederá, sencillamente, porque Raúl Antelo ocupa ya un lugar tan destacado en la teoría y la crítica latinoamericanas que su obra inmensa deberá alimentar a las futuras generaciones de nuestro continente.
Si me demoro en estos circunloquios sobre mi sistema de archivos y la obra de Antelo es porque quiero que se entienda por qué he aceptado, no sin temeridad, la invitación de Grumo a presentar Crítica acéfala: hace años que convivo con estos textos, cuyo hermetismo muchas veces me subleva y, después de haberlos releído tantas veces y de haberlos usado con la actitud del buen salvaje que se prueba las mejores joyas de una cultura extravagante para su torpe comprensión, creo que puedo insinuar algunas hipótesis sobre el dispostivo crítico que llamamos (que reconocemos como) Antelo, que no se compara con ningún otro y que garantiza que encontremos, en él, un pensamiento (es decir: algo cuya existencia se impone a quien no lo pensó). Decir que hay pensamiento en Antelo es decir que existen en su obra proposiciones. Pero nada existe si no tiene propiedades. Y nada tiene propiedades si éstas no son, parcialmente al menos, independientes del medio. Hay que establecer que existen en Antelo proposiciones suficientemente sólidas como para ser extraídas de su propio campo, para soportar cambios de posición y modificaciones del espacio discursivo. No es necesario, en este punto, ser exhaustivos: basta con que algunas propiedades de ese tipo sean reconocidas para algunas proposiciones2.
1Cfr. mi reseña a ese libro en la revista Márgenes/ Margens.
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