por Daniel Link para Soy
En cada una de sus entregas, el
mensuario Têtu permite a sus lectores elegir al Mr. Gay
correspondiente al mes. Los doce finalistas compiten, a fin de año,
por el título de Mr. Gay del año entrante. Matthew
Chartraire (Mr. Mayo: Floreal o Pradial, según el calendario de la
Revolución Francesa) acaba de ser elegido Mr. Gay 2015, lo que
motivó una polémica en los más rancios ambientes escolásticosparisinos. ¿Qué pasó? ¿Mateo tiene poco culo? ¿La tiene chica?
¿La chupa mal?
Nada de eso: el
joven se autodenomina un “petit francés” de 22 años, nativo de
Troyes, que trabaja todos los días (no aclara de qué), pero el
escándalo se desató cuando los lectores de Têtu,
lejos
de babearse ante la caripela de
canallita de película de Cadinot del rey del año nuevo, o de alabar
el delicado trabajo de photoshop sobre sus músculos abdominales,
denunciaron que Matthew se había manifestado, en Facebook,
abiertamente simpatizante del FN de Marine Le Pen, al punto de
anunciar que votaría a ese partido ultraderechista (aunque hasta
ahora nunca votó en su vida).
Como Têtu
se
autoproclama como una revista “gauchiste” (de izquierda), su jefe
de redacción, Yannick
Barbe, anunció
que cambiará las reglas del concurso y que, de ahora en más, se
tendrá en cuenta no sólo la belleza física del candidato, el
tamaño de su miembro o cuántas manos le entran en el culo, sino
también, y sobre todo, lo que piensa del mundo. Como en los
concursos de Miss Universo, donde importa tanto un buen par de tetas
o unas cinturita de avispa y unas piernas largas, como la paz en el
mundo y el hambre de los pueblos africanos. Un código de deontología
se incorporará a las fichas de los candidatos para el año próximo.
Chartraire ya expresó su tímida protesta: le parece que el asunto es discriminatorio. Tal vez tenga razón. Después de todo, no le preguntamos a la pin up del mes o al chongo que nos la está poniendo qué piensa de los fondos buitre o de la cuarta categoría. Pero tal vez no la tenga (decida el lector): la belleza es una noción suficientemente totalitaria y represiva para, además, sumarle una fantasía derechista.
Chartraire ya expresó su tímida protesta: le parece que el asunto es discriminatorio. Tal vez tenga razón. Después de todo, no le preguntamos a la pin up del mes o al chongo que nos la está poniendo qué piensa de los fondos buitre o de la cuarta categoría. Pero tal vez no la tenga (decida el lector): la belleza es una noción suficientemente totalitaria y represiva para, además, sumarle una fantasía derechista.
Lo que queda claro
es la mala conciencia parisina sobre estos asuntos que, para personas
menos civilizadas, como nosotros, se resume en una simple indicación
escópico-terapéutica: “Hacete ver”.
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